José-Vidal Rodriguez
Dos años después de abordar el terror de tintes religiosos con la olvidable “Legion”, el especialista en efectos visuales Scott Charles Stewart retoma la temática católica con el filme “Priest”, situando esta vez la acción en un futuro apocalíptico en el que la Iglesia se erige no sólo en el mayor poder político sino incluso en el protector de la raza humana. Para hacer cumplir sus leyes, algunos sacerdotes se convirtieron en el pasado en auténticos guerreros que lucharon contra la gran amenaza de la humanidad, los vampiros. Un Paul Bettany que parece especializarse en el género repitiendo protagonismo tras “Legion”, encarna el papel de uno de estos sacerdotes guerreros que, desobedeciendo los mandamientos de la Iglesia, se alía con un joven sheriff para tratar de atrapar a una horda vampírica responsable del secuestro de su sobrina. Basada en el comic coreano del dibujante Min-Woo Hyung, la película fusiona múltiples elementos del género del horror y la ciencia ficción, incorporando además claras referencias del western. El entretenimiento está servido, pese a que el producto ofrezca motivos de peso para considerarlo un tibio refrito de muestras anteriores del cine fantástico.
Si bien el cineasta vuelve a confiar en varios miembros del equipo que participaron en la mencionada “Legion”, no ocurre lo propio en el apartado musical. La fría e insustancial aportación de John Frizell en aquella cinta, se ve ahora compensada por el destacado trabajo de un Christopher Young no sólo convertido en el músico vivo más talentoso dentro del género del terror, sino también en uno de los pocos “clásicos” de los 80-90 que han sobrevivido a la limpieza generacional de este Hollywood convulso y desangelado musicalmente hablando. Y es que la partitura de “Priest” demuestra, al igual que trabajos anteriores tales como “Ghost Rider”, la capacidad de Young para incorporar ciertos clichés requeridos por la nueva industria y respetar al mismo tiempo la esencia de su discurso tradicional, algo que permite conservar un sello de identidad propio del que por otro lado carece el 90% de la música de cine actual.
La principal sorpresa del score radica en atender al acabado eminentemente sinfónico del mismo, imponiéndose un discurso en donde la impecable instrumentación desplaza la electrónica hacia un papel más que secundario. El marco temporal de la trama sugiere un futuro descastado, de rasgos ancestrales a lo Mad Max, decantándose así el compositor por una música con prevalencia orgánica, en la que instrumentos como el duduk conviven con leves inclusiones sintéticas normalmente limitadas a aderezos rítmicos. Como acompañamiento a un interesante (y sangriento) prólogo de animación que escenifica la evolución de la lucha entre humanos y vampiros, el compositor expone en el “Main Title” el tema central de la partitura, utilizado con gran mesura con la intención de no afectar al halo épico del mismo. Un ostinato a cuerdas y maderas deudor del universo zimmeriano, es el único vestigio de complacencia que se permite el de New Jersey en una pieza de notable factura, que rehúye ahondar en registros heroicos ya que es el mismo protagonista quien reniega de esta condición. El músico vuelca su talento en la composición de ominosos bloques corales, y precisamente son los coros y la intervención del órgano, protagonista de un sugerente guiño a las célebres tocattas de Bach, los encargados de invocar el elemento eclesiástico de la trama, finalizando este corte inicial con un juego de stacattos que refrendan la magnificencia de la Iglesia en el contexto de la historia. El uso tan sutil que de esta frase principal hace el autor, conlleva que gane mayor peso un tema secundario como el incluido a la mitad del "Faith, Work, Security", una suerte melódica que apela de forma expresiva a la idea de redención. Esta idea reaparece de modo mucho más obvio en el soberbio corte de los títulos finales “A World Without End”, el auténtico highlight del score, que al desgranar este tema secundario con mayor libertad y sensibilidad, logra transmitir una amplitud y grandilocuencia dignas de toda mención.
Siendo la masa coral un elemento importante en el trabajo, el músico de New Jersey no pierde la ocasión de experimentar con solos vocales, contando con la inestimable colaboración de una Lisa Gerrard que inexplicablemente no figura acreditada ni en el libreto del compacto ni en los créditos del filme. Su inconfundible timbre queda asimilado al rol de la sensual Priestess, quién comparte con el personaje central algo más que los votos del sacerdocio. La voz de la solista australiana aporta interesantes matices a temas tales como “Never One for Love” y “Fanfare For A Resurrected Priest”, aun cuando en este último orquesta y voz sigan unos derroteros un tanto convencionales a través de ya trillada solución étnica.
Demostrando una vez más esa versatilidad que le ha convertido en un autor capaz de abordar todos los géneros, la calidad que imprime Young a los bloques de acción es uno de los puntos fuertes del encargo, resultando esta aproximación más llamativa incluso que el discurso ligeramente gótico con el que retrata al protagonista y al entorno bizarro de ese futuro clerical. En este sentido, dos cortes se alzan como auténticos reclamos del álbum: para “The Vampire Train”, el autor construye un complejo tour-de-force asentado en una estructura rítmica que juega con el elemento cinético del ferrocarril (de forma análoga a una pieza perteneciente a su colaboración adicional en “Spiderman 2”), logrando resultados impecables en lo que a sincronía y dinamismo se refiere. Lo mismo ocurrirá con el tema “Detuned Towne”, que siguiendo la senda del anterior en cuanto a la asimilación rítmica del tren, refuerza esta vez la intervención de coros y percusión para enfatizar la violenta resolución con la que culmina el combate final entre el protagonista y su enemigo Black Hat.
Cuando todavía sigue en el recuerdo de muchos la portentosa regrabación del "North by Northwest" realizada en 2007 por la Slovak National Symphony Orchestra, la misma agrupación vuelve a ofertar una interpretación digna de cualquier orquesta de primer orden, desgranando con suma eficacia un score con bloques ciertamente exigentes. Su ejecución no es ni más ni menos que el broche a un trabajo francamente interesante con el que Christopher Young vuelve a reafirmarse como alternativa perfecta al estatismo hollywoodiense actual, máxime cuando es capaz de transmitir la "modernidad" requerida hoy en día sin renunciar a los postulados básicos de su genuina impronta. Que tomen nota otros coetáneos suyos, reconvertidos ahora en pupilos de la funcionalidad más vacua y populista.
14-julio-2011
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