Frederic Torres
Llega la segunda parte de esta nueva trilogía tolkiana, comandada una vez más por Peter Jackson, en la que prosiguen las aventuras de Bilbo Bolsón y la Compañía de enanos liderada por Thorin y el sabio Balin (todos ellos, como siempre, bajo la supervisión de Gandalf, el Mago), en pos de conseguir restaurar en su trono al rey de Erebor (el citado Thorin), ofreciendo en esta ocasión como reclamo principal de la función a Smaug, el dragón anunciado y entrevisto durante la primera parte, “Un Viaje Inesperado”. Alargada y excesiva como aquella, con el mismo planteamiento de correcalles y salvamentos de último minuto, aunque mucho más oscura y, por ello, más interesante, los paralelismos suscitados entre esta trilogía y la anterior, “El Señor de los Anillos”, son tan evidentes que el proyecto, por la simple acumulación de situaciones y circunstancias ya explotadas sobradamente en aquellos tres films, acarrea una sensación de acansinamiento, de agotamiento del filón, a pesar que la taquilla ha respondido, parece ser, correctamente a las expectativas suscitadas. Ni siquiera en el campo de los efectos especiales, en manos de los habituales Weta Workshop, aún continuando la estela de las innovadoras ideas de la trilogía original, se producen grandes novedades, quedando la sensación que el personaje de Gollum, que fuera presentado en “Las Dos Torres”, consiguiera asombrar mucho más que este “Smaug” en 3D (al que da voz Benedict Cumberbatch –incluso hay ciertos rasgos de semejanza en sus ojos-, que se lleva la palma en cuanto a los “malos” del año, tras su Kahn para “Star Trek En la Oscuridad”), a pesar (o precisamente por ello) de la desproporción infográfica que sus escenas implican (sin cuestionar el que se haya llevado a cabo un magnífico trabajo). Incluso ocasionalmente se detectan leves imperfecciones de movimiento en algunas criaturas o acciones (sirva como ejemplo el vertiginoso descenso por el río de los protagonistas entre el fuego cruzado de orcos y elfos, más allá del virtuoso diseño de la secuencia), pese a lo costoso de su producción y al rodaje en el mencionado 3D. Sin embargo, la presentación de Tauriel (una vibrante Evangeline Lilly, directamente rescatada de la isla de “Perdidos”), la esbelta y aguerrida elfa del Bosque Negro que se siente atraída por Kili, uno de los enanos expedicionarios, y el retorno-presentación de Legolas (nuevamente encarnado por Orlando Bloom), enamorado, a su vez, de aquella (aunque la condición plebeya de la elfa se añada como condicionante, además de su atracción por Kili, a la relación), son los novedosos personajes con los que Jackson intenta insuflar cierta vitalidad dramática al cuerpo del relato, dispersando conscientemente la acción para no centrarse única y exclusivamente en el origen y consecución del Anillo, protagonista absoluto de los films anteriores.
En este sentido, Howard Shore, que cuenta ya con un nutrido ramillete de leit-motivs provenientes de la trilogía anterior, así como del film precedente, donde ya presentara los de la nueva Compañía y el dedicado a Erebor, la capital enana bajo la Montaña Solitaria conquistada por Smaug, sigue empleando los mismos parámetros a la hora de introducir paulatina y sigilosamente los nuevos temas, combinándolos con aquellos al efecto de conseguir la máxima narratividad y fluidez (con la excelente complicidad, en esta ocasión, de la New Zeland Symphony Orchestra, y los habituales London Voices y el coro infantil The Tiffin Boys), sin que las incorporaciones resulten intrusivas. La presentación discográfica (nuevamente en dos versiones dobles y una de ellas, como en la ocasión anterior, con los bloques musicales expandidos y algún fragmento de regalo como bonus track) en orden cronológico se antoja, en este sentido, imperativa para los propósitos del compositor, quien en la primera pista, “The Quest for Erebor”, ofrece brevemente el nuevo motivo central, casi en un susurro, acorde con ese prólogo-flashback que relata el inicial encuentro entre Thorin y Gandalf en una taberna de Bree, población ubicada en los lindes de La Comarca, en la que el Mago Gris incita al enano a recuperar el esplendor de Erebor, toda vez que le comunica que las fuerzas del mal han puesto precio a su cabeza. De ahí el tono general amenazante del fragmento, roto tan solo por el dulce solo de clarinete que expone el conocido tema de La Comarca, dada la ubicación de la taberna en cuestión. Es una secuencia que trata de informar mejor al espectador sobre los orígenes del relato, toda vez que sirve de recordatorio al mismo sobre los propósitos y la misión que lo inspira. Algo similar a lo propuesto en “Las Dos Torres”, en el prólogo de la cual, para explicar mejor el inicio de las desgracias de la criatura conocida como Gollum, el relato se abría con la disputa mortal por el Anillo entre dos amigos que simplemente trataban de pasar un agradable día de pesca.
