Pablo Nieto
Cualquier mirada retrospectiva de la carrera de Hans Zimmer, requiere detenerse obligatoriamente en el año 1988, sin duda clave en el devenir futuro de la filmografía del por aquel entonces jovencísimo compositor alemán, quien con apenas 30 años era reclamado por el director Barry Levinson para encargarle la música de un ambicioso proyecto llamado “Rain Man”, protagonizado por una leyenda como Dustin Hoffman y una estrella en auge como Tom Cruise. El director, que ya gozaba de cierto respecto en la industria gracias a “El Mejor” y “Good Morning Vietnam”, nos presenta este drama familiar a modo de road movie, donde Charlie (Tom Cruise), un joven trepa y desvergonzado, trata de entender por qué su padre fallecido entrega toda la herencia a un hermano olvidado, Raymond, enfermo de autismo pero con una capacidad innata para los números; algo que intentará utilizar Charlie en su beneficio, pero que tras un largo viaje de redención por las angostas carreteras norteamericanas, parando de dinner en dinner, y de motel en motel, terminará irremisiblemente por acercarles más allá de lo esperado. Y así, mientras uno descubrirá que hay vida más allá del triste sanatorio Wallbrook, el otro, asimilará que el cariño del hermano aparentemente insensible, es más importante que el dinero.
Posiblemente en aquel momento, pocos eran conscientes de que se estaba forjando una estrella capaz de aglutinar filias y fobias como nunca ningún compositor de cine en la historia había generado. Ahora poco importa que Levinson pensara antes en Alex North o Randy Newman, con los que acababa de trabajar en sus anteriores films, para encargarles su “Rain Man”. Lo relevante es que se atrevió a darle la alternativa a un compositor casi inexperto, todavía a la sombra del elegante Stanley Myers, pero cuya fuerza y entrega de la interesante combinación de electrónica y sonoridades étnicas de la comprometida “Un Mundo Aparte” (1987), le había impresionado.
“Rain Man” fue el particular Rodeo Drive de Zimmer, un escaparate donde apuntaban todos los focos, gracias al éxito comercial del film, a los cuatro Oscars obtenidos, incluyendo mejor película, y por supuesto, a su sorprendente, pero no inmerecida nominación a los Oscar, que le convirtió en el segundo compositor más joven en la historia en ser nominado a los premios de la Academia (André Previn alcanzó tal distinción con 21 años por “Three Little Words”). Sin embargo, el tiempo pasa, y los mitos tienen el vicio de renegar de su pasado, aunque eso sí, siempre en petit comité. De este modo, si uno le preguntara ahora a Zimmer su opinión sobre sus orígenes, puede que se encontrara con alguna que otra respuesta inesperada, rechazando scores que le encumbraron como “Black Rain” o “Días de Trueno”, y poniendo más pegas de las previstas al propio “Rain Man”. Algo, por otro lado, del todo punto lógico si se analiza la metodología de trabajo actual del alemán, para el que el control de todo el proceso de composición, grabación y post-producción de la banda sonora es un asunto innegociable con cualquier estudio o director que pretenda contratar sus servicios, o subsidiariamente, el de sus protegidos. Por supuesto, en 1988, Hans Zimmer lo único que podía hacer era dar las gracias por la oportunidad a Levinson y limitarse, como así hizo, a dar lo mejor de si mismo en las pocas secuencias en las que se le permitió explayarse.
Más allá de las lógicas limitaciones musicales de un compositor autodidacta, sin formación clásica, huidizo de la escritura clásica de partitura, el autor alemán demostraba ya un talento especial para la interpretación de las necesidades reales de una película y, por eso, en “Rain Man” apuesta por potenciar los silencios musicales en beneficio del duelo interpretativo Cruise & Hoffman. Estos silencios buscados y en ocasiones forzados, son complementados por la abundante música diegética con la que se pretende dotar de un realismo más cercano al film. Así, nos encontramos canciones que suenan en la vieja radio del Buick de los hermanos Babbit y que nos trasladan a la America profunda como” Dry Bones” de The Delta Rhythm Boys y “Beyond The Blue Horizon” de Lou Christie, o en los grasientos Diners donde transcurre parte de la historia y que nos permitirán escuchar la elegante “At Last” de Etta James o “Lonely Avenue” de Roger Glover. Todo ello sin olvidar la reivindicación del pop ochentero de diseño a través del “Nathan Jones” de las inclasificables Bananarama y el “Iko, iko” de The Belle Stars, con el que abre la cinta, presentándonos a Charlie (Cruise) haciendo negocios, supervisando la llegada de cuatro Lamborghinis a Los Ángeles (años después la misma canción sonará con Cruise escalando en “Mission Impossible 2” y con Zimmer tras la batuta de la música incidental).
