Frederic Torres
Cabe celebrar la aparición de este disco de la mano de Quartet Records por varios motivos. En primer lugar, porque tratándose de un sello local (eso sí, con evidente vocación internacional dado el catálogo de compositores y reediciones que lo integran) el compacto está confeccionado con las partituras compuestas para dos films sin distribución en el Estado Español del director Rax Rinnekangas, con quien Pascal Gaigne ya ha colaborado en anteriores ocasiones (y lo va a seguir haciendo, pues se encuentra inmerso en la composición de su nuevo film, “Theo´s House”), como en la inédita “Matka Edeniin”, también provista de una magnífica partitura editada por Quartet. Y en segundo, porque, independientemente de su estreno o no por estos lares, ha permitido al melómano paladear dos obras de una calidad sobresaliente, excepcional, concebidas en formato camerístico y con un lenguaje contemporáneo, atonal y minimalista a la vez, que supone un soplo de aire fresco en el actual y anquilosado panorama musical cinematográfico. La correspondiente al último film del director finlandés, “Luciferin Viimeinen Elämä” (internacionalmente bautizada como “The Last Days of Lucifer”), está concebida, como su título indica, en torno a este peculiar personaje, para lo cual Gaigne ha dispuesto una colección de nueve piezas, convertidas en la osamenta de la partitura, elaboradas en forma de lied (con textos del propio Rinnekangas, artista polifacético que también se dedica a la escritura –con diversas novelas publicadas en Europa-, y del poeta alemán Rilke), e interpretadas por la mezzo-soprano Itzier Lesaka, acompañada principalmente por el piano (Javier Pérez de Azpeitia), la cuerda (con el viola solista Pascal Arnaud y el cello de Elena Eskalza) y la inapreciable ayuda del acordeón (Iñaki Alberdi) y el arpa (Marianne Eva Lecler), así como otros tantos bloques instrumentales de idiosincrasia más incidental, réplica casi exacta de los lieder, aunque despojados de la voz femenina.
De hecho, Gaigne ha evidenciado una clara determinación al proponer casi un recital concertístico que respondiera antes que a una incidentalidad vinculada a la dramaturgia fílmica, a determinados conceptos metafísicos con los que desarrollar esta inhabitual propuesta creativa en la que Lucifer decide transmutarse en humano para experimentar la emoción del amor, alejada y a contracorriente de modas actuales, y desde unos parámetros que lo emparejarían al excepcional Jürgen Knieper de “Cielo sobre Berlín” (en la que, por cierto, Wim Wenders, el director, también incorporaba poéticos recitados de Rilke), tanto por lo novedoso del concepto a la hora de conjugar la voz humana con la música, como por los puntos de coincidencia temática entre ambos, pues en el film de Wenders, era un ángel el que renunciaba a su inmortalidad a cambio de poder consumar su enamoramiento por una trapecista de circo. Como en aquella, Gaigne no descuida tampoco incorporar un bloque instrumental al uso (camerístico, pues se sitúa, como ya se ha visto, en la media docena de músicos) con el que acompañar las incidencias fílmicas. Y en este sentido, es metodológica y expresivamente coincidente con otra gran compositora de nuestros días, la griega Eleni Karaindru, especialmente en lo que atañe al poco convencional empleo de algunos instrumentos como el acordeón, despojado de su uso habitual mayormente vinculado a un sentido de lo popular que no al dramático que le otorgan ambos artistas en sus propósitos por ilustrar no tanto unas imágenes como de crear un adecuado clima emocional/moral (algo que también perseguía uno de los trabajos más estimulantes del pasado año, el realizado por Jonny Greenwood para "The Master"). De hecho, el lenguaje con el que se maneja el compositor tiene sus referencias antes que en el “Viaje de Invierno” de Schubert, aquella colección de lieder convertidos en la pieza maestra del romanticismo, en la escuela vienesa contemporánea (Schöenberg y sus “discípulos” Webern y Berg) y, aún así, siempre contemplados desde la distancia, porque el trabajo no remite de un modo específico referencialmente a nada más que a sí mismo en su lograda pretensión de establecer ese estado de reflexión en el espectador a partir de una elección estética que se antoja está en la raíz de la composición.
