Frederic Torres
Encontrando hueco en una apretada agenda en la que ha sabido combinar ambiciosos proyectos tanto artísticos como comerciales, Alexandre Desplat se toma un respiro para oxigenarse ante la internacionalización a la que le obliga su actual y prolífica trayectoria profesional encargándose de la partitura del debut en la dirección del actor Daniel Auteil, que ha realizado una nueva adaptación (que no un remake, tal como se explicita en los créditos finales del film) de la novela del escritor/cineasta Marcel Pagnol, también responsable de llevarla a la pantalla en 1940 bajo el título de “Tempestad de Almas”. Auteil, que a mitad de los 80 interpretó el personaje de Ugolin en el díptico “El manantial de las colinas”/”La venganza de Manon” (título este último que descubriera a Emmanuelle Béart) en otra (famosa) adaptación de Pagnol, momento en el que incluso aprovechó para contactar con la familia del conocido escritor/director, revisita el característico mundo rural de la Provenza donde se crió. El actor (ahora también realizador) ha confesado públicamente su admiración por Pagnol, pues según él a medida que se lee su obra ésta te adentra en un mundo emocional que te marca profundamente, tanto por su escritura luminosa y plena de humanidad, alegre y profunda a la vez, como por estar siempre cercana a la gente común, a los que dota de voz a través de unos personajes de carácter, generando la necesidad y el deseo de dar la palabra a estos, para escuchar sus emociones como si fuera la primera vez que se tiene conocimiento de las mismas.
Auteil siente todo este mundo muy próximo y familiar, pleno de valores y sentimientos (amor, ternura, silencios y olvidos), algunos de los cuales podrían ser considerados incluso tabú hoy en día. Todo ello rodeado de ese ventoso paisaje provenzal, similar en su exuberancia al mostrado en la película de Berri, pero al mismo tiempo distinto, puesto que Auteil insiste en remarcar que ésta es la visión de la Provenza en la que él creció. Y para ilustrar todo ese rico contexto ha recurrido a Desplat, quien ofrece uno de sus mejores trabajos del año (que ya es decir, dada la calidad de los resultados que suele obtener a pesar del prolífico ritmo anual que el compositor imprime habitualmente a su labor), conjugando una plenitud melódica que aboca a un sentimiento melancólico, ajustado y definitorio del tono del conflicto clasista esbozado en el film a través de la historia de amor, plena de equívocos y desencuentros, que viven Patricia (una Astrid Bergès-Frisbey, trasunto de aquella Béart de décadas anteriores, cuyo desembarco internacional se realizará en la próxima entrega de los “Piratas del Caribe”), la pobre hija del pocero del título, y Jacques (un joven Nicolas Duvauchelle que interpreta su papel de galán seductor a lo Jean Gabin, cigarrillo incluido), el apuesto aviador, hijo de los ricos tenderos del pueblo.
Con una pequeña formación orquestal sustentada principalmente en las cuerdas, donde tiene especial protagonismo violonchelo, flauta, guitarras, piano y celesta, el compositor estructura su partitura de manera sencilla, con tres motivos centrales de entre los que destaca el de los títulos de crédito, “La Fille du Puisatier”, que es el principal, escuchado durante el agradable paseo de la joven protagonista por la campiña mientras lleva el almuerzo a su padre, el pocero Amoretti (interpretado por el mismo Auteil), y a su amigo y compañero de trabajo Félipe (Kad Merad), también pretendiente de la joven, y sobre el que volverá en “A Travers Champs”, con la flauta de solista, y en “La Solitude d´Amoretti”, cuando el patriarca interpretado por Auteil (viudo y con media docena de hijas) se debata entre perdonar o no a su “ángel” caído, Patricia, que ha deshonrado el honor familiar dando a luz a un hijo sin padre reconocido (pues Jacques ha partido al frente, desconociendo los resultados de su encuentro amoroso con la joven), motivo por el cual es expulsada del núcleo familiar y obligada a vivir y criar el niño con su tía en la ciudad, también de díscolo pasado.
El segundo tema por importancia y peso en la partitura tarda un poco más en aparecer en la grabación, pues es el que escuchamos por primera vez en la cuarta pista del compacto, “Rendez-Vous Manque”, cuyo aliento minimalista acompaña, por su propia naturaleza, algunos momentos fílmicos provistos de cierto suspense y tensión, como en “La Fille Perdue”, la dolorosa secuencia en que la hija es repudiada y se aleja, solitaria, por un camino rural rodeado de pinos que, por su belleza, ofrece un dramático contrapunto al crucial momento, y en la que Desplat, además, conjuga el plano diegético con el incidental al iniciar el tema como si de una vieja canción que se escucha en la radio se tratara para, a continuación, abandonar dicha fuente diegética y sin solución de continuidad pasar al plano incidental, todo en poco más de minuto y medio. O como en “Depart pour la Guerre”, el fragmento que ilustra la despedida en la estación de tren de Félipe, el bonachón pretendiente rechazado por Patricia, cuando llega la hora de partir para el frente de guerra en el correspondiente convoy militar, pues la narración se ubica al comienzo de la Primera Guerra Mundial.
Ese mismo contexto de inicios de siglo es el que obliga a utilizar una serie de canciones de carácter diegético que Desplat incluso llega a incorporar a la partitura con uso incidental. No es el caso de “J´Ai Reve d´une Fleur”, que cantan Patricia y Félipe alegremente durante el paseo en coche al que este último invita a la joven en sus pretensiones de conquista y que no ofrece mayor trascendencia en el conjunto de la partitura que su colorista sabor añejo. Sin embargo, “Core ´ngrato” se convierte, en cambio, en un tema de gran importancia que llega a rivalizar incluso, en presencia y significación, con el bello tema central de Desplat, pues se trata de una canción que el archiconocido cantante de ópera Enrico Caruso grabó en 1911 (cuyo registro histórico se incluye en el compacto) y que la difunta y ausente mujer de Amoretti, madre, por tanto, de la protagonista, tenía como favorita. Este es el motivo por el cual protagoniza, además del acompañamiento de los créditos finales, diversas secuencias en que dicho personaje es evocado (bien por sus dos hijas mayores), bien por el propio Amoretti, momento en el que Desplat introduce el solo de violonchelo en la reinterpretación orquestal de la canción dotando así de plena significación incidental el recuerdo del ser querido.
El problema es que su presencia en el compacto, además de la otra citada, lastra en demasía la audición del disco, pues encontramos hasta cuatro versiones diferentes de la melodía en cuestión, dejando la partitura de Desplat en prácticamente 20 minutos, pese a no ser mucho mayor su extensión total. Con todo, a pesar de la dependencia estructural y de la intensa semejanza, suponemos que casual, del tema principal con el de “La Semilla del Diablo”, aquella extraordinaria nana debida a Krzysztof Komeda con que comenzaba la diabólica película de Polanski (director con el que casualmente ha trabajado también este año con una brevísima partitura –que no llega a los 10 minutos- para la exitosa “Un Dios Salvaje”), la partitura de Desplat logra proveer de una hondura emocional a una película cuyos tonos costumbristas, de no contar con la partitura del compositor, probablemente no pasarían de la mera exposición de unas peculiares formas cotidianas de entender la vida mediatizadas por el conflicto de la lucha de clases, especialmente centrado en esta ocasión en la defensa de la dignidad y el orgullo del trabajador (el pocero y su familia) frente a la mezquindad de la burguesía provinciana (el comerciante y la suya).
18-enero-2012
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