Frederic Torres
De nuevo Saimel, el ya experimentado sello discográfico valenciano, se apunta otro tanto con la edición de esta partitura debida a Carles Cases por cuanto estamos, sin duda, ante uno de los mejores trabajos musicales del 2009. No vamos a descubrir aquí al compositor catalán, ya que, sin ir más lejos, sus diversos, variados y notables trabajos para directores como Ventura Pons y Gonzalo Suárez hablan por sí solos desde hace ya bastante tiempo, pero indudablemente con esta partitura Cases ha alcanzado un grado de madurez y maestría tal que consigue dotar a cada una de sus notas musicales de una sencillez y una elegancia que sólo pueden provenir de la más pura inspiración y genialidad, de la sabiduría, en definitiva. Configurada como es habitual en sus ediciones discográficas en largos cortes musicales con el objeto de unificar las más breves intervenciones musicales editadas para la pantalla, la obra gana en coherencia gracias al agrupamiento temático con que Cases traza las líneas maestras del disco, presentándonos ya en los dos primeros bloques la ilustración musical puesta al servicio de las protagonistas del film, Eloïse y Asia.
Y lo hace sustentándose sobre un formato camerístico que se ajusta con sutil precisión a la intimista e iniciática historia de amor entre estos dos personajes femeninos. Tanto uno como otro gozan del piano como elemento instrumental destacable y protagónico, pero en “Eloïse” el motivo (y su ejecución) es mucho más ágil, acorde con el personaje al que se asocia, mientras que en “Asia” adquiere un tono más melancólico. También en ambos la cuerda juega un papel fundamental de apoyo (sólo hay que escuchar el comienzo del disco, con esos acordes de características impresionistas), combinándose con los diversos instrumentos que alternativamente van ofreciendo sus intervenciones solistas (la trompeta con sordina y el clarinete en el primero, el violín en los dos) o combinando duettos entre ellos, como en “Eloïse” entre el violín y la trompeta con el clarinete y la cuerda. En “Asia”, en cambio, el registro de la cuerda varía hacia la mayor gravedad, buscando una tonalidad oscura, hasta que irrumpe el solo de violín propiciando un tono lindante entre la evocación y la nostalgia, muy morriconiano, que acompaña dramáticamente las dubitativas andanzas amorosas iniciales del personaje.
A esas alturas, el aficionado ya se ha percatado que está ante una obra especial. Otra pequeña joya que añadir al haber del compositor que con estos pocos elementos orquestales consigue una soberbia miniatura gracias a los delicados, toda vez que emotivos, temas centrales, pero también al uso de una orquestación precisa y fiel a los planteamientos habituales del compositor. De este modo, la contenida incorporación de elementos percusivos en “La Madre” (que comienza, además, con una “llamada” debida a una caracola marina) o “Cama sin Cuerpo” obedece a los criterios contrapuntísticos de “fusión musical” a las que tan proclive es Cases desde los tiempos de la excelsa “Mi Nombre Es Sombra”, así como la introducción de la peculiar y “mágica” sonoridad del serrucho musical (en donde dicho utensilio de trabajo es forzado a tomar la forma de una “S” para ser tocado por un arco) en “Suite Acuática”, en la que también da cabida a unos dramáticos timbales. El scherzo minimalista que incluye este último corte, así como la ralentización del tema central a piano (en el mismo sentido –todos son hijos de su tiempo- que lo suele emplear, en otros contextos, Michael Giacchino) son recursos que el compositor asume y a los que dota de una plasticidad fuera de lo común, aún a pesar de tratarse de herramientas estéticas que pueden entrañar cierta sensación de monotonía o fatiga en el melómano.
En la carpetilla del disco, austera pero suficiente, se comenta el corte “Esbozos en Carbón” destacándolo por su sensibilidad y por la combinatoria de los elementos orquestales que establece, especialmente el piano que de ágil y delicado en su ejecución inicial pasa a reclamar el protagonismo absoluto en el tramo ecuatorial del corte. