Frederic Torres
La presencia de Arnau Bataller en el presente filme y la consiguiente aparición del disco de manos de Saimel, el constantemente tenaz sello discográfico valenciano que ya había apostado por el trabajo del compositor editando su anterior y reveladora partitura, “La Herencia Valdemar”, consolida el empuje y afianzamiento en la trayectoria profesional de este joven músico, también valenciano, afincado en Barcelona. Máxime si tenemos en cuenta que es inminente el estreno de “La Sombra Prohibida”, la segunda parte de aquella, así como también la aparición de su correspondiente compacto. Se trata, sin duda, de un valor en alza dentro del panorama musical de nuestra cinematografía pues a su calidad compositiva ciertamente expuesta en el despliegue sinfónico de la gótica y bizarra “La Herencia Valdemar”, cabe sumar ahora este trabajo de características totalmente opuestas, revelando una capacidad de versátil adaptación temática indispensable para sobresalir en el medio.
Así es, puesto que aquello que caracteriza y destaca de la presente partitura es el tono melódico con el que se envuelve una obra de honda raigambre nostálgica que basa su baza argumental en el recuerdo de la pareja protagonista, coincidentemente viajera en su edad adulta, del también viaje, en este caso iniciático, emprendido por ellos mismos y su grupo de amigos en plena adolescencia durante el marco de la década de los 80. Pero Bataller, sin desdeñar una perspectiva que apele a los sentimientos de añoranza del espectador, procura no caer en el sentimentalismo más superfluo y epidérmico toda vez que aunque no ignore ciertos rasgos de vitalismo consustancial a los avatares del pequeño grupo, impide que éste se desboque por la pendiente del mero infantilismo, evocando trabajos tan populares como el que, por ejemplo, representó en su momento la televisiva sintonía de “Verano Azul”, debida al clásico Carmelo Bernaola. De este modo, el dulce tono sosegado y reflexivo impuesto por el clarinete es el que marca las pautas del relato musical, contando con el expresivo acompañamiento (en la misma tonalidad) de la guitarra y el piano (cuyos mejores exponentes serán “Me Llamo Cristina”, “París/Durmiendo” o “No Llego/No Tengo Ningún Amigo”). Todo ello arropado por las cuerdas de la The Bratislava Symphony Orchestra, atentamente dirigida por David Hernando, pues aunque el predominio de las componendas íntimas de la historia es evidente, tampoco se trata de una partitura camerística, consiguiendo el compositor que la música pueda transitar sin solución de continuidad tanto acompañando las vicisitudes más propiamente personales e introvertidas como a aquellas de características más épicas (caso de “Ya Es Verano” o “La Cabaña Mágica”, pero sobre todo de “Yo/Tu Estás Bien/Conseguiré Que Vuelva” y “El Cuadro”).
Las evidentes concomitancias argumentales, a modo de homenaje fílmico, con películas de la década tales como la inmensamente sobrevalorada “The Goonies” o, sobre todo, la excelente “Stand by Me”, encuentran su reflejo musical en una serie de secuencias de carácter descriptivo que se mueven entre el dinamismo más expresivo (caso de “Huyendo” o de la inicial “Huevos”) y las presencias misteriosas (“Robando”), sin obviar la jocosa cita imitativa a partir del espagueti morriconiano (en “Desafio/Buscando Compañía”, que incluye los característicos juegos entre la percusión y las flautas, así como el solo de trompeta), incurriendo finalmente, por el dramático devenir argumental, en la superposición y confluencia de ambos aspectos (“Gracias Luis, Probando el Trasto”). Todo ello para desembocar en los pasajes musicales más emocionalmente duros del film que afloran en el desenlace de los aventuras del grupo (“Discusión” y, especialmente, “Adiós Xavi”). Aquí es donde la expresión de la cuerda consigue diferenciar de un modo claramente explícito entre los aspectos meramente sensibleros y la pura emoción derivada del sentimiento más sincero que el compositor trata de establecer a lo largo y ancho de la partitura con la combinación (y complicidad) de los elementos solistas mencionados.
Con este apreciable bagaje a cuestas, no resulta de extrañar que el tono del epílogo (desdoblado en “No Has Cambiado Mucho” y “Os Quiere Mucho”) resulte más maduro y de tonalidad mucho menos bucólica y entrañable que el empleado mayormente en el resto de la partitura, ya que el viaje iniciático ha llegado a su fin, si bien la combinación de diversos solos de piano que anteceden los últimos y evocadores crescendos del filme (antes de finalizar con el omnipresente solo de clarinete) nos retrotraen nuevamente a las coordenadas en las que se ha estado moviendo toda la narración musical, siempre basculando entre lo íntimo y lo épico.
Una obra, pues, de fuertes componendas nostálgicas para toda una generación aunque en absoluto excluyente a la hora de incorporar espectadores/melómanos, que ha sabido traducir musicalmente dicho sentimiento sin caer en la fácil vulgarización demostrando una más que justificada presencia en las nominaciones a los premios Gaudí del cine catalán a la mejor partitura del año (derrotada por la dura y original “Pa Negre” de José Manuel Pagán), cuyo correlato futuro en los Goya no dudamos en que ha de acontecer de seguir en esta progresión. No cabe duda que la presencia de Arnau Bataller va a ser una constante dentro del panorama musical cinematográfico de los años venideros.
14-marzo-2011
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