Miguel Ángel Ordóñez
Retorcida y psicológica, dotada de una belleza hipnótica e imperfecta, “El Rostro Impenetrable” recurre, al igual que muchos otros clásicos del western, a elementos que, como el horizonte y el héroe a caballo sobre un suelo estéril, han sido elevados por su uso a la categoría de clichés. Sin embargo, en esta su única película como director, Marlon Brando se atreve a revisitar el género traicionando muchos de sus cánones. La extraña combinación de mar y desierto, de crestas batientes y rocas puntiagudas y de dunas sinuosas atacadas por un oleaje de polvo y tierra, tienden a equilibrar los estados anímicos de los personajes centrales, de forma que el desierto y el mar bravío se asocian a los forajidos y a la violencia, mientras el océano en calma apela al triunfo del amor y a la verdad. Y es que en el fondo, “One-Eyed Jacks” (título hermoso que hace referencia a los diferentes rostros de su protagonista, a su ambigüedad) no es más que una película sobre una venganza cocinada a fuego lento (Río pasa cinco largos años en la prisión de Sonora por culpa de la traición de su amigo Dad) y servida en plato frío (tras huir del penal y dar con su antiguo compañero, ahora sheriff en un pueblo fronterizo, le embauca con un pasado idílico de correrías con el fin de seducir cruelmente a su inocente hijastra).
Película pródiga en simbolismos visuales (el citado barroquismo paisajístico, Brando vistiendo de un negro sombrío y Pina Pellicer, de blanco impoluto), sorprenden en ella momentos tan narcisistas e insólitos en el género como el de los humillantes latigazos del protagonista a manos del sheriff o ese primer plano testicular de Río adentrándose en el hogar familiar de su antiguo compañero (un encuadre de sus “dos pistolas” preludian la ejecución de su venganza contra Dad y su hijastra). Montada por Brando con una duración superior a las cuatro horas y media, la productora terminó por secuestrar la película y reducir su metraje final a dos horas y cuarto, sustituyendo un epílogo tan trágico como lógico (Luisa muere tras un disparo de su padrastro y Brando inicia un viaje final a ninguna parte) por otro falsamente esperanzador (Río huye y promete a su amada regresar un día a por ella y su hijo), lo que irritó sobremanera a la estrella.
Ese drástico tijeretazo apenas resulta perceptible gracias al magistral trabajo que Hugo Friedhofer nos regala en una partitura rotunda y directa, sensual y melancólica, que sirve para remendar las hechuras de un filme cuya fachada irreverente es cosida a través de una estructura musical de vocación clásica a la que el compositor insufla una permeabilidad modernista pocas veces vista en el género. Si bien su desarrollo horizontal (el melódico) apela a la escuela de la época dorada de la que Friedhofer resulta ser uno de sus más grandes exponentes, su tratamiento armónico y rítmico la entronca con los vanguardistas del momento (North o Rosenman), gracias a una arriesgada concepción vertical, más propia del jazz, que se ve traducida en temas tan contemporáneos como “Meeting After Five Years”. No cabe duda que Friedhofer conoce bien el material que tiene entre manos, puesto que a las innovaciones formales, acordes con la visión simbolista y rebelde del director, añade una escritura elegante y tradicional con la que ofrece, de manera milagrosa, una creíble coartada clásica a la película.
Ya en sus memorables títulos de crédito, Friedhofer acomete un pulcro ejercicio de concreción argumental al resumir, desde una perspectiva musical, la verdadera esencia del relato. El desasosiego que transmite “El Rostro Impenetrable” no sólo proviene de su extraño diseño visual (aparición de paisajes inesperados, predominio de tonos ocres y establecimiento de un contraste visual extremo con el juego de negros y blancos), sino del tratamiento de un guión donde todos los personajes mienten, se engañan entre sí, ocultan los motivos de su comportamiento. Mientras Río (Brando) hace creer a Dad que no le guarda rencor por haberle abandonado en un cerro a merced de los rurales, Dad (Karl Malden) convence a toda la ciudad de que ahora es un respetable hombre de ley incapaz de anteponer las razones personales a su trabajo para la comunidad. Incluso, Maria (Kathy Jurado), la mujer de Dad, esconde a sus vecinos un inquietante pasado como prostituta. El leitmotiv de la obra, la venganza, sirve de catalizador, de arranque de la partitura a través de la introducción de unas notas agudas al metal (brillante tanto en las llamadas de las trompas como en las respuestas en trémolos de las trompetas con sordina). Inquietantes en los pasajes iniciales, las notas reaparecen sin apenas alteración una vez que Río descubre la traición de su compañero (en “Toast to Friendship”, tras un melancólico motivo secundario para solo de trompeta (Pete Candoli) que hace referencia a la amistad de los dos hombres y que Friedhofer recupera en “Escape from the Cantina” y en “Lonely Thoughts”), ejerciendo de insistente alerta motívica para canalizar la sed de venganza que mueve al protagonista (“The Search”, “To Monterrey”, “Prelude to Rape”). Friedhofer vuelve a dar muestras de su genialidad cuando el leitmotiv, ahora deformado en una mueca de dolor, se traslada de Río a Dad al descubrir que su hijastra ha pasado la noche con él, desconfiando de sus verdaderas intenciones (“The Informer”).
