Frederic Torres
Lo primero que llama la atención de esta nueva entrega de la franquicia (literaria) rival de “El Señor de los Anillos” (y cinematográfica de “Harry Potter”, con la que ha coincidido en las carteleras navideñas) es precisamente la asignación de su compositor, David Arnold, desparecido del panorama musical cinematográfico más allá de sus puntuales trabajos para la saga Bond, a la que, como John Barry en su momento, parece abonado de por vida. Fruto del probable replanteamiento que aquél debe haberse hecho de la deriva de su carrera puede haber sido el concluir que acompañar musicalmente las chanzas del agente secreto más famoso de la historia del cine sea una de las (confesas) aspiraciones cumplidas de su vida, pero no exclusivamente la única, y que la mejor forma de volver a contar como autor de primera línea del panorama musical cinematográfico en los varios años que transcurren entre un proyecto Bond y otro, pasa por hacerse con las riendas de alguna de los producciones más ambiciosas, en cuanto a costes y presunto alcance mediático, de la temporada.
Desde esta perspectiva, se puede decir que Arnold (o su agente artístico) ha logrado dicho objetivo, por cuanto es totalmente cierto que su presencia en esta “Travesía del Viajero del Alba” ha sorprendido al aficionado abriéndole, cuando menos, la expectativa al respecto de los resultados de esta “reaparición”. Musicalmente, Arnold opta por recuperar el sinfonismo que le dio la fama en la pasada década con trabajos como “Stargate”, “Independence Day” y “Godzilla”, insuflando vida a las velas de este “Viajero del Alba” hasta el punto de conseguir que el espectador navegue desde la primera aparición del buque como un marinero más del expedicionario navío. Arnold, que no olvida, integrándolo con moderación, el tema narniano que compusiera originalmente su compatriota Harry Gregson-Williams para los dos entregas anteriores de la saga (sólo un par de temas lo recogen en el disco, “High King and Queen of Narnia” y “Asland”), con obvios y casi obligatorios afanes continuistas, puesto que facilita la identificación y certifica la puridad a los seguidores cinematográficos de estas crónicas, compone para la ocasión un nuevo tema, de proporciones épicas, dedicado al navío protagonista del film, el “Dawn Treader” del título, pero escorado más hacia la representación de lo mágico y maravilloso que no hacia la grandiosidad propiamente dicha. Su esbozada presentación en “Opening Titles”, superponiéndose a la “normalidad” del día a día que los jóvenes protagonistas han de afrontar en su forzada evacuación a la casa de campo de sus tíos para evitar los bombardeos nazis sobre Londres durante la segunda guerra mundial, revela las intenciones de la narración (musical).
En este sentido, “The Painting”, con su crescendo musical, se convierte en un fragmento emblemático de la superposición de planos narrativos que, seguramente, en su momento, hubiera hecho las delicias de los surrealistas por la irrupción de lo mágico sobre dicha cotidianeidad cuando los personajes se ven literalmente sumergidos en la nueva aventura que supone su visita al mundo mágico de Narnia, presentándonos el compositor su nuevo tema en toda su majestuosidad sinfónica, con la percusión y el viento de protagonistas (las semejanzas a “Stargate” aquí –como en otras partes de la partitura- son evidentes), además de dedicarle especial atención al nuevo integrante del grupo protagonista, el gruñón Eustace, primo de los habituales Edmund y Lucy, ya descartados Peter y Susan tras su paso a la edad adulta, con un tema de características burlescas (una especie de galop) estructurado en torno a los pizzicatos de la cuerda (“Eustace on Deck”). Dicho recurso narrativo, que pudiera parecer un tanto denostado a estas alturas, aún sigue resultando efectivo por cuanto introduce el refuerzo humorístico pertinente con que evidenciar las personales características del personaje que, a bordo del “Viajero del Alba” emprende viaje, también iniciático, camino de su madurez.
A partir de aquí encontramos vibrantes fragmentos apoyados en la acción más efectiva (“Lord Bern” –al que tras su sosegado comienzo con el arpa le sigue un dinámico desarrollo con acompañamiento de coro masculino-, “The Green Mist” y “Market Forces”) que insuflan vida a una partitura que, por semejanza temática, podía haber caído en la facilidad epatante que caracteriza la saga de “Piratas del Caribe”, debida al controvertido dúo Badelt/Zimmer, pero que afortunadamente descarta dicha opción trenzando los mimbres en terrenos propios del sinfonismo, alejándose por tanto de aquellos modos y maneras aunque se sufra cierta caída del interés musical trasladándose, ante el bache que suponen los temas “The Magician´s Island”, “Lucy and the Invisible Mansion” (éste con ciertos apuntes impresionistas a tener en cuenta) y “Coriakin and the Map”, al puro refuerzo cinegético, situación que volverá a repetirse entre los temas “The Golden Cavern”, “Temptation of Edmund” y “Dragon´s Treasure” (blandiendo una vistosa percusión), todos ellos de una destacada y forzada tonalidad atmosférica proveniente de la temática de carácter intrigante y misteriosa en la que incurre la narración, incidiendo en un desafortunado arraigamiento de los más arquetípicos modelos de la corrección musical meramente ilustrativa.
No obstante, la circunstancia de la aparición de otros motivos secundarios dedicados a otros tantos personajes de la acción, como es el caso del “honorable” tema (preciosistamente orquestado) dedicado al valiente ratón parlante “Reepicheep”, o el ya mencionado de Eustace, así como el tono evocador de algunos fragmentos como “Under the Stars” o “Aslan Appears”, un tema de resonancias al más puro estilo Bond construido con el plácido acompañamiento de las flautas y las trompas, o “Sweet Water” y el dúo final que componen “Ship to Shore” y “Time to Go Home”, presentadas sin solución de continuidad en el disco, sin desdeñar las exóticas incursiones de carácter ficticiamente folk como la que se ofrece en “Duel”, con una percusión de raíces étnicas y la participación del violín irlandés, ya abocan a valorar gratamente el trabajo realizado aún sin tener en cuenta el plato fuerte de la partitura en que se constituye el extenso fragmento musical (más de 10 minutos de duración) con que finaliza el último obstáculo de este “Viajero del Alba” antes de llegar a su último destino cual es la lucha sin cuartel contra el monstruo marino que ilustra “Into Battle”, de inicial desarrollo en las coordenadas genéricas del más puro misterio ante la desorientada situación de los protagonistas en la resolución de esta intriga final, de posterior desenlace a manos de un poderoso scherzo que llevado a sus últimas consecuencias evidencia las semejantes componendas al trabajo anteriormente aludido del compositor, “Stargate”, que otrora, hace ya dos décadas, le reportara una justificada expectativa como joven promesa a seguir de parte del aficionado.
Posiblemente la exclusión (o reducción) del extenso bloque atmosférico de única justificación narrativa que hemos destacado como principal culpable de cierta saturación musical (y consiguiente pérdida de interés) hubiera dejado el disco mucho más atractivo (por su variedad y dinamismo) para el melómano, pero los actuales modos puristas que caracterizan el todavía hoy especializado mercado de la venta de discos de música de cine, que obligan a la inclusión de toda la música posible de la partitura en el disco, aún siendo también editado especialmente para la ocasión, sin apenas cuestionarse la posibilidad de aligerar la misma despojándola de ciertas redundancias de indiscutible necesidad fílmica pero de cansina formulación en su transmutación digital, impiden una mayor y más magnánima valoración del resultado discográfico final que, de esta manera, resulta un tanto excesivo y alejado del frescor que la audición de los primeros temas del disco podrían hacer creer.
27-enero-2011
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