Miguel Ángel Ordóñez
Quién no recuerda asomarse, de pequeño, tras la puerta entornada de una habitación oscura esperando encontrar detrás una terrible realidad de formas monstruosas, cómo la peor pesadilla podía esconderse en un armario o debajo de la cama, o cómo con sólo pensarlo nuestra idílica e ingenua existencia podía derivar en una noche de difuntos. Los miedos de la infancia resultan ser el punto de partida de esta desigual y prometedora cinta que no acaba de encontrar el perfil adecuado a sus contornos convexos. Fresnadillo, ese director encumbrado a maestro del suspense no se sabe bien por qué regla matemática, demuestra su habilidad para la recreación de atmósferas desasosegantes al tiempo que desarrolla una innata incapacidad para conseguir que su relato progrese, sometido, dando vueltas sobre sí mismo como una peonza, a los vaivenes de la incertidumbre, a la paráfrasis de un guión tan vacío como su desaprovechado Carahueca, ese personaje que nace en la imaginación y que se sostiene por el peor de los monstruos: el hombre.
Roque Baños, quien de una vez por todas ha decidido probar suerte en el mercado americano estableciendo su residencia por un año en Los Angeles, ha ofrecido a Fresnadillo, como despedida momentánea del cine español (no olvidemos que con la última obra de Martínez-Lázaro bajo el brazo), un trabajo muy profesional inscribiendo la cinta en el ámbito del terror, otorgando un plus importante a una película en la que su director parece querer conducirse por los territorios del thriller. Esa lucha entre la violencia y la contención domina gran parte de una obra musical moderna, práctica y por momentos osada. Con los acentos a destiempo y el uso de ostinatos stravinskianos en el horizonte, Roque se adentra en una suma de efectos y ruidos, ecos lejanos de una pequeña y revolucionaria soflama darmstadtiana, bastante inusuales en su carrera, una suma de ejemplos de metabolismo, de transformación. Los acordes tenidos de la cuerda en contrapunto sobre inquietantes crescendo en bajos y chelos, las notas limpias entre silencios prolongados al piano, preparan atmosféricamente al oyente para el advenimiento del caos, como si una insana quietud dejara paso a una tormenta eléctrica de atronadoras consecuencias en la que una delgada línea roja separara la claridad rítmica de la complejidad tempestuosa. Roque nos traslada a un espacio accidentado donde en la crispada aparición de los tutti intenta afirmar su personalidad, pletórico de ideas, insuficiente en los timbres, demasiado escaso en los desarrollos. Eso quizás resume a la perfección las habilidades, pero también las carencias, de un trabajo que, aún notable, resulta bastante predecible en sus postulados. Si lo que pretende Roque es azuzar el miedo de la audiencia no cabe duda que lo consigue, pero a la media hora le comienzan a salir las costuras al traje. En ese tiempo la orquesta parece estar intentando imaginar cómo responder a cada descarga de energía, buscando consonancias entre el caos, probando caminos que de una manera u otra parecen, a priori, bloqueados por la disonancia. Hábilmente y en breves dosis, Baños encuentra la solución ofreciendo minutos de enternecedor dramatismo alrededor de una idea (el protector tema de John y la familia, expuesto con nitidez en el longevo desenlace de “It´s Over”) que nos recuerda que la sangre no puede llegar al río, que aquello es una ficción, que el presupuesto holgado no permite licencias más atrevidas. En una historia en la que se conecta la pesadilla vivida por dos adolescentes, nada sugiere mejor la apuesta por lo convencional que el empleo de una voz blanca sobre un mar de armonías que parecen no querer resolverse, esa lucha entre el bien y el mal del que todos sabemos de antemano saldrá malparado el segundo.
El resultado es una obra coherente, potente, formalmente pulcra y aseada, por momentos desmedida, por momentos bella, que demuestra las condiciones de un compositor de talento, de nervio, pero con un atrevimiento ferozmente calculado. Es como si la obra se posicionase en los terrenos de la experimental “El Exorcismo de Emily Rose” pero a última hora a Roque le temblaran las piernas como para dar el salto al vacío que promete, optando por dibujar unos discretos escalones que conduzcan a su público a través de este descafeinado descenso a los infiernos. Ahora le espera una prueba de fuego en Estados Unidos. Es completamente necesario que allí desarrolle su voz propia, que encuentre un camino de autoría más pronunciado. Si no es así será fagocitado por una industria en la que se verá reducido desde la condición de artista a la de artesano puntilloso y tenaz, espacio en el que se sitúan, casualmente, la gran mayoría de sus colegas americanos. Me gustaría creer que no es eso lo que anhela.
21-noviembre-2011
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