Frederic Torres
Aunque han pasado ya más de seis años desde que “El Viento que Agita la Cebada” ganara la Palma de Oro del Festival de Cannes, no ha sido hasta ahora que el disco conteniendo la partitura de George Fenton para el film ha podido ver la luz. Y ello gracias a una tirada limitada de 500 ejemplares debida al sello Kronos, cuyo empeño, tratándose de una pequeñísima discográfica, solo cabe calificar en términos elogiosos. Máxime cuando no se trata de un trabajo comercial ni por planteamientos sinfónicos, escasos, ni por cualidades melódicas de especial impronta para el aficionado, prácticamente ausentes. Lo que sí permite, en cambio, es la recuperación de un importante eslabón (por la consecución del trofeo cinematográfico) en la continuidad de la mutua colaboración entre Fenton y Ken Loach, que abarca ya un abundante número de títulos desde que ambos convergieran en “Tierra y Libertad” hace casi dos décadas (1995), otro film de inequívocos y combativos postulados ideológicos que no dudaba en ofrecer una aproximación apologética casi inédita a posiciones izquierdistas a través del brigadista internacional británico que venía a combatir voluntariamente contra el fascismo golpista que propició la guerra civil y que se veía inmerso en los graves conflictos internos de la contra-revolución. Al igual que en aquella partitura en la que las canciones revolucionarias del bando republicano copaban el protagonismo ya fuera desde postulados diegéticos o mediante su integración incidental a través de una serie de arreglos específicos, la presente sigue parecidos derroteros a la hora de acompañar los distintos caminos emprendidos por dos hermanos integrantes del IRA (el denominado Ejército Republicano Irlandés) en su lucha por la independencia contra la ocupación británica, manteniéndose fiel Loach, y por tanto también Fenton, a la hora de mostrar la indisolubilidad de los aspectos privados con los surgidos de las vivencias políticas de los protagonistas derivadas del combate independentista y la posterior guerra civil.
Esta opción indaga en el desgarre emocional de los personajes sin renunciar en absoluto a la exaltación revolucionaria, presentes ambas ya en la emblemática “Tierra y Libertad”, pero en esta ocasión se obtiene un resultado discográfico de perfil más dramático y pulido debido, probablemente, a la menor inclusión de canciones en el disco (que no en el film) de las que había en aquella, y al esquivo intento de evitar cierta idiosincrasia academicista (tan propia) del cine británico, cuestión que podrían certificar, sin ir más lejos, un Richard Attenborough o, en un perfil menor, un Michael Caton-James (por citar un par de ejemplos con quienes también ha trabajado Fenton). Partiendo de este punto de vista, el compositor elabora un discurso contenido, atento a la emoción pero renunciando a cualquier intrusismo o subrayado innecesario que fagocite las imágenes, haciendo buena aquella máxima en la más pura tradición hitchcockiana que rezaba que la mejor música cinematográfica es la que no se oye (supuestamente por su perfecta integración con la imagen). En este sentido la clave emocional de la partitura la ofrece la cuerda, especialmente los violonchelos, y el piano, siempre en un registro menor y casi carente de cualquier motivo melódico que mitigue la fuerza de las imágenes. Esto enfoque está ya presente desde el corte inicial del disco, que, al contrario de lo que reza el equivocado tracklist de la contraportada del compacto, no es “Lads Walk to Farm”, sino “Damien Writes to Sinead”, que pertenece a la secuencia trágicamente culminante del film, aquella en que Damien se despide, por carta, de su amada Sinead antes de ser fusilado por un pelotón de irlandeses “pro-tratado” (con los británicos) comandado por su propio hermano, Teddy, y que incorpora el tema de amor del film, en el que también la contención es la principal característica. No es baladí mencionar el error en la nomenclatura de los temas por cuanto el aficionado, incluso el más atento, quedará desconcertado ante el descuadre en que se incurre a partir de ese primer tema, no recuperándose la correcta identificación hasta el fragmento “Teddy Gives Order to Fire”, la pista número 26 de un total de 28.
No obstante, realizando la sencilla operación de detraer una posición del orden indicado en la carpetilla, el aficionado podrá seguir la adecuada relación de temas identificando la escucha, de modo que a partir de la segunda pista del disco (la citada “Lads Walk to Farm”, relacionada como la primera pista en la carátula trasera) se puede proceder hasta alcanzar la pista 25, la señalada “Damien Writes to Sinead”, que, como se ha indicado, es el corte de apertura discográfica. Demasiada dificultad, quizás, para el seguimiento de una partitura que apenas bascula entre el énfasis de la gravedad de la cuerda y la evocación que asumen las trompas a la hora de adicionarse (ambas) a la digna causa de los combatientes, apenas aderezadas de los solos de las atemperadas flautas y en combinación con cómplices y emotivos silencios (de aquellos que atenazan la garganta). La brevedad de la exposición de los fragmentos (la mayor parte apenas supera el minuto de duración) apenas es rota por un par de pistas: “Ambush”, de más de cuatro minutos, en el que la percusión (la caja en formato bélico) y el registro más grave del piano, junto a la distorsión de las flautas, son los elementos seleccionados para ilustrar la emboscada de los combatientes del IRA a una columna británica; y “Attack on the Staters”, de casi tres minutos, en el que la tensión suscitada por el asalto a un cuartel británico para robar armas se acompaña con los trémolos de la cuerda y la presencia de algún crescendo antes de concluir su desarrollo con la combinación de aquellos y los scherzos reforzados por la percusión (nuevamente con la caja).
Si se añaden a esta excepcionalidad los dos últimos cortes, el que hace suyo el propio film, “The Winds that Shakes the Barley”, que toma tanto su título como su melodía de una tradicional y conocida canción irlandesa (y que es cantada en una secuencia inicial en el granja de Sinead, pues Fenton y Loach no renuncian al carácter popular de su propuesta), en el que la cuerda y el piano exhiben un desarrollo en la exposición de mayor calado emocional; y los “Closing Titles”, una especie de mini-suite de apenas poco más de tres minutos de duración que, partiendo de presupuestos puramente diegéticos a través del canto de los combatientes, directamente extraído del film, combina el evocador tema central (mediante las trompas), la marcha bélica (con la cuerda scherzando y la caja) y el tema dedicado a Sinead y Damien (el de amor), el resto de la partitura fluye de modo soterrado a modo de expresiva y lúcida traducción de los callados postulados que obligatoriamente esgrimen los propios protagonistas del film (de los que es buen ejemplo la desgarradora secuencia del ataque de los ingleses a la granja de Sinead, humillada, además, por los soldados, y que es contemplado por unos impotentes combatientes, entre ellos Damien, que no pueden responder al ir desarmados) en un ejercicio de complementariedad realmente efectivo (por su alcance emotivo) para el visionado del film (que es probablemente aquello que importa), pero que resulta tal vez excesivamente contenido en su exposición aislada. Y es que hay partituras, como esta, que solo alcanzan su pleno sentido únicamente relacionadas con aquello para lo que fueron concebidas, a saber, su estricto marco cinematográfico, sin el cual se puede llegar erróneamente a cuestionar su existencia de no conocerse el verdadero sentido y alcance de su esencia.
29-enero-2013
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