Junto al breve leitmotiv central de 10 notas, Friedhofer incluye en el “Main Title” el romántico tema dedicado a Luisa, el único personaje que al decir la verdad brinda una salida redentora al protagonista (“Luisa in Love”, “The Seduction”, “Confession of Love”). Articulada la partitura sobre este fantástico tema, la aparición de un segundo motivo de amor, menos pasional pero también brillantemente orquestado, se asocia a las falsas conquistas amorosas de Río (de hecho es inteligentemente introducido en forma de falsa diégesis para guitarra española en “The Kiss of a Scoundrel”, reapareciendo brevemente en su encuentro con una prostituta en “Capture”). Junto a este material melódico, el compositor enfrenta una escritura de corte tenebrista, que envuelve en un halo de misterio la venganza urdida por el protagonista, a la introducción de un material de acción resuelto a través de técnicas musicales vanguardistas, desde los juegos polirrítmicos presentes en “Pursued by Rurales” al sorprendente zumbido creado por el empleo de todas las cuerdas abiertas y de cuatro cellos en “Escape”, donde incluso la instrumentación, con gran presencia de metales y percusiones (entre ellas un sorprendente uso de los bongos), se aleja de los familiares colores coplandianos triunfantes a finales de los 50 (Moross y Bernstein como estandartes), imitando la tonalidad utilizada por el propio Friedhofer en otra de sus grandes obras, “Vera Cruz”, con la que ésta comparte no pocos espacios.
A pesar de sus múltiples cortes, mutilaciones y cambios durante el montaje final, el score de “El Rostro Impenetrable” respira el sabor de las grandes obras, conviviendo en perfecto equilibrio con las aspiraciones realistas de la cinta, su ligero toque de ambientación localista y una decidida apuesta final por la subtrama amorosa. El resultado ayuda a disfrutar de un western que empieza como un tiro, se desarrolla con una penetrante fuerza ritual y cae en un desenlace tibio, sin que el aparente vanguardismo congele su capacidad para la emoción. Ajeno a lo que nos tiene acostumbrados, el sello Kritzerland cumple aquí con creces gracias a la presentación de una edición doble (álbum y score completo) de sonido impecable, aunque las notas del libreto (escritas para la ocasión por Nick Redman) siguen dejando huérfano al lector de un análisis musical a la altura de las circunstancias. Una muestra más de ese descuido tiene lugar con la inclusión como bonus de un “Alternative Main Title” que, lejos de pertenecer a Friedhofer (Redman y Kimmel guardan un sorprendente silencio al respecto), no es sino el tema de créditos compuesto por Jerome Moross para “The Jayhawkers” (El Halcón de Kansas, 1959), cinta dirigida por Melvin Frank ese mismo año (recordemos que se tardó dos años en estrenar “One-Eyed Jacks” en salas comerciales). Producidas ambas por Paramount, sospechamos que el tema fue utilizado como “temporary track”, antes de la composición del score definitivo (sin ir mas lejos, Friedhofer alude en el libro de conversaciones con la especialista Linda Danley a un pase con música temporal al que asistió con su mujer antes de ponerse en manos de Brando). Aunque el producto presentado esté verdaderamente logrado, esa falta de rigurosidad (que en otras ediciones se traslada al sonido, al diseño gráfico o a la propia selección del fondo de catálogo) es la que aleja a un sello como Kritzerland de un merecido reconocimiento crítico.
21-octubre-2010
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