A partir de aquí, la acción vuelve al presente de los personajes y Shore les acompaña en sus tribulaciones, que se presentan de un modo inmediato en “Wilderland”, fragmento en el que se vuelve a emplear todo el aparato orquestal característicamente definitorio del conjunto de la obra, con los metales, la cuerda, la percusión (los tambores japoneses), etc., etc., a pleno rendimiento, a fin de ilustrar la implacable persecución de los Orcos en su empeño por alcanzar a la Compañía, salvada en el último instante de la persecución de aquellos y de Beorn, el “Cambiapieles”, una especie de hombre gigante con la capacidad de transformarse en una suerte de oso feroz. “A Necromancer”, solo presente en la edición expandida, es un inciso de tonalidades oscuras, propiciadas por el metal, que presenta otro de los escenarios del film, las ruinas de Dol Guldur, habitadas por una presencia oscura y tenebrosa que, en realidad, esconde la guarida de los Nazgûl (los peores espectros de entre los Orcos), antes de recalar en la descripción de la casa de Beorn, transformado ahora en hospitalario anfitrión de la Compañía debido a su confeso odio por los Orcos, exterminadores de su raza. En “Mirkwood” prosigue esa tonalidad oscura, que se torna angustiosa debido a la decisión de Gandalf por abandonar la Compañía en pos de verificar qué maldad se esconde en las citadas ruinas de Guldur, mientras insta a sus compañeros a adentrarse en el tenebroso Bosque Oscuro. Es un fragmento que va adquiriendo rasgos de pesadilla debido a los susurros del coro y las disonancias orquestales, provocando un malestar que culmina en el crescendo que desemboca en “Files and Spiders”, un enorme bloque de casi diez minutos de duración iniciado con un toque de lirismo élfico gracias a los coros, pero que los violoncellos tornan tenebroso antes de dar paso al metal, la percusión y la cuerda, protagonistas todos de violentos scherzos y de continuos vaivenes de crescendos con que afrontar musicalmente la denodada lucha de los protagonistas con las feroces y horripilantes arañas gigantes que les han capturado a fin de devorarlos. Se trata del primero de los tres tour de forcé del filme, para el cual Shore se emplea a fondo mediante la aparatosidad orquestal, interrumpida únicamente por un solo de violín exponiendo el tema del Anillo, a modo de efecto de llamada, tras habérsele escapado de las manos a Bilbo. A continuación, el compositor introduce el gran tema principal, dedicado a los elfos, quienes con su repentina aparición noquean a las repelentes y voraces arañas, salvando a la Compañía de una muerte segura.
