Ignacio Garrido
Rachel Portman sigue manteniendo intacta esa admirable capacidad que posee para emocionar con su música. "Never Let Me Go" es la mejor prueba de hasta que punto el estilo codificado y estanco de la autora consigue redefinirse una vez más a costa de chocar de pleno con las barreras que sus posibles detractores le tengan de antemano preparadas, pues no es menos cierto que tras más de veinticinco años en el medio su evolución musical resulta prácticamente nula si la atendemos superficialmente. Pero es con una obra como la que nos ocupa cuando se distingue con nitidez hasta donde la compositora ha pulido la esencia misma de su personalidad sonora, logrando una síntesis estilística con la que desde los rasgos más sutiles se pueden obtener los mejores resultados.
Historia de madurez, descubrimiento, amor y amistad bañado de tintes fantásticos (con ecos a "La Isla" de Michael Bay curiosamente) que Portman prefiere obviar de modo inteligente en su aproximación al drama, para abordar un campo expresivo al que siempre ha estado estrechamente unida, el sentimental. Entroncando, pues, con esa corriente vital tan común a ella, el arranque del escueto pero correcto disco editado por Varese con la pieza "The Pier", introduce el hermoso tema central para chelo (que entronca con las líneas maestras de melodías tan destacadas como las de "The Fountain" de Mansell o "A Single Man" de Korzeniowski), una frase melancólica y romántica de cuatro notas de la que se entresacará una melodía secundaria mucho más desarrollada para piano y cuerda de filiación inconfundible (cinco notas ascendentes y descendentes y sus respectivas variaciones, que se complementan de modo sencillo y efectivo) a lo largo de su continuación en "Main Title", con la intervención destacada de nuevo del chelo, que irá conectando los momentos más emotivos con enorme profundidad y poso trágico.
No tardan en hacer aparición los dinámicos scherzos, con dulces maderas, marca de la casa en "Bumper Crop", transmutada rápidamente en gentil pieza de bucólicas resonancias, así como los ecos repetitivos para piano y xilófono de "To the Cottages", envueltos en esa cuerda mágica que recuerda a los mejores momentos de "Chocolat" o "Sirens". El oyente se prepara para momentos de mayor intensidad emotiva con "The Boat", donde el violín solista desarrolla con exquisita brevedad el tema secundario de los créditos, alternado y desarrollado con acierto en pasajes más livianos como "Madame Is Coming", que recupera la estructura de base rítmica habitual de la compositora. Respecto a esto, ciertos momentos como "Making Tea" parecen adscribirse al minimalismo que puebla el grueso de las propuestas dramáticas actuales en la música de cine, pero lejos de desentonar o asumirse como una referencia forzada, entroncan de lleno con el sentido e imbricación del lenguaje propio de la inglesa.
El tema central va surgiendo y desarrollándose con agradecidas intervenciones en pasajes de gran calado como "Ruth´s Betrayal" o "Kathy and Tommy", aportando pequeñas pinceladas y cambios de registro en su empleo, ralentizando o haciendo más doliente su aparición, enriqueciendo a fin de cuentas la partitura con el uso de una melodía exuberante e hipnótica, cuya audición justifica por sí sola la recomendación del álbum. Pero la composición no se limita a esto, pese que una audición liviana la coloque en el mismo saco que las recientes aportaciones de la autora, pues el tono apesadumbrado y difuminado de piezas como "Kingsfield Recovery Centre" ayuda y sirve como estupendo nexo de unión entre el lacerante empleo del tema central, "Unseen Tides", y el amenazador preludio final de "Souls at All", un lúgubre y ominoso pasaje que retrotrae a otra de las grandes creaciones de Portman, aquel celebrado "The Asylum" de "Mi Napoleón", dando cuenta al tiempo de la inteligente estructura conseguida a lo largo de la partitura, hasta alcanzar el auténtico highlight del disco, el resumen final ,"We All Complete", donde se desarrollará profusamente y con desbordante sensibilidad el tema central.
En una época donde la mimetización con el ambiente y la adhesión a las huecas modas minimalistas imperantes son la moneda de cambio, donde la transmutación de compositor a diseñador sonoro es el precio a pagar por mantenerse en la cresta de la ola, la fidelidad a uno mismo parece un sacrificio hasta comprensible. En un tiempo así, Rachel Portman todavía se atreve a componer música. Música bellísima, nada menos, lo cual obliga a - como mínimo - mostrar respeto y en caso de comulgar con sus formas, a disfrutar enormemente de un trabajo que pese a su escasa sorpresa o aportación resulta maravilloso.
23-diciembre-2010
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