Pablo Nieto
Al igual que hay un antes y un después en la vida de Nikki Lauda tras su espeluznante accidente de Nurburbing en 1976, lo hay también en la película y en el score de Hans Zimmer. Lo que hasta ese momento no deja de ser un decente biopic técnicamente impecable, sobre la lucha de egos yuxtaponiendo talento, lujuria y diversión a trabajo, contención y abnegación, entre Lauda y su alter ego, el británico, James Hunt, y donde Zimmer se limita a subrayar incidentalmente abrumado por la proeza técnica de unos efectos se sonido que te trasladan a las válvulas de un Ferrari en plena explosión, termina por transformase por completo en una epopeya dramática de superación tras el horror del fuego y la desfiguración. Sobre coraje y locura. Sobre dos almas que se retroalimentan del éxito y el sufrimiento recíproco para alcanzar su objetivo. Vivir, sobrevivir. Ganar, perder con honor.
Y que decir llegados a ese punto de la partitura de Hans Zimmer. Emocional como hacía tiempo que ni se le escuchaba ni se le sentía. Enfundándose el casco de Lauda, ayudándonos a comprender su sufrimiento y demostrando porque todavía la música de cine puede inspirar. Partiendo de los cellos y con el equilibrio adecuado de electrónica, orquesta y percusiones, va dando cuerpo a un leitmotiv de belleza desagarradora. Capaz de infundir romanticismo para describir el sacrificio del piloto austriaco, renunciando a tiempo por amor y la imprescindible dosis de heroísmo de un deporte al límite, que alcanza su climax al pie del Monte Fuji bajo una lluvia torrencial, logrando incluso mostrar empatía hacia ese antihéroe llamado James Hunt. Lauda y Hunt, un binomio imprescindible para entender la historia de la Formula 1, dos formas de vivir, cuyos sentimientos quedan estampados en un finale memorable del compositor alemán.
Como la mayoría de la obra de Zimmer, el disco no hace justicia a la labor cinematográfica de su música, que en el caso de ”Rush”, pasa de secundaria a un absoluto protagonismo, en un festival de emociones in crescendo, donde la avenencia de un Ron Howard cada vez más fiel al alemán resulta fundamental. Este artesano de Hollywood huye de las ínfulas de otros “supuestos” aliados del compositor, tipo Verbinski o Nolan sin ir más lejos. Y a diferencia del primero que busca el triunfo de la intrascendencia, y del segundo, tan trascendente que aboga por la ofuscación musical, Howard busca la complicidad entregando las riendas de la narración a quién realmente se atreve con ella. Así lo hizo en sus tiempos prohornerianos (“Cocoon”, “Apollo 13”) pero muy especialmente con el alemán, con quién ya afinó maneras en su entregado sinfonismo de “Llamaradas”, pasando por el minimalismo de “Frost & Nixon", sin olvidarnos del inmortal “Chevaliers du Sangreal” de “El Código Da Vinci”.
Aquí, como decíamos, todo arranca en Nürburgring y así antes del flashback sobre el que se construye la cinta, la narración de Lauda sobre el asfalto empapado del circuito alemán nos introduce en la historia, siendo allí donde sobrevuelan las primeras notas de la épica melódica e instrumental del tema (“1976”). A partir de ese momento, se opta por una estética rockera, donde guitarras y percusiones campan a sus anchas, acompañando el logrado collage setentero donde se desarrolla la trama, acudiendo a los orígenes de la rivalidad de los dos pilotos protagonistas e ilustrando sus diferentes vidas y personalidades. Cortes como “I could show you if you´d like” y “20 %” abogan por un rock and roll más diegético perfectamente integrado junto a las canciones de Steve Winwood, Dave Edmonds o David Bowie que dan cierta ortodoxia al marco temporal de la historia.
Por supuesto Zimmer no decepciona en las secuencias de acción, encontrando su espacio entre los efectos sonoros, sabiendo jugar con la slow motion y exprimiendo al máximo guitarras y percusiones, logrando momentos de máxima intensidad en cortes como “Oysters in the Pit”, “Car Trouble” o “Watkins Glen”, donde también podrá escucharse el tema secundario utilizado para la competición. Narración y música terminan llegando al destino final en el bloque “Nürburgring”. Una explosión de adrenalina que por momentos nos traslada a los años 90, a un Zimmer desinhibido en la descripción de secuencias de acción pero mucho más maduro en la construcción de la tensión, que en este caso tiene su conclusión en el terrible accidente que marca el punto de inflexión de la música y la cinta.
Especialmente interesante es la aproximación a la tragedia desde dentro del casco de Lauda en “Inferno”, con apuntes a modo de elegía del tema central y efectos de sonido que nos recuerdan la combustión de las llamas. Un drama que no acaba con el accidente en sí, y el cuerpo ardiendo de Lauda, sino en el propio hospital, durante la tortuosa rehabilitación. Pero habrá redención y también milagro, porque es difícil de describir la vuelta a la competición de un piloto desfigurado, abrasado, que pocas semanas antes había recibido la extrema unción y que encuentra en las carreras su tabla de salvación. Así llegaremos al desafío final en “Mount Fiji”, un corte que aboga por la contención de las guitarras con el hilo conductor de las cuerdas, acompasadas a la cámara lenta de lluvia, ante el inminente último desafió entre Lauda y Hunt. Un corte perfectamente complementado por la las percusiones de “Reign” y la emoción de “For Love” y que precederán al momento cumbre de la partitura: “Lust but Won”. El tema central comienza presentado por los cellos, después entrarán las guitarras y posteriormente los metales arropados por la poderosa percusión omnipresente en todo el score. Zimmer opta por no esconderse y se entrega a la épica, describiendo la remontada de Hunt en contraposición con el sacrificio de Lauda. Uno gana una vida, otro un campeonato. Son seis minutos donde todas las virtudes y defectos que han marcado la carrera del compositor alemán se conjugan para no dejar a nadie indiferente, desde su cohorte de fans entregados al “Roll Tide” de “Marea Roja”, hasta los más puristas, que quizás encuentren más alicientes en “My Best Enemy”, donde encontramos una versión despojada de baterías y mucho más elegiaca del leitmotiv, con la que se cierra esta epopeya vital.
A buen seguro que Zimmer puede, y debe sentirse orgulloso de su trabajo en esta película. Y aunque para muchos, la extrañamente mitificada partitura de “Días de Trueno” siga siendo el referente en esto de las carreras de coches, de la cual el alemán siempre ha renegado, esto es Formula 1 y no Daytona, y al frente del Ferrari hay un conductor que habla alemán y esa mezcla nunca ha fallado ni a la competición, ni a la Squadra del Cavallino Rampante.
2-octubre-2013
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