Pero, he aquí uno de los puntos más sugerentes del relato, ya que se trata de unos Elfos muy particulares, presentados como el reverso tenebroso de los resplandecientes seres de luz que aparecían en la primera trilogía, pues vienen caracterizados por su egocentrismo y falta de hospitalidad. Así, lejos de considerar a los enanos dignos de confianza, la decisión de conducirlos a su ciudad se establece bajo la consideración de prisioneros, como ilustra “The Woodland Realm”, que bascula entre los característicos coros áureos que identifican a la altiva raza desde la trilogía anterior y cierta grandiosidad ralentizada en los metales con la que se describe la ciudad oculta en el bosque, en la que el arpa bascula en la indefinición entre la fascinación y la inquietud, y en la que el solo de oboe esgrime un incipiente tema de amor entre la extraña pareja conformada por los citados Kili y Tauriel. Tema que se desarrolla completamente en “Feast of Starlight” (y que recuerda enormemente al conocido fragmento “El Oboe de Gabriel”, perteneciente a “La Misión”, la partitura de Ennio Morricone, en su versión para solista infantil), en la que ambos personajes van trabando su relación en un furtivo encuentro confesándose algunas intimidades mientras el resto de los elfos celebran la llamada “Festividad de la Luz”. Celebración que aprovecha Bilbo, el único de la Compañía que no cae prisionero gracias a los poderes de invisibilidad que le otorga el Anillo, para liberar a sus compañeros escondiéndolos en toneles vacíos de madera al son de “Barrels Out of Bond”, la danza conformada como tema de la Compañía que Shore presentara en el film anterior. Se entra así en el segundo tour de forcé del film, el que muestra el vertiginoso descenso de la Compañía por el río, con las riveras plagadas de orcos acechantes, que ilustra “The Forest River”, un brioso y trepidante bloque plagado de scherzos que se combinan con la exposición del potente tema élfico (pues Legolas y Tauriel ayudan en su huida a la Compañía), el de Erebor (cuando las acciones las protagonizan los enanos) y, por supuesto, el de los Orcos.
El contrapunto a la trepidante secuencia lo ofrecen los últimos bloques del primer disco, en los que aparece Bardo, el barquero, un comerciante que se arriesga a llevar a los enanos a Esgaroth, la Ciudad del Lago, la única habitada de la región y vecina de la arrasada Ciudad del Valle y la conquistada Erebor, ambas desoladas como consecuencia de la acción del malévolo Smaug. Así, “Bard, a Man of Lake-Town” (en la que reverberan algunos ecos del tema de Gollum), “The High Fells”, “The Nature of Evil” y “Protector of the Common Folk”, conforman ese tramo final que encaja con el inicio del segundo disco, “Thrice Welcome”, en el que se desarrolla el tema dedicado a Esgaroth, la ciudad de comerciantes sita en la ribera del helado lago (hogar de Bardo y su familia), presentado en el último corte del disco anterior, y que vuelve a utilizar un ritmo danzante en su exposición gracias a unos livianos scherzos de la cuerda y al protagonismo de los fagots, desarrollado como una marcha guerrera tras un solo de violín y la combinación con el tema principal dedicado a “la búsqueda” de Erebor, y concluido con el de la Compañía, hermanados ambos por esos característicos aires de paso de baile. A continuación se nos relata la triste historia de “Girion, Lord of Dale”, antecesor del barquero Bardo, quien supuestamente habría errado en el pasado (luego se verá que no fue así) sus disparos con el arpón a la hora de defender a la población de Smaug, deshonor que arrastra su descendiente, cuyo herido orgullo escenifica perfectamente el tono melancólicamente épico del fragmento, reforzado con el tarareo del coro masculino. Melancolía que también impregna “Durin´s Folk”, fragmento que, partiendo del tema anterior dedicado a Esgaroth, población con la que mantenía intensas relaciones comerciales, evoca, convertida ya en pura ruina, el antiguo esplendor de la Ciudad del Valle, primero con los lamentos de las trompas, seguidas grandiosamente después por el metal al frente del tema de “la búsqueda”, para finalizar disonantemente (también en el metal) sobre las imágenes de las consecuencias del ataque de Smaug. En la misma línea, la siguiente “In the Shadow of the Mountain” tiñe inicialmente de decepción las esperanzas de los enanos por encontrar la cerradura de las puertas de Erebor, invirtiendo el tono a mitad del fragmento gracias al scherzo que acompaña el acierto en la adivinanza, por parte de Bilbo, de la preciada ubicación.
