José-Vidal Rodriguez

Hablar de Benjamin Britten es hablar de uno de los compositores más influyentes y admirados de la historia musical reciente. Existe unanimidad en considerar a Britten como uno de los grandes autores británicos del siglo XX, gracias en buena parte a sus esfuerzos por apartarse de la corriente principal de la música de su país. Rompiendo con un continuismo que consideraba complaciente y amateur, el inglés asumiría con naturalidad el estilismo de Mahler o Stravinsky, autores que la crítica del país denostaba como vehículos de aprendizaje musical. Fue la misma crítica la que, en su afán por menospreciar las nuevas y frescas propuestas de Britten, centró sus ataques en la vida personal del músico, salpicada de escándalos sobre su sexualidad y reproches por su confesado pacifismo durante la Segunda Guerra Mundial.

Pese a que su mayor éxito como compositor fue probablemente el ”Réquiem de Guerra”, Britten adquirió gran repercusión mundial gracias a su popular “Guía de orquesta para jóvenes” escrita en 1946 para acompañar al filme ”Instrumentos de la orquesta”, una película educativa auspiciada por el gobierno británico. En aquel encargo, el compositor inglés adaptó varios fragmentos de la suite de Henry Purcell “Abdelazer” con el propósito de ilustrar a los más jóvenes sobre las técnicas básicas de instrumentación y manejo de la orquesta sinfónica.

Vistos los tiempos que corren, resulta harto curioso que casi medio siglo después del fallecimiento de Britten sea un producto como “Moonrise Kingdom” el vehículo propicio para iniciar al público del nuevo milenio en la fecunda obra del artista británico. El director Wes Anderson urde con esmero una historia de adultos con envoltorio infantil, reflejando un delicioso universo plagado de vivencias propias. De esta cosecha personal surge la idea de estructurar la banda sonora del filme sobre la imaginería de Britten, que el propio cineasta señala como fuente de inspiración de juventud. Tanto la ”Guía de orquesta para jóvenes” como la ópera “Noye´s Fludde” (“El diluvio de Noé”) son las obras elegidas por Anderson para ilustrar musicalmente la odisea que los niños protagonistas viven (y hacen vivir a los adultos) en su primer contacto con el amor. Qué mejor forma de presentar este repertorio que a través de las soberbias grabaciones de Leonard Bernstein al frente de su inseparable New York Philharmonic Orchestra, con especial atención a momentos musicales estelares como el laudatorio contenido en “Noye, take thy wife anone" o el magnífico cierre en allegro del corte 19.

Detrás de esta loable recuperación de la obra de Britten, el nombre del cada vez más imprescindible Alexandre Desplat se abre hueco a través de una breve pero destacada intervención musical. Después de convencer a Anderson con la sugestiva partitura de ”Fantastic Mr. Fox”, al parisino le bastan poco más de 15 minutos (de un score estructurado además alrededor de un único tema), para continuar demostrando su talento, versatilidad y predisposición para todo tipo de proyectos, incluidos aquellos -como el que nos ocupa- que limitan en gran parte el margen de actuación de la música incidental.

Focalizada la trama en una pareja de preadolescentes que viven de forma bulliciosa su primer amor, Desplat fija a la vez su mirada en ese mundo infantil que sirve de pretexto al director para presentar las más generalizadas frustraciones adultas. Una exótica instrumentación ideada por el gran Conrad Pope (con la inclusión, entre otros, de ukeleles, banjos y percusiones autóctonas), reflejo tanto de la vitalidad e inocencia de los protagonistas como del ambiente scout de la historia, constituye la nota característica de la fascinante suite “The Heroic Weather-Conditions of the Universe” sobre la cuál descansa la totalidad de la partitura, consiguiendo Desplat resultados muy sugerentes. Mientras que la pieza es presentada a oídos del oyente como un ejercicio de candidez repleto de sutileza y elegancia, los esfuerzos del autor pasan por desgranar y aplicar variaciones a lo largo de los cortes sobre este tema, cuya sencillez melódica y formal entronca directamente con el tono didáctico pretendido por Britten en su mencionada “Guía de orquesta para jóvenes”. No en vano, este propósito de coherencia tiene su más claro ejemplo en el impagable homenaje contenido en el último corte del CD, donde el desarrollo íntegro de la frase central se completa con la misma voz infantil que servía de narración a la obra del británico, ilustrando ahora al oyente acerca de la singular orquestación de Pope. La locución inicial de este "Part 7: After The Storm" no puede ser más significativa: "now we will demonstrate the orchestration of Mr. Despalt’s musical suite”.

Si la película ya ha sido definida por la crítica como “un delicioso caramelo a degustar”, no menos placentera resulta la audición del álbum que recoge su banda sonora, exquisita selección de material preexistente que se complementa con la breve pincelada de genialidad de un Alexandre Desplat convertido en la gran esperanza de redención musical del último Hollywood. “Moonrise Kingdom” es fiel reflejo de una afirmación a la que ya nadie debería poner ni un sólo “pero”: el galo es de los pocos autores actuales dotado de la suficiente personalidad como para seguir coloreando un mercado norteamericano desdibujado por la más absoluta autocomplacencia.

23-julio-2012