Desde la inicial “Der Panther”, en la que el primer acorde golpea al oyente con un sonido oscuro mediante las notas graves del piano y la cuerda scherzando hasta desaparecer en una suntuosa estela antes de dar entrada al cántico de la mezzo-soprano (cuya traducción en el bloque orquestal es “Pantteri”), con cierta languidez inicial posteriormente transmutada en vigoroso ostinato para el recitado, hasta llegar a la extraordinaria “Lucifer´s Song”, tarareada sugerentemente por Lesaka, pasando por la desgarradora “Die Stille” (cuyo recitado combinado con la arpa es el lied que más se acerca al anteriormente citado trabajo de Knieper), ambos con texto de Rilke (como “Die Sonette an Orpheus XXVII”, que entre sus escalas descendentes incorpora expresivas exclamaciones en el recitado; y la breve “Die Neunte Elegie”, que apenas llega al minuto), así como “Light Porter”, cuyas repetitivas notas pianísticas remiten a un lamento fúnebre, la onírica “Maailman Malsema”, la desasosegante “Lou Andreas-Salomen Sielu” (provista de unos expresivos “rasgados” del acordeón), y, finalmente “Muodonmuutos”, que recupera el tema central a partir de un clima de pesadilla que culmina con un crescendo pianístico (que el compositor recupera en el fragmento “Transformation”), todas ellas con textos escritos por el propio Rinnekangas, este conjunto de lieder se convierte por derecho propio, conjugados con sus equivalentes fragmentos orquestales de inequívocas intenciones conceptuales (como señalan sus propios títulos: “Alma”, “Paisaje del Mundo”, la citada “Transformation”, o la más sosegada y liviana “Inmaterial”), en una de las mejores partituras del año.
En este sentido, “Veden Peilin (Water Marked”, el film inmediatamente anterior de Rinnekangas y Gaigne, revierte en el brillante colofón con el que cerrar de un modo homogéneo el disco, tanto por el mismo y contemporáneo lenguaje empleado, como por el similar concepto creativo que lo alienta. Estructurada en una sola pista, recoge en innominados movimientos una partitura en forma de suite concebida para trío (piano, viola y cello, en el que repiten Arnaud y Eskalza, quedando el piano en esta ocasión en manos del propio Gaigne), con la misma sugerente idea de poderla interpretar en una sala de concierto que los lieder de “Lucifer”, para lo cual el compositor la inmiscuye en un proceso de superación del mero acompañamiento incidental. De manera que un film que se ubica en Venecia y está protagonizado por un fotógrafo profesional (otra de las pasiones del polifacético Rinnekangas), medio judío y admirador del poeta Joseph Brodsky, que arrastra ciertos traumas suscitados por el remordimiento (conocedor de las delaciones de su padre ante los nazis), rehúye explícitamente cualquier concesión paisajística que no tenga que ver con el estado “metafísico” de los personajes, concibiendo Gaigne una pieza de unos veinte minutos de duración en la que las diversas situaciones musicales se van sucediendo y en la que los trémolos de la cuerda resultan tan inquietantes y desasosegadores como la solitaria y repetitiva nota de piano que acompaña los solos de la viola (y a la inversa), hasta llegar al crescendo pianístico final, con la cuerda nuevamente scherzando e imprimiendo ese toque minimalista ya presente en la obra anterior.
Un disco, pues, que por lo renovador de su lenguaje no solo interesará a los aficionados a la música de cine (a los que puede convencer en mayor o menor medida, tal es la apuesta efectuada por el compositor), sino al más exigente melómano amante de cualquier tipo y condición de la música actual, cuestión ésta por lo que se puede augurar que tendrá un largo y amplio recorrido. Y es que Gaigne está atravesando un gran momento creativo en su carrera (que ya es decir, dado el gran nivel que le caracteriza), tanto por la calidad como por la cantidad de trabajo que está ofreciendo últimamente a tenor de sus ediciones discográficas (todas a través de su sello Solisterrae, distribuido por Quartet), y entre las que podemos encontrar trabajos tan sobresalientes e interesantes como ”Los Mundos Sutiles”, “Chaika” (lamentablemente tampoco estrenada por estos lares) y la reciente “Las Manos de mi Madre”, de factura más clásica, además de haber entregado un recopilatorio, “Retrospective”, que permite al aficionado seguir la excelente evolución de la trayectoria del compositor desde los ya lejanos tiempos de “Mensaka”. Si acaso el único punto débil en esta evidente progresión sería el no haber tenido la “suerte” de recalar en algún título cinematográfico que le hubiera permitido, gracias no ya tanto a un golpe de popularidad como a algún reconocimiento artístico de cierta envergadura, una mayor difusión tanto del nombre como de la obra del compositor. Dicotomía que en realidad se revelaría como una autoafirmación de sus personales elecciones y que el presente disco corrobora con claridad meridiana a pesar de casi oscurecer todo el despliegue creativo de las obras citadas, tal es la contundente potencialidad que alberga en su seno. Es una apuesta arriesgada y lo deseable hubiera sido poder degustarla en nuestras pantallas para certificar su dramática e hipnótica expresividad a la hora de servir a aquellas imágenes para las que estas partituras fueron compuestas, pero cabe insistir que en el disco muestran una personalidad tan relevante que impacta al aficionado, haciendo valer su independencia de un modo como pocos compactos de contenido cinematográfico habrán conseguido en los últimos tiempos. Y es una suerte, además de un placer, poder constatarlo.
8-enero-2014
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