Mientras Gandalf lucha con todas sus energías contra el Nigromante (en realidad, Sauron, el Señor Oscuro), ahora ya descubierto y revelado ante el Mago, en “A Spell of Concealment”, con el principal tema Orco de protagonista, la evocación se enseñorea (nuevamente con el leiv-motiv de “la búsqueda”) del relato musical, propiciando los primeros recuerdos recuperados por los enanos ante el anhelado acceso a la ciudad perdida y la contemplación de la antigua capital, como revela “On the Doorstep”, que finaliza entre áureos coros femeninos. La originalidad de “The Courage of the Hobbits”, obtenida con una percusión especial, empleando todo tipo de campanas y platos propios del folclore del sureste asiático, es utilizada como efectivo reflejo sonoro de las ingentes cantidades de oro acumuladas en las calles de la ciudad, entre las que trata de abrirse paso Bilbo, voluntario de la Compañía para averiguar en solitario el paradero de la preciosa joya (la llamada “Piedra del Arca”), necesaria e imprescindible para derrotar a Smaug y restaurar el antiguo esplendor de la urbe. A partir de este momento se entra en el tramo final del film, el último y más grandioso tour de forcé de los anunciados, una larga secuencia que se inicia entre gongs que despiertan al dragón dormido y que centra el protagonismo en los “rifi-rafes” entre aquel y Bilbo, revelando la asombrosa sagacidad verbal de Smaug (“Inside Information”), interrumpida ocasionalmente con algún bloque lírico como “Kingsfoil” (dedicado a Kili y Tauriel), fruto del desdoble de las diversas trayectorias concluyentes del film, un triple crescendo que emula el final de la primera trilogía galáctica que George Lucas planteara en “El Retorno del Jedi”, que continúa con “A Liar and a Thief”, manteniendo la especial sonoridad ofrecida unas pistas antes con la percusión exótica, pero cuyo aparato orquestal va creciendo a medida que el dragón se va tornando más amenazante al tomar conciencia de las verdaderas intenciones de Bilbo.
La culminación llega con el poderoso bloque descriptivo que conforman los tres fragmentos finales compuestos por “The Hunters”, “Smaug” y “My Armor Is Iron”, que alcanzan un total de más de 20 minutos, de los cuales la mitad pertenecen al primero de ellos, que viene caracterizado por el poderío del metal, la percusión, los registros envolventes de la cuerda y unos crescendos paroxísticos que convocan el poderío del Wagner más grandioso a fin de ilustrar la desesperada defensa de Esgaroth por parte de los elfos ante la invasión de los Orcos, así como la batalla de la Compañía de los valerosos enanos contra el mortífero dragón, el cual, tras una primera derrota, logra escapar entre amenazas de muerte, para dar paso, de este modo, a la esperada conclusión que tendrá lugar en la última parte de la trilogía. Inmediatamente, la canción “I See Fire”, compuesta e interpretada por el polifacético cantante británico Ed Sheeran, inicia los títulos de crédito homologándose, con su aire celta, al resto de canciones que cerraban los films anteriores, sin que destaque especialmente, pero tampoco sin desmerecer, y a la que sigue una breve suite orquestal, “Beyond the Forest”, protagonizada, como era de esperar, por los nuevos temas compuestos para el film, desarrollados de un modo más específico y lineal a fin de evocarlos en la memoria del melómano/espectador, que Shore finaliza elegantemente con la estela de un solo infantil. Es el adecuado punto final de este nuevo y poderoso score del compositor canadiense, antes de embarcarse en lo que será la conclusión de este gigantesco proyecto, el cual, en su implícita (y explícita) megalomanía, ha dejado un tanto desvaída de interés la nueva trilogía, cuestión de la que tampoco ha podido escapar Shore, quien, sin embargo, solventemente ha logrado mantener a flote el apartado musical con la misma excelencia que exhibiera en la anterior, a pesar de la escasez de reconocimientos artísticos que ni su precedente partitura, ni la presente, más oscura y un punto saturada de monumentalidad orquestal, han logrado y que, a todas luces, merecían.
5-marzo-2014
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