Ni que decir tiene, que a la postre apenas encontramos 30 minutos de un score, que será usado de manera defragmentada y puntual, pero siempre con acierto. Aún así, se echa de menos una presencia más constante de la música antes del epílogo final, en especial para acompañar el beso de Susanna a Raymond en el ascensor, el divertido paseo conduciendo el Buick por los jardines del Bellagio o la intensa entrevista entre los médicos de Wallbrook con Charlie y Raymond. Resulta también obvio que, musicalmente hablando, del Zimmer de “Rain Man” apenas encontramos vestigios en la actualidad, en especial desde el punto de inflexión que para la carrera del alemán supuso “La Delgada Línea Roja”. Pero el sonido electrónico de Zimmer nada tenía que ver con el monotemático aunque efectivo simplismo, ya añejo, de los Faltermayer, Hammer o Moroder. Una primera dosis de ese sonido lo encontramos en este “Rain Man”, un score mediatizado por uno de los motivos más recordados de la carrera de Hans Zimmer, una melodía vibrante e hipnótica que trata de reflejar el mundo que se abre a los ojos de Raymond a través del viaje a lo desconocido que comienza con su hermano. Ese viaje da inicio en el sanatario mental Wallbrook, y allí será cuando por primera vez los sintetizadores de Zimmer se conviertan en maderas y flautas de pan (wild pan flutes en palabras del autor), arropadas por un rico y variado ritmo a base de percusiones y bajos electrónicos, con el alemán al frente de los teclados. “Leaving Wallbrook” nos traslada al universo Rain Man/Raymond, e incluso hoy sigue mostrándose efectiva esa retentiva melodía indisociable del genial personaje mimetizado por Dustin Hoffman
La apuesta de Levinson por lo diegético resta protagonismo al tema, que no será todo lo aprovechado que debiera, pero es que la interpretación de Hoffmann dejaba poco a pie a dobles lecturas a través de la música. Aún así, es apreciable la presencia de este carismático motivo en los dinámicos cortes “On the Road” o “Train Crossing”, por supuesto en la despedida entre los hermanos (“Train Station Goodbye”), así como en la necesaria y apreciable suite de los “End Credits”.
Si Raymond tiene su tema, Charlie no podía ser menos. A pesar del poco margen que se le concede, el autor alemán, elabora un motivo para el hermano pequeño, quien a fin de cuentas es el verdadero motor del film. Para ello, parte de la misma armonía electrónica y similar orquestación (percusiones y bajos), añadiendo una melodía donde el teclado sustituye a la flauta de pan, y la nostalgia a la aventura, con una original reminiscencia oriental en sus acordes, que resulta más efectista que lógica, pero que aún así funciona. Esta pieza podremos escucharla en cortes como “Putting Ray to Bed”, “My Main Man” o “Charlie´s Memories”.
La frustración de Charlie por sus altibajos emocionales, el rencor hacia su padre fallecido, el sentimiento de culpa por ser incapaz de mantener una relación normal con su recién conocido hermano, su moralidad corruptible… todos estos rasgos y emociones encuentran acomodo en este motivo, a la sombra, eso sí, del tema de Raymond, con el que competirá en el climax de la película, cuando la despedida de los hermanos no hace sino unirles aún más como podemos apreciar en los cortes “My Main Man” y “Train Station Goodbye”. Sin embargo, para llegar a esa sentida despedida, ambos serán sometidos a la dura prueba, uno de enfrentarse a sus miedos a través de violentos ataques de pánico, y el otro a tratar de comprender y resolver los mismos. Situaciones que Zimmer afronta desde la disonancia y la opresión, como lo prueban los cortes “Walk don´t Run”, “Fire Alarm” o “Traffic Accident and Aftermath”.
El largo viaje, no sólo deparará momentos dramáticos, también habrá tiempo para la locura y el desenfreno, sobre todo desde que llegan a Las Vegas, excusa perfecta del compositor para presentarnos su vena hard-rock, acompañando el primer gran momento de conexión entre ambos hermanos, uno contando cartas y el otro el dinero, en el Casino (“Las Vegas”). Durante casi siete minutos, Zimmer se adaptará al dinámico montaje de la secuencia, desatándose musicalmente, al igual que los dos hermanos se despojan de sus prejuicios y miedos. Así es como cobra sentido la poderosa batería, los solos de saxo salvaje, los alaridos vocales (repetidos años después en “La Asesina”) y por supuesto, los teclados de Zimmer, dando cuerpo y coherencia a la pieza a través de retentivos fraseos musicales que se hacen eco de las ideas melódicas sobre las que gira el film. Sin embargo, el mérito de esta pieza no está tanto en sus cualidades musicales o utilización en la película, sino el hecho de que se mantuviera en el montaje final, pues lo más lógico analizando los 140 minutos que dura el film, es que se hubiera utilizado una o varias canciones que nos trasladaran desde el punto de vista diegético al interior del casino. La apuesta de Levinson por esta composición, ayuda a mantener la tensión del espectador, dotando a la secuencia de una fuerza incidental llena de carisma y personalidad propia.
22 años después de la primera edición de la banda sonora (canciones y una representación del score de apenas 15 minutos), Perseverance Records recupera este clásico moderno, presentando la grabación completa del mismo junto a dos bonus tracks con sendas demos del tema de Rain Man y Las Vegas. Sin embargo, la deficiente calidad de los masters y la falta de pasajes novedosos diferentes a los ya editados, deben rebajar la euforia respecto a este nuevo regalo para fans y coleccionistas. Pero allá cada uno con sus expectativas, porque a pesar de que Hans Zimmer sí ha evolucionado, “Rain Man” sigue siendo lo que era, una grata carta de presentación con un notable tema, pero a la postre, y en comparación con otros trabajos que el alemán compondría en el futuro, un score menor.
20-diciembre-2010
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