José-Vidal Rodriguez
Han pasado más de cuarenta años desde que el maestro del terror George A. Romero rodara la mítica ”Night of the Living Dead”, en la que reinterpretó con brillantez el clásico miedo social a la muerte a través de la amenaza de los propios difuntos que volvían a la vida con sed de carne. No cabe duda que su arriesgada -y modestísima- apuesta cinematográfica impulsó uno de los géneros más populares y trillados de las últimas décadas. Tras el ascenso y prematura caída del cine zombie a las catacumbas de la serie Z más casposa, varios productos recientes han logrado recuperar al personaje para la primera línea cinematográfica y televisiva, caso del “Walking Dead”, “Dawn of the Dead” o las sagas “28 Days” y ”Resident Evil”, reclutando a una nueva generación de aficionados que devora con avidez este tipo de desventuras apocalípticas.
”World War Z” retoma la idea e imaginería de un mundo asolado por contagios y plagas que anulan la capacidad volitiva de los infectados, pero he aquí que lo hace de un modo menos arquetípico de lo habitual. Basada en el exitoso libro de Max Brooks, el reputado cineasta Marc Foster (”Finding Neverland”, “The Kite Runner”, “Quantum of Solace”) recupera a un Brad Pitt en horas bajas y lo devuelve al rol de héroe de acción, remozando así una novela de corte testimonial que centraba su mirada en los aspectos introspectivos de esta catástrofe mundial. Pese a que el filme se aleja bastante de su base literaria, lo cierto es que introduce ciertas singularidades con las que trata de desmarcarse de los tópicos del género: los zombies no deambulan, sino que corren y saltan como atletas olímpicos; la sangre no fluye a borbotones, sino que en esta ocasión el gore cede frente a un suspense más elaborado. En definitiva, la raza humana se enfrenta de nuevo a otra pandemia zombiríca, pero las críticas recibidas hasta el momento parecen avalar a la obra y situarla por encima de lo esperado, sobre todo teniendo en cuenta el tortuoso rodaje y los múltiples problemas en post-producción acaecidos en el proyecto.
Es importante tener en cuenta estas peculiaridades en la puesta en escena del relato, para entender el entramado musical que el prolífico Marco Beltrami teje para la cinta. Santo y seña del terror musical de los últimos tiempos, el autor de origen italiano se decanta en esta ocasión por el subrayado continuo de un entorno tan hostil como desprovisto de esperanza, mediante formas enfáticas y enérgicas que recuperan así la vena adrenalítica explotada con oficio en trabajos recientes tales como las últimas “Die Hard”. Si bien es cierto que Beltrami aporta no pocas dosis de suspense ambiental (resuelto en buena parte, con la música adicional de sus colaboradores habituales Buck Sanders y Marcus Trumpp), las texturas que más prevalecen en la (breve) edición discográfica, confirman la opción del autor por enfatizar ante todo la acción, la urgencia que desemboca en el caos de una situación fuera de control. En este sentido Beltrami es por tanto consecuente con la estética del filme: su diseño sonoro (ligeramente influenciado por los formulismos actuales made in Remote Control) es tan espectacular como pretencioso, con una electrónica más o menos integrada dentro de la orquesta tradicional. Para el anecdotario quedan recursos de cierta inventiva desarrollados por los asistentes del músico, caso del empleo de mandíbulas de animales con fines percusivos. Pero fuera de este envoltorio de ingeniería y producción, el score muestra a un autor que pierde la oportunidad de ofrecer su mejor cara como pleno partícipe de la narrativa, perdiéndose en lo convencional y renunciando a adoptar una posición más activa e influyente en la trama.
El corte “The Lane Family” presenta uno de los escasos instantes con propósitos emocionales (que no emotivos) del score, al desarrollar la idea que funcionará como contrario a la violencia y oscuridad del conjunto, en clara alusión al ideario de humanidad representado por la familia del protagonista. Una frase lacónica que con variaciones, servirá de base para fragmentos posteriores como “Wales“ y el mejorable “A River Around a Rock”, tema que escenifica la clásica conclusión redentora, resuelta sin embargo sin alma y sobre una parca expresividad. Por contra, y pese a las ligeras influencias antes comentadas, la impronta Beltrami se aprecia en el desarrollo de una serie de bloques de gran contundencia, en los que la rítmica ostinación de las cuerdas acompasa uno de los recursos más identificables del compositor: la irrupción de los bronces en sus registros más graves, que ya preconizan el caos en el inicial “Philadelphia”, identifican la amenaza zombírica en “Zombies in Coach”, o transmiten la urgencia in crescendo en “The Salvation Gates”. Fuera de estos instantes de puro entretenimiento sonoro, Beltrami y su equipo trabajan sobre una música atmosférica plana y de muy escasa repercusión fuera del contexto del filme (he aquí la brevedad del álbum, que en este caso se agradece). No en vano, cortes como “Hand Off!” o “No Teeth No Bite” no son sino insustanciales intentos de hacer pasar diferentes efectos sonoros y tímbricos por verdaderos bloques incidentales.
Pese a los momentos de lucidez que siempre ofrece Beltrami aún en sus trabajos menos afortunados, la audición de este ”World War Z” ofrece la misma sensación de frialdad que parecen desprender los zombies infectados que pueblan la cinta. Y es que desde el punto de vista cinematográfico, el espectacular despliegue de medios tanto orquestales como electrónicos, no logra disimular la asepsia y planicie con la que Beltrami se acerca a este blockbuster veraniego. Precisamente, unas vacaciones estivales es lo que quizás necesite el italiano para recuperar su pulso de talento, en un 2013 en el que ha firmado hasta la fecha la friolera de ocho partituras.
17-junio-2013
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