Pablo Nieto
“En ocasiones veo muertos”. Con este lapidario susurro de Haley Joel Osment, M.Night Shyamalan se hacia un hueco en la leyenda de la cinematografía. Desde entonces su montaña rusa de entretenimiento psicológico y explosión de emociones, teniendo en cuenta el éxtasis de “El Protegido” y “Señales” y su vertiginoso descenso a la mediocridad (con algún repunte como “El Bosque”) actual, parece no haber encontrado fin, siempre a través de una reiterada aplicación de fórmulas demasiado previsibles. Se trata de la metafórica caída del mito hindú, representada ahora por una estupidez llamada “The Last Airbender”, cuyo sin sentido ralla la provocación (especialmente si conocemos el millonario presupuesto del film), a partir de la aburrida historia de un niño “avatar” capaz de unificar a los cuatro elementos con los que se identifican cada una de las cuatro naciones (fuego, tierra, aire y agua) que pueblan la tierra. A diferencia de sus anteriores (mejores o peores) ejercicios de estilo, aquí Shyamalan traiciona la palabra a favor de la puesta en escena.
Algunos se preguntarán qué hace James Newton Howard siguiéndole, a estas alturas, el juego a Shyamalan. La pregunta hace tiempo que se la debió plantear el angelino cuando tras el desastre de “Waterworld”, volvió a aceptar la llamada de Kevin Costner para su “Mensajero del Futuro”. “The Last Airbender”, al igual que los títulos anteriormente mencionados, es un excelso ejercicio de polifonías y emociones musicales, un oasis inspirador escondido en el anodino y tortuoso desierto en el que se ha convertido la banda sonora actual. Un trabajo mayúsculo, fanfárrico, de gran riqueza descriptiva y sinfónicamente inspirado que como le ocurriera con los citados filmes de Costner, trasciende las imágenes, llevándonos a otra dimensión, presentándonos la película como debería haber sido y no como realmente es. Y sin embargo, en sus virtudes encontramos su principal defecto. Howard intenta unificar los cuatro elementos y salvar, como tantas otras veces en su carrera, a una película de su hundimiento, sin tener en cuenta que, al final, su partitura no termina de encajar con el fuego de artificio propuesto por Shyamalan, un mundo carente de espiritualidad y emoción que la magia de la orquestación es incapaz de revertir. No hay espacio en esta composición para la contención y el silencio que tan buenos resultados diera en anteriores colaboraciones de la pareja. La única salida es la distracción a través de la música. Si aislada de la imagen la música de Howard resulta extraordinaria, una vez escuchada en su formato natural no queda otro remedio que desmitificarla.
Ya con el “The Last Airbende Suite” el compositor, en una gran idea, identifica cada uno de los elementos con un instrumento. Las maderas para el Aire, las cuerdas para el Agua, la percusión para la Tierra y los metales para el Fuego. Sobre esas premisas construirá una sucesión de iconoclastas motivos que marcan las directrices del resto de la partitura, apoyados en un destacado sinfonismo, el aderezo de los coros y las percusiones y maderas orientales. El primer motivo creado por Howard es una heroica fanfarria para metales, armónicamente dibujada a través de la rica paleta de colores con la que James Newton Howard ha diseñado su prestigio, que respira un aire muy barryniano, donde los ecos clásicos de “Zulu” resuenan por doquier, acompañando las aventuras del joven avatar y sus amigos en busca de la reunificación de los diferentes pueblos que habitan en la Tierra. La pieza se introduce por primera vez en el corte “Prologue” (desubicado en la edición discográfica), ganando cuerpo en los intensos “Earthbenders”, “The Four Elements Test" y especialmente, "Journey to the Northern Water Tribe", donde Howard potencia sus aires épicos a través de los metales. Este viaje nos llevará directamente a una de las mejores piezas musicales del compositor, “Flow like Water”, una auténtica delicatessen que nos reencuentra con el mejor Newton Howard, cuyo origen gravita sobre las emocionales cuerdas del tema de Avatar, hermosa elegía in crescendo apoyada en la orquesta y metales lo que resulta en uno de los clásicos momentos climáticos a los que acostumbra la colaboración de Shyamalan y Howard. Precisamente esa elegía es la base sobre la que se construye el segundo motivo del film, asociado a los prodigios del niño, a su fuerza interior para desafiar al futuro y asumir sus responsabilidades. Melodía omnipresente, que se revelará imprescindible en cortes como “Hall of Avatars”, “We are Now the Gods” e “Into the Spirit World”.
Las secuencias de acción se verán sometidas al tercer y último motivo, el asociado, a partir del empleo de metales, al Fuego. Propuesta no especialmente novedosa cuya génesis encontramos en “Mensajero del Futuro”, pero sí efectiva y espectacular. De este modo, Howard utiliza todo su arsenal ofensivo en el enfrentamiento inicial de “Earthbenders” y “We Could be Friends”, donde la percusión es abrumadora, alcanzando su zenit en “The Blue Spirit” y en el segundo acto de “We are Now the Gods”.
Como ya le ocurriera a su admirado Jerry Goldsmith, Newton Howard no prioriza a la hora de elegir los proyectos en los que trabaja y por esta causa, muchas de sus grandes partituras pasan desapercibidas debido a la mediocridad del producto fílmico. Y es que “The Last Airbender” habría sido una buena oportunidad para tomarse un respiro en sus colaboraciones con el hindú. Los amantes de la música de cine nos habríamos ahorrado la dolorosa experiencia de ver como una pieza tan fantástica como “Flow Like Water” resulta tan claramente desaprovechada.
11-octubre-2010
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