José-Vidal Rodriguez
No dudo que muchos aficionados entrarían en éxtasis cuando hace unos meses Intrada anunciaba el compromiso llegado con la compañía Disney para la comercialización conjunta de sus bandas sonoras, un astuto golpe de efecto cuyos frutos no han tardado en convulsionar el mercado: la ansiada publicación en soporte físico de la deliciosa “Up”, primera estatuilla de Michael Giacchino, o la estupenda “20.000 Leagues Under the Sea" de Paul J. Smith, auguran un futuro fructífero y lleno de solds-out para alegría y regocijo de la entidad presidida por Douglass Fake. Basta echar un vistazo a los filmes auspiciados en el pasado por la Disney para concluir que el catálogo manejado actualmente por Intrada le convierte, si no lo era ya, en la discográfica de música de cine más importante del momento.
A raíz de esta nueva relación comercial, el sello californiano ha podido culminar la publicación de “The Black Hole” por primera vez en CD y en versión íntegra, un álbum que ha levantado una desmesurada expectación entre los aficionados. Anunciado su remake para el próximo 2012, el filme original de 1979 fue concebido al amparo del éxito de “Star Wars” y “Star Trek” como un pastiche destinado principalmente al público juvenil, en el que un elenco de viejas glorias se rodeaba de efectos especiales dignos y una historia salpicada por influencias claras del “20.000 Leguas de Viaje Submarino” de Julio Verne. Pese a que la cinta no ha aguantado el paso de los años (resulta imposible no sonrojarse ante el aspecto del robot protagonista), la banda sonora de John Barry venía siendo un auténtico objeto de deseo, ya que hasta el momento sólo vio la luz un LP con diez cortes y poco más de treinta minutos de música disponibles, el mismo vinilo que fue usado como fuente para la puesta en circulación de más de un bootleg en el mercado paralelo. Siendo para Barry su tercera incursión en el género galáctico en tan sólo dos años (tras su partitura para “Star Crash” y su irrupción bondiana en el espacio con “Moonraker”), las luces y sombras del encargo plantean un interrogante obvio: ¿es este otro caso de partitura sobrevalorada hasta el extremo ante su atractivo para el coleccionista? Rotundamente, sí.
Lejos de contar entre lo mejor de su autor, el arranque prometedor de “The Black Hole" parece augurar un material más estimulante que acaba por diluirse por la torpeza de un Barry con pocos recursos para dibujar convenientemente la atmósfera por la que discurre el filme. Los cortes iniciales presentan las dos ideas fundamentales -y casi únicas- del trabajo: en el “Overture”, el británico expone un notable tema fanfárrico que en clave (demasiado) triunfalista será aplicado para resaltar los logros de la tripulación en su afán por escapar de su encierro galáctico. Por su parte, es en el “Main Title” donde el músico desarrolla el tema principal a través de un disimulado vals de formas elípticas, que confluye en una destacada frase imbuida por esas armonías y orquestaciones barrynianas tan esquemáticas y previsibles. Es su clásico juego de trompas-trompetas y un sinuoso contrapunto de cuerdas el encargado, en esta ocasión, de evocar el misterio que encierra el agujero negro en el que se adentrarán los protagonistas.
Contando con estos dos núcleos temáticos de indudable calidad, resulta decepcionante la solución que Barry adopta posteriormente para reflejar el ambiente cerrado de la nave Cygnus, esa especie de Nautilus de la Galaxia. Sus propuestas se asientan prácticamente en la disección y repetición continuas, con intrascendentes variaciones, de los pasajes que conforman el mencionado tema central. Esta técnica, que por habitual en el de York no deja de resultar molesta aquí, origina una sensación de estatismo muy pronunciada en la primera parte del score y posteriormente mitigada con la introducción de un material nuevo de corte sombrío, asimilado a la figura del personaje de Maximilian Schell, que el británico empaña ante su ofuscado discurso de atmósferas dominadas por la melodía más o menos expresa (“Ready to Embark”), echándose de menos recursos que potencien aspectos dramáticos y propicien una mayor sensación de hostilidad. Estos excesos melódicos no sólo sobrecargan bloques eminentemente incidentales ("The Door Opens"), sino también acaban por comprometer el dinamismo de ciertas secuencias, en especial la escaramuza que Barry desluce con estrépito en el corte “Laser”, con una rendición al tema fanfárrico que causa rubor en su fusión con la escena. Ante estos irregulares planteamientos, no es de extrañar la eliminación de varios temas del montaje final. Sin embargo, en los instantes en que el autor regresa a su hábitat natural, en aquellos momentos en los que el lirismo sí encuentra hueco y justificación dentro del cauce narrativo de la historia, es cuando ofrece su cara más amable ("Can You Speak?").
Plagada así de los clichés típicos del compositor inglés, es la orquestación el elemento que intenta dotar de originalidad al conjunto. La obra descubre al menos un lenguaje instrumental inusual en Barry, tanto por la trascendencia concedida a ciertas figuras electrónicas (culminadas en la curiosa rendición del tema principal contenida en "In, Through... And Beyond!"), como por el uso de ese peculiar instrumento de percusión llamado “Blaster Beam”, consecuencia directa de la gran repercusión de su debut unos meses antes en las sesiones de grabación del “Star Trek” de Jerry Goldsmith. Barry y el Laurence Rosenthal de “Meteor”, son los primeros en “tomar prestado” el recurso del maestro californiano, recuperando el singular timbre de un artilugio que desde su aparición en la saga Enterprise ha quedado reservado principalmentalmente a evocar la idea de hostilidad en el espacio.
En definitiva ”The Black Hole”, pese a no tratarse ni mucho menos de un mal trabajo, es por contra el típico ejemplo de partitura que gana enteros con una edición breve como la existente hasta la fecha en LP. Aquel álbum de media hora (que dicho sea de paso, fue el primero en la historia grabado en soporte digital), exprimía en su justa medida la calidad de los dos motivos centrales del score, disimulando por tanto los grandes lastres de una obra que el coleccionismo ha contribuido a mitificar y elevar a los altares de un falso Olimpo, haciendo buena en este caso la expresión popular "mucho ruido y pocas nueces".
19-septiembre-2011
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