José-Vidal Rodriguez
"Star Trek IV" sigue siendo a fecha de hoy una de las entregas más singulares de la franquicia galáctica. Ni más ni menos que una historia de denuncia medioambiental, con viaje en el tiempo al presente incluido, marcan una drástica ruptura argumental en la que hasta entonces era una saga ajena a frivolidades inaccesibles dentro del género de la ciencia ficción. Dirigido, al igual que la segunda secuela por Leonard "Spock" Nimoy, el filme bordea durante muchos instantes la absurdez más absoluta, jugando con una comicidad que desmitifica en exceso a los protagonistas y que resta más credibilidad aún al conjunto. Este giro de tuerca en la franquicia, criticado hasta por los trekkies más fieles, brindó sin embargo la posibilidad de recuperar para el cine palomitero a uno de los compositores más fascinantes que ha dado Hollywood.
Y es que la intervención del gran Leonard Rosenman en las labores de composición musical, se convierte en otro de los factores que ayuda a acrecentar ese halo de singularidad característico de esta secuela. Gran admirador del trabajo del neoyorquino, Nimoy intenta su contratación para el "Star Trek III", siendo descartada por el estudio frente a la resignación de un director debutante (con escaso poder disuasorio, por tanto, sobre la productora), que además no veía con malos ojos confiar de nuevo en la eficacia de James Horner. Con el aval del éxito logrado con la tercera parte, Nimoy vuelve a la carga para imponer a toda costa la inclusión de Rosenman en la cuarta entrega, logrando al fin su propósito y encargándole la tarea fundamental de dar una nueva visión musical al universo del Enterprise, sin renunciar a ciertos clichés continuistas de la franquicia.
Rosenman responde al empeño y confianza del cineasta con una partitura obviamente atípica dentro del curriculum de un autor asociado al vanguardismo y a soluciones dodecafónicas aplicadas a la imagen. Alejándose de estas complejas improntas, el compositor se afana en un discurso más accesible que no sólo responda a la tónica musical de la franquicia (pese a que evita siempre cualquier referencia a Goldsmith o a Horner), sino también a las características de un producto eminentemente comercial. Habiendo acordado con Nimoy en limitar la presencia de la música a lo estrictamente necesario (unos 40 minutos para un filme de dos horas), el neoyorquino confía el protagonismo de la función a un motivo heráldico y retentivo destinado a retratar la bravura de la tripulación del Enterprise ("Main Title"), tema éste con evidentes reminiscencias de la gloriosa marcha escrita ocho años antes para su "The Lord of the Rings". Al lado de esta idea, Rosenman expone su gusto barroco con la fuga bachiana aplicada a las ballenas protagonistas del relato ("Whale Fugue"), dibujando una especie de coreografía de ballet asociada a la plasticidad de las imágenes de las criaturas, convertidas aquí en salvadoras del planeta Tierra. La importancia de estos seres explica la contundencia con la que se refleja al pentagrama cualquier amenaza contra las mismas, surgiendo el magnífico "The Whaler", uno de los pilares de la partitura en el que la pulcra construcción rítmica y los intrincados contrapuntos (entre los que surgen las habituales estructuras piramidales) recuperan por momentos al Rosenman más genuino.
Pero para añadir más singularidad a la obra y acrecentar su carácter de rara avis dentro de la filmografía del autor, basta echar un vistazo a la naturaleza de varios de los motivos secundarios presentes en el score. La comicidad del "Chekov´s Run", "In San Francisco" y el "Hospital Chase" responde al ridículo global del guión contrastando con la seriedad habitual del resto de la franquicia, poco dada musicalmente a estas frivolités y mucho menos a pastiches ochenteros tales como el "Market Street", en donde el músico se rodea de una banda de jazz, The Yellowjackets, para contextualizar la acción en 1986 y ofrecer de paso su particular referencia a un pop electrónico que sin duda caracterizó la cultura de la década; intenciones que también expondrá en el corte "Ballad of the Whale", mediante la adaptación del tema de las ballenas a una estética de época que no ha aguantado demasiado bien el paso de los años.
Mención especial merece esta edición completa apadrinada por la todopoderosa Intrada. Con la inclusión de diez bonus tracks cuya duración practicamente iguala al grueso de la partitura, nuevos matices emergen con respecto al material disponible en la anterior edición de MCA. No en vano, Intrada responde a una de las demandas más insistentes de los aficionados con la inclusión de la primera versión concebida para el "Main Title", cuyo gran aliciente radica en la decisión del neoyorquino de aparcar su propio tema central en favor de un dignísimo tributo a la famosa sintonía televisiva escrita veinte años antes por su colega Alexander Courage; destacan igualmente unos "End Credits" alternativos de caracter un tanto desdibujado, circunstancia que obligó al músico a reescribir la pieza logrando un corte de conclusión bastante más significativo en el conjunto.
Si bien los esfuerzos de Rosenman en este score no deben caer en saco roto, máxime ante lo singular de su intervención y la constatación de varios momentos de tímida genialidad, el resultado final dista de una brillantez que sí fue apreciada en su momento por la Academia norteamericana. Una curiosa nominación al Oscar fue el pretexto con el que los académicos buscaron, más allá de criterios puramente artísticos, la "reconciliación" con uno de los outsiders más grandes e incomprendidos de la historia del Séptimo Arte.
22-febrero-2012
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