Miguel Ángel Ordóñez
Alex North reunió en su arte invención e innovación junto al mayor rigor expresivo. Su lenguaje, dotado de gran personalidad en lo melódico, lo armónico y lo contrapuntístico, es un afluente continuo de música poética, compleja y virtuosa. A mediados de los setenta North subsistía a la ola de comercialismos que invadía la música cinematográfica oculto en proyectos de escasa repercusión popular junto a amigos fieles como John Huston o Daniel Mann. Su música había perdido algo del marcado tono psicológico de antaño, pero perduraba en ella la violencia y la agresividad que le conferían sus ritmos y armonías únicos. William Castle, conocido como el "rey del gimmick" (los trucos publicitarios con los que promocionaba sus películas), ya no era ese astuto empresario y director capaz de idear campañas tan extravagantes como asegurar a sus espectadores por si morían de miedo en la butaca, o de inventar artilugios como el percepto, un sistema de vibración bajo el asiento con el que se aterrorizaba a su público, y ofrecía con "Shanks" su último adiós profesional. Aunque ambos personajes representan un cine en extinción, sus estéticas distan un océano entre sí. Mientras Castle apuesta por un cine popular donde inflama su espíritu de feriante antes que de productor hollywoodiense, North aporta a estos trabajos alimenticios un toque de intelectualidad, el pedigrí que disfraza la apariencia de un perro deforme.
El productor e hijo del compositor, Steven North, "comete el error" de unirles en un filme a la mayor gloria de una de las personalidades más excéntricas de la época: el mimo francés Marcel Marceau. Marceau toma posesión de la película de tal modo que todo lo demás resulta superfluo, es tratado como mera baratija: desde un guión ridículo a una ristra de personajes estereotipados hinchados de patetismo. La historia de un titiritero sordomudo que vive como cenicienta de una malvada cuñada y su alcohólico marido hasta que oposita a doctor Frankenstein, una vez muere un científico loco que le lega la capacidad de devolver la vida a los muertos, resulta sólo inquietante gracias a la habilidad de North para ahondar en la disfuncionalidad de sus actos. El resto resulta, lamentablemente, gratuito y amateur, por mucho que el epílogo transforme este puchero surrealista en cuento macabro.
Empleando parte del material rechazado para "2001", North se enfrenta a la trama desde un punto de vista concertante, con frecuente uso de solos sobre texturas orquestales. Su ensemble de 29 músicos, divididos en dos formaciones -una basada en cuerda y teclados, otra en vientos y percusiones-, articula el trabajo sobre perspectivas enfrentadas. Por un lado el científico y su ayudante titiritero se anclan sobre un sonido deliberadamente grotesco para banda sinfónica, sobre un timbre que remite claramente a los años 20, no sólo por el incisivo uso de bailables como el charleston ("The Picnic", "Charlie´s Town") o el empleo cinético del piano como acompañamiento a los cuadros de texto que adentran la narración en los límites del cine silente ("Later That Night"), sino porque el corazón de la composición - el leitmoitv de ambos personajes, presente desde el corte "The Mansion" - remite a la "Ópera de Tres Peniques" de Weill y a las populares Zeitoper de la República de Weimar, con saxo y trombón como piedra angular de la paleta de colores que North dispone a lo largo de su partitura y en la que prima el sentido del humor. Por otro lado, una música nostálgica, no exenta de disonancias, asociada al personaje de Celia, combina admirablemente un lirismo de líneas ascendentes sinuosas y estilizadas en la cuerda con transparencia contrapuntística y variedad ornamental.
Al margen, North estimula la introducción de componentes fantasmagóricos con un uso decisivo de la voz soprano, dominada por gélidas texturas derivadas de una fría línea de canto, y de aparato electrónico con el que se adentra en los aspectos metafóricos de un relato donde se combina lo vivo y lo mecánico ("Main Title"). Nada de esto tendría importancia si la propuesta sonora no guardase coherencia con el compromiso narrativo. Esta composición tiene hechuras de música grande. Su universo personal supera de inmediato los réditos contemporáneos para zambullirse en un mundo de resonancias, timbres y silencios meditativos y únicos. Aunque no dudo que a "Shanks" le sobre un mucho de cinismo y le falte un punto de sentido dramático, desde sus líneas de vocación camerística emerge una obra de inusitada verticalidad y de una singular riqueza lingüística plena de giros e inflexiones, algo habitual en el corpus sonoro de la obra de North.
La edición constituye un nuevo acierto que suma el sello español Quartet a su ya indispensable catálogo de 2012, por cuya pasarela han desfilado títulos de la enjundia de "The Long Goodbye" o "Quiero la Cabeza de Alfredo García" y obras magnas como "Mujeres Enamoradas" (lo mejor del siempre elegante pero limitado Delerue) y "¿Qué le Pasa a Helen?" (una importante obra menor de uno de los más grandes, David Raksin). Con "Shanks" no sólo han demostrado bemoles para afrontar un trabajo de primera categoría en las fronteras de lo anticomercial, sino que con él renuevan el compromiso de atacar títulos indispensables de la música cinematográfica que difícilmente veremos editados en otros sellos que suman a un inexplicable mayor reconocimiento, léase por ejemplo La La Land, una reprobable dosis de oportunismo.
7-enero-2012
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