Frederic Torres
Es casi una tradición obligada que en las recurrentes y exitosas sagas de superhéroes que copan las pantallas cinematográficas actuales (en realidad, desde hace ya décadas), la secuela (o a mucho tardar la entrega en que se alcanza la trilogía) deba centrar su razón argumental en una crisis de personalidad del héroe mostrándonos su lado oscuro o cuando menos sus debilidades más humanas. Esto viene ocurriendo desde los tiempos de la fundacional “Superman”, cuya olvidada tercera parte nos mostraba el retorno de Clark Kent a Smallville víctima de un ataque de nostalgia y añoranza ante los sinsabores del día a día originados por el estresante ritmo cotidiano de la gran ciudad, pero también un interesante desdoble entre el superhéroe y su equivalente maligno (malcarado y sin afeitar). La segunda y tercera entregas de Raimi sobre el “Hombre Araña” también circulaban en esta misma dirección. Por no hablar de la recientes “The Amazing Spider-Man” y “Man of Steel”, sendos reseteos de sus respectivas sagas en las que ya directamente, sin esperar a continuación alguna, se incorpora como uno de los principales ejes argumentales cierta problemática existencial (las formas a lo Terrence Malick de esta última son, al respecto, más que elocuentes). “Iron Man 3” sigue, para variar, estas mismas pautas centrándose mucho más en la persona que en la “máscara” y con el acierto de hacerlo, además, de un modo relativamente contenido, sin los excesos trascendentales que afectaban a la trilogía del “Caballero Oscuro” propiciada por Christopher Nolan. Ello no significa, en absoluto, que decaiga la espectacularidad o que se minore en pantalla la presencia del héroe con armadura que da nombre a la franquicia (antes al contrario, pues la secuencia de la batalla final contiene la aparición de todas ellas al unísono –casi medio centenar- para acabar con el malo de la función), sino que se opta por un enfoque más cercano al espectador a fin que éste comprenda que todo acto heroico no solo responde a una asumida responsabilidad, sino que también tiene un precio a pagar.
Las crisis de ansiedad son, pues, el motivo recurrente que afecta en esta ocasión a Tony Stark, una vez superados los problemas cardíacos de la anterior entrega. Crisis derivadas (en una nueva pirueta argumental, sello de la casa, que insiste en conectar todos los films “Marvel” en un mismo universo) de los hechos acaecidos en la anterior “Los Vengadores”, en la que estuvo a punto de no sobrevivir tras su desesperada y decisiva acción para frenar la invasión extraterrestre de los belicosos Chitauri sobre New York. Un Stark más víctima de su pasado que nunca (con “de aquellos polvos, estos lodos”, se podría abrir la película en su versión ibérica), ya que tras el aparentemente inquietante superenemigo de la función, “El Mandarín” (todo un clásico del Hombre de Hierro en los cómics), en realidad se esconden un par de científicos que sufrieron el desprecio del multimillonario en el pasado. Ella (Rebecca Hall, alias Maya Hansen), alentada por el olvido y el despecho de una lejana noche de amor, y él (Guy Pearce, alias Aldrich Killian), por la destrucción de su inocente credulidad científica, al ser despreciado y ninguneado por un todopoderoso y cínico playboy Stark (un Downey Jr. nuevamente en su salsa) anterior a su conversión en superhéroe, pues el prólogo que explica estos hechos sitúa la acción en una convención científica en Suiza a finales de los noventa. Ambos son los creadores de Extremis, un inestable proceso de mutación humana elaborado a través de su corporación IMA (la maligna agrupación terrorista por antonomasia de los cómics Marvel), consistente en convertir en poderosas bombas humanas a un grupo de veteranos soldados desahuciados.
Sin embargo, a pesar de los azarosos problemas sicológicos padecidos por Stark, la partitura de Brian Tyler, sin dejar de atender el correspondiente enfoque dramático (“Isolation”, “New Beginnings”, “Leverage”), recae sobre un vibrante y pegadizo tema como omnipresente leiv-motiv de la misma con el que identificar de una vez por todas a su alter ego, algo que ni Djawadi, ni Debney (que fusiló el tema central de “Desafío Total” de Goldsmith), autores de las anteriores entregas, habían conseguido. En esta ocasión, Tyler sí alcanza, en la mejor tradición williamsiana, la plena correspondencia cinematográfico-musical que tan convencional como efectivamente demandan este tipo de proyectos zanjando la única cuestión pendiente de la que hasta ahora adolecía el personaje y que ha asolado el panorama de la música de cine actual, abocado a una indefinición temática en la que la aparatosidad orquestal (o sintetizada, según el caso) no hace otra cosa que evidenciar, todavía más, la magnitud de la tragedia. No hace falta citar nombres porque esta misma saga es suficientemente elocuente al respecto, pero es indudable que la creciente complejidad y profundidad con que Nolan se ha empleado en su trilogía sobre el “Hombre Murciélago”, con el correspondientemente atrevido, por contemporáneo, tratamiento musical de Hans Zimmer (caracterizado por un crescendo latente construido sobre una acumulación superpuesta del motivo principal), parece haber sido mal digerido por algunos compositores que a fin de esconder su evidente falta de inspiración se habrían refugiado tras una aparente abstracción más cercana a la pura nadería que a preocupación estilística contemporánea alguna. Tyler, en cambio, presenta en el primer corte del disco (que no en la película, carente de los añorados títulos de crédito iniciales) el retentivo tema del film en dos minutos y medio para que el aficionado sepa a qué atenerse, de modo que cuando a continuación llegue el primer gran bloque descriptivo, “War Machine”, en el que los malos se apoderan de la armadura hermana tripulada por el coronel Jim Rhodes (rebautizada como “Iron Patriot” para la ocasión, porque, en acertado chiste sobre las consideraciones políticamente correctas en los EEUU, la otra denominación, la de Máquina de Guerra, sonaba demasiado agresiva) el aficionado reconozca las variaciones temáticas del tema central.
Tyler elabora una partitura híbrida, conceptualmente orquestal pero de gran aparato eléctrico (las guitarras de “The Mechanic”), en la que los sintetizadores llegan a cobrar en más de una ocasión un protagonismo absoluto, sea por descripción contextual (caso de “Dive Bombers”), al objeto de generar sensaciones desasosegantes en el espectador ante los ataques supuestamente terroristas de El Mandarín, o como motivo identificador de alguno de los personajes principales (el mismo “Stark”), dada la vinculación con la alta tecnología de casi todos ellos. Y es curioso que Tyler (fogueado en el género con “Invasión a la Tierra” y en las televisivas “Star Trek: Enterprise” y “Terra Nova”, así como en videojuegos muy populares como “Need for Speed”) haya concebido para esta entrega en particular, en la que la persona prevalece sobre la armadura, un tema-fanfarria del calibre y del impacto del presente (de presencia omnipotente en el disco), por mucho que en alguna ocasión lo disfrace con atuendos melódicos (“Isolation”), bajo los ropajes de una guitarra y una armónica (o su versión sintetizada, que hoy en día cualquiera sabe). Pero ello es debido a que con este enfoque se enfatiza, al contrario de lo que podría suponerse, la voluntad de la persona –Stark- que existe tras la armadura, obligado a sacar fuerzas de flaqueza hasta el punto de convertirse en una especie de trasunto bondiano (el pegadizo tema es utilizado en un estilo inequívoco, con un viento-metal que remite directamente al tratamiento original de Barry para la franquicia del agente secreto, pero revestido de la actualización electrónica de un Arnold o del Powell de la saga “Bourne”). Al respecto, el asalto en solitario a la fortaleza del Mandarín no puede ser más elocuente (vestimenta negra de camuflaje incluida), y consecuentemente, aunque Tyler le dedique a Stark un motivo propio diferente del principal (también dinámico, apoyado en un ostinato con el que describir el aspecto inquieto y emprendedor de la personalidad del protagonista, especie de “MacGyver” de la alta teconología), lo combina hábilmente con aquel (como se aprecia en la citada “Stark”). Y cuando no es así, en las pocas ocasiones que este último no monopoliza la función, Tyler opta por una exposición en términos dinámicos del motivo dedicado al empresario empleando para ello elementos tan característicos como las guitarras eléctricas (la segunda parte de “The Mechanic”).
El compositor se preocupa, además, de dotar a cada personaje secundario de una definición distintiva, algo que, sin embargo, consigue a medias dada la escasa concreción alcanzada para cada uno de ellos. En un film en el que nada es lo que parece, Tyler los describe antes por sus acciones que por su personalidad, de manera que El Mandarín suena tremendamente amenazador y con el toque orientalizante que le corresponde (“Another Lesson from Mandy”) antes que se descubra que es un mero títere de IMA, un actor venido a menos contratado para la ocasión (y perfectamente encarnado en sus dos caras por Ben Kingsley); de la misma manera que Extremis dejó de ser un proyecto concebido para beneficiar a la humanidad convirtiéndose en la ambición personal de un científico loco y desequilibrado (aunque el bloque correspondiente suena en el disco casi taciturno y atmosférico, resultando mucho más contundente, por ejemplo, durante el ataque a la mansión de Stark -“Attack on 10880 Malibu Point”-). Lo mismo sucede con las bombas humanas, mero disfraz terrorista con el que encubrir los explosivos fallos de Extremis (“Dive Bombers”), y hasta con la habitualmente intrascendente Pepper (Gwyneth Paltrow), en esta ocasión forzada artífice del salvamento “en el último minuto” (como mandan los hiperbólicos cánones actuales) de un Iron Man en las últimas y a punto de ser derrotado (“Hot Pepper”).
La excesiva secuencia final del asalto a la plataforma petrolífera donde tiene su base IMA (que nuevamente vuelve a recordar otra película Bond, “007 Al Servicio Secreto de Su Majestad”, que utilizaba, aunque diurnamente, ese mismo escenario), a cargo de todo el pirotécnico arsenal teledirigido de armaduras de Stark (en la que destaca el chiste de la que acude a su rescate, autodestruida al tropezar en el último instante con una remache metálico), sirve a Tyler para poner toda la carne en el asador combinando estruendosamente (la ocasión lo merece) percusión sintetizada con timbales, metal y coros, extrayendo todas las posibilidades a la electrónica (el efecto de “apagado” que se aprecia a mitad de “Return” o nuevamente los juegos rítmicos a lo Powell de “Battle Final”, compositor este al que, dicho sea de paso, la asignación del proyecto le habría resultado más que adecuada tras su participación en “Hancock” y, sobre todo, “Bolt”), en la que, no obstante, siempre está presente la épica de un tema central poderoso que, acto seguido, acompañando unos créditos finales sensacionales (con imágenes resumen del film congeladas a modo de modernas viñetas), se convierte en una especie de single discográfico (a la vieja usanza) al adoptar un efectivo y original formato sixtie (a medio camino del rythm & blues y la más expeditiva banda de jazz), en la línea de lo que propusiera Giacchino para “Los Increíbles” (aunque con mucha más electrónica), que deviene en una espectacular exposición, contagiosamente vibrante, tan explosiva como breve (menos de 3 minutos de duración), destinada a convertirse sin ningún género de duda en uno de los inesperados hallazgos de la temporada y, desde luego, en encarnación musical definitiva del personaje.
4-junio-2013
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