Pablo Nieto
Más cercana al lema “Se Acerca el Invierno” que del evocador “Érase una Vez…”, esta revisitación del clásico de Blancanieves, de infantil no tiene ni a los entrañables enanitos, más cercanos aquí al universo Tolkien que a los cantarines mineros de Disney. Estamos ante un film que se entrega a la olvidada fantasía introducida por “Legend” o “Willow” tratando de ofrecer una perturbadora visión del mal a través de la seductora belleza de una reina encarnada por Charlize Theron cuyo resplandor subyuga la cara de eterna amargura de Kirsten Stewart, más preocupada de mantener su rol de la displicente Bella de “Crepúsculo” que en dotar de la suficiente vitalidad a la guerrera princesa huérfana desterrada por su madrastra.
Por desgracia la impecable puesta en escena del debutante Rupert Sanders choca frontalmente con la irregularidad de un guión que trata de huir de los convencionalismos comerciales del género para acabar finalmente rendido a las directrices conservadoras del estudio, donde no se deja margen ni a la sorpresa, ni a la verdadera reinvención del mito. Una indefinición que se proyecta en el acelerado, anticlimático y previsible final.
El encargo musical recae en manos de un James Newton Howard quién tras “Los Juegos del Hambre”, vuelve a hacerse cargo de otro Blockbuster juvenil, claro síntoma de su consolidado prestigio en una industria a la que no parece haberle afectado su estancamiento creativo actual. Un hecho coyuntural que puesto en perspectiva quizás no sea sólo responsabilidad atribuible al compositor, pues algo tendrá que ver también la calidad, las pretensiones y el contenido de los proyectos que se hacen hoy día al otro lado del charco. No es de extrañar, por tanto, que autores de este calibre y a estas alturas de su carrera, cuando ya nada tienen que demostrar, sin buena materia prima, sin estímulo creativo suficiente, difícilmente sean capaces de prender la mecha que explosione todo el talento que supuestamente llevan dentro.
Sirva “Blancanieves” como probeta de ensayo de la anterior teoría. Un film donde Howard nos regala alguno de los pasajes más inspirados de los últimos años, precisamente en las secuencias donde la película ofrece realmente una dimensión nueva y atractiva como es el mágico prólogo y el inevitable camino hacia el santuario de la protagonista y su protector leñador; para, sin embargo, reincidir en el conservadurismo y la nula expresividad en los pasajes de acción y las aburridas subtramas de esa ridícula resistencia encabezada por el Príncipe o la absurda persecución del hermano de la Reina, que no hace sino restar credibilidad al resto del conjunto.
No encontraremos en esta partitura grandes fanfarrias, ni silbidos de enanitos y, mucho menos, esa oda al romanticismo clásico. Su score parte de una atmósfera envolvente y mágica, donde saca a relucir una variada paleta orquestal, jugando con el contrapunto de las cuerdas y los metales, siempre compensados por el piano, el arpa o las maderas. Pero que no cunda el pánico, no todo es ambientación, también hay espacio para la definición melódica, dando un protagonismo absoluto al leitmotiv asociado a Blancanieves. Personaje para el que construye un nostálgico y emocionante motivo que le permitirá describir su dramático destino tras caer en desgracia con la muerte de su padre y la subida al poder de su madrastra, para a continuación erigirse en el contrapunto a los tiempos de oscuridad que vive su reino bajo su yugo, en la salvadora de su pueblo. Pero todo final tiene un principio, en este caso tres gotas de sangre que teñirán el manto de nieve blanca que cubre los alrededores del castillo por donde pasea la Reina, dejando volar su fértil deseo de concebir una niña, ignorando la desdicha que la precederá. Howard ilustra este mágico e hipnótico prólogo con el corte “Snow White”, primero con las trompas, introduciendo con elegancia y sensibilidad el tema central, para a posteriori, entregarse a las cuerdas, la curiosidad de la celesta y las notas altas del piano, que no hacen sino retrotraernos al añorado Howard de Shyamalan, antes de entregarse al poderoso crescendo orquestal que termina de definir la pieza. Pero este no es más que el primer plato de un menú degustación, donde todavía nos aguardan más suculentas delicatessen, primero elevando las cotas de dramatismo con su descripción del asalto e incendio del poblado de Fenland en “Fenland in Flames”, antes de trasladarnos al Santuario de los enanos y el bosque mágico, sin duda lo mejor de la película, ilustrado con ese punto minimalista y mágico que también sabe dotar Howard a su obra al combinar celesta, maderas, piano, y acomodándolo todo sobre el colchón de los sostenidos de cuerdas (“Sanctuary”), alta cocina de sabores, de lo que nos espera en la im-pres-cin-di-ble “White Hart”, donde el compositor se entrega a la belleza sobrenatural de ese encuentro entre la protagonista y el espíritu del bosque, trascendiendo el conjunto a través de deliciosas variaciones del tema principal y conjugando las cuerdas y los metales en un eterno crescendo que sólo al final se verá interrumpido por el brusco y violento ataque de las fuerzas del mal y que no impedirán la transformación de la pieza en una frenética lucha donde las percusiones y los metales altos darán debido contrapunto al idílico comienzo con un agresivo epílogo. Dualidad en la escritura también representada en la introducción del tema antagónico, el de Ravenna, un motivo de cuatro notas adornado por el uso de metales pesados en un registro considerablemente grave, la contundencia de las percusiones y el uso de la electrónica.
Cortes como “Something For What Ails You”, “White Horse” o “You Can Not Defeat Me”, permiten un acercamiento más pausado a esta nueva propuesta temática, por otro lado tan necesaria como predecible y peligrosamente cercana a terrenos más propios de autores como Ramin Djawadi o Steve Jablonsky. Por el contrario, mucho más airado se muestra en los dos cortes puros de acción, con un sentido del ritmo mucho más ágil y un muy interesante aprovechamiento coral en pleno éxtasis de la orquesta, primero en “Escape from the Tower” y posteriormente en “Warriors on the Beach”. Sin embargo, siempre lejos de la sublime pastoral sobre la que construye el tema de Blancanieves, y que todavía habrá tiempo de degustar en la emocionante “Death Favors No Man”, pieza que ilustra la reconcepción de la idea del despertar de la protagonista del embrujo de la manzana, la interesante e íntima elegía para violín que precede la reaparición del tema central en “You Failed Me Finn”, utilizada para describir la más que extraña relación entre la Reina y su albino hermano, y por supuesto en “Coronation”, pieza que se disfruta cuando el tema central es elevado casi celestialmente por los metales, el coro y el órgano de Iglesia, arropando un final, por otro lado, desangelado y que cierra la película tratando de dejar alguna puerta abierta de manera innecesaria.
Suena a tópico resaltar que este score no es una obra referencial del autor, pero aún así, esta reinvención de Blancanieves deja detalles para la esperanza y pasajes para el recuerdo, con una rotundidad y una trascendencia en la trama que no se recordaba en James Newton Howard desde “The Village” o “Soy Leyenda”. Merece celebrarse.
18-junio-2012
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