Frederic Torres
Después de una ausencia de más de tres años tras su partitura para la última aventura de "Indiana Jones" que se ha antojado interminable al común de los aficionados (y a la que habrá que ir acostumbrándose dada la avanzada edad del compositor, de 79 años), John Williams vuelve (por partida doble, además, con la edición discográfica -en Sony- de “War Horse”) para arropar musicalmente la nueva producción de su más firme y fiel director, Steven Spielberg, que tiene a Tintín, el conocido icono del cómic mundial, de protagonista. Un auténtico festival williamsiano para la recta final del año que se espera tenga continuidad en el siguiente gracias a otro nuevo proyecto de Spielberg (para quien parece reservarse ya en exclusiva) que versará sobre la figura de Lincoln. De momento, para esta adaptación infográfica en 3-D de las aventuras del conocido personaje de Hergué realizada con la técnica denominada “motion-capture”, aspirante a convertirse en el gran taquillazo del otoño prenavideño, el compositor opta por un despliegue de características sinfónicas enraizado y deudor de su propia estética por lo que el aficionado inmediatamente reconocerá tanto el estilo como todo un corolario de citas provenientes del rico acervo creativo que ha cimentado su exitosa y larga carrera, de entre las que destacan significativamente las dedicadas a las andanzas del archiconocido arqueólogo/aventurero citado, a cuya tonalidad inspira/obliga el propio film tomando a aquel personaje como principal referente cinematográfico, pero también las de la saga de "Harry Potter", cuyo tema central es primo hermano del compuesto en la presente para el Unicornio, el navío de mítica nomenclatura que acapara la atención central del título del film, o de “Catch Me If You Can”, a cuyos modos remite la presentación de Tintín en los créditos iniciales del film al emplearse en clave jazzy, como en aquella, un saxo como solista principal.
Aún así el compositor, pese al despiste al que pueda abocar una primera impresión derivada de una audición apresurada en absoluto se limita a recrearse y, ni mucho menos, a ofrecer un mero refrito partiendo de todo aquello que le ha dado fama y talla artística mundial, si no que otorga a su trabajo una nueva vuelta de tuerca estableciendo en primer lugar la adecuada personalidad del joven protagonista mediante una (aparente) sencillez (la que evidencia el oficio de la experiencia) con ese acierto tan característico del compositor que casi hace imposible imaginarlo musicalmente de otro modo que no sea el propuesto. Tal vez no con la misma contundencia que en anteriores momentos estelares de su trayectoria, como ocurriera con "Superman" o con el mismo "Indiana Jones" por establecer una plausible comparación con dos personajes de cercana concepción tebeística, el compositor articula una amplia diversidad de temas centrales con los que hilvanar los leitmotiv vertebradores de la partitura (los de Tintín y el Unicornio, pero también los de Snowy, Haddock, The Thompsons o Red Rackhams), combinándolos en un permanente juego armónico que los integra en una compacta exposición motívica a través de la cual no se atisba resquicio alguno gracias, paradójicamente, a la peculiar característica de apertura estructural que el compositor emplea con el fin de permitirle admitir, como es el caso del emblemático “Snowy´s Theme” (dedicado a Milú, el perrito mascota de Tintín, bautizado así en inglés, y que escuchamos en los créditos finales con la ayuda de la virtuosa pianista Gloria Cheng), cualquier posibilidad contrapuntística en un continuo juego modal llevado a cabo, en el fragmento citado (un mini concierto de dos minutos de duración), por el piano y la cuerda (esta exclusivamente a través de los pizzicatos) en cuyo diálogo el lenguaje musical se transmuta según el condimento que se proporcione al sustancioso guiso.
Es el caso del primer fragmento del disco, "The Adventures of Tintin", en el que Williams define la personalidad del protagonista a través de los clarinetes y el saxo mencionado, pero en el que se introduce casi de soslayo un elemento tras otro como esa trompeta con sordina que dota del necesario punto “canallesco” la esencia de las andanzas de Tintín descritas mediante los ocurrentes dibujos de los títulos de crédito, o el acordeón que afirma la procedencia nacional del joven aventurero al tiempo que se bosqueja, en un teclado que remite al empleado hace 35 años en “Family Plot”, el motivo del Capitán Haddock aderezado con unas escobillas que perfilan una rítmica próxima al archiconocido fragmento de la “Cantina Band” de la genuina “Star Wars. Episode IV: A New Hope”. No es, por supuesto, la única cita reconocible. El comienzo a lo “Jurassic Park” del “Snowy´s Theme” y el desarrollo de “The Secret of the Scrolls” siguiendo las pautas misterioso-mágicas del tema principal creado para la saga del mediático niño mago o de la no menos enigmática "Calavera de Cristal" que traía de cabeza a Indy en su postrera aventura, da paso al solo de clarinete que escenifica la marcha dedicada a “The Thompsons” (la chistosa pareja de policías conocida localmente como Hernández y Fernández), una especie de “Villains March" de características bufas, antes de introducir el scherzo que ilustra (a la manera del, valga la redundancia, “Scherzo for Motorcycle & Orchestra” de “Indiana Jones and the Last Crusade”) el final del fragmento (“Snowy´s Chase”); y no sin antes citar de pasada el tema de Jabba, la rastrera sanguijuela de la citada primera trilogía galáctica que pretendía la captura del “moroso” Han Solo. La tonalidad misteriosa prosigue (cual “The Well of the Souls” de “Raiders of the Lost Ark”) en “Marlinspike Hall”, derivando en tonos espectrales (al modo de “Close Encounters of the Thrid Kind”) con la breve presencia coral para la introducción de “Sir Francis and the Unicorn” y elevándose de modo espectacular (a imagen y semejanza del paroxístico “Desert Chase”, también perteneciente a “The Lost Ark”) en “Escape from the Karaboudjan” (el bajel del capitán Haddock secuestrado por el descendiente de Rackham el Rojo y sus secuaces), para culminar en el duelo final de “The Clash of the Cranes” (inspirada en aquel mismo explosivo bloque musical).
La presentación de la inefable Bianca Castafiore se realiza mediante su propia interpretación de un breve fragmento de la cavatina de “Il Barbiere di Siviglia”, de Rossini, y, sobre todo, del “Je veux vivre” perteneciente al “Romeo & Juliette” de Gounod, cuya chistosa/ingeniosa finalización incluye los efectos de sonido provenientes de la rotura de los vasos de cristal (y de la urna de la última maqueta del Unicornio que persiguen todos los protagonistas) propiciados por el agudo “do de pecho” final de la cantante. Williams no tendrá problema alguno en reconvertirlos incidentalmente en la base del siguiente fragmento, “The Pursuit of the Falcon”, la gran secuencia (hipersaturada) de acción de la película. Con anterioridad habrá quedado ya expuesto el motivo dedicado a Red Rackhams (el pirata sustentado fílmicamente por Daniel Craig), un vibrante scherzo revestido ocasionalmente de motivos orientalizantes (corroborando la inspiración general en las aventuras del doctor Jones) que finiquitará, con “The Adventure Continues”, el primer relato de esta pretendida trilogía.
El exótico ambiente de “época” conseguido con cierto aire rotaniano para “The Milanese Nightingale” (el apodo burlesco de la Castafiore), además del protagonismo otorgado al acordeón (especialmente en “Capturing Mr. Silk” y en “The Captain´s Counsel”), se une a la fiesta que supone la audición del disco. Y es que detrás del mismo se encuentra un Williams maduro que ya no se limita o conforma a ofrecer un motivo melódico retentivo con el que atrapar al espectador (que también, aunque de características mucho más elaboradas), sino que, llegado a una venerable edad parece haber considerado la asunción de una reflexión global explicitada en esos constantes guiños a su propia obra que clara y nítidamente se perciben escuchando cualquiera de los cortes del compacto. Habrá, en cambio, quien pueda entender que el compositor ya no goza de la capacidad de sorprender de la que antaño hizo gala (convirtiendo en referencial gran parte de su obra), limitándose a asumir discretamente una funcionalidad plegada a ciertas circunstancias de fidelidad (a sus modos y maneras o a su director fetiche, Spielberg), tal como con sobrados fundamentos se le pueda atribuir a otros compositores alcanzados por una reiteración musical escondida y confortablemente acomodada tras unos supuestos rasgos de estilo propio. Puede ser, pero John Williams revela una asombrosa plenitud expresada en un manejo del contrapunto y del juego armónico como pocos compositores son capaces de llevar a cabo hoy en día (las dos primeras pistas musicales del disco ya son magníficamente significativas en este sentido), evidenciando una profesionalidad y un gozo por su trabajo ajeno y añorado en la mayoría de partituras contemporáneas. Y es que el compositor no solo se limita a realizarlo experta y aplicadamente, pues las imágenes y la música caminan cogidas de la mano durante todo el metraje, sino que, además, se divierte con él. Eso es lo que siempre ha marcado la diferencia.
28-noviembre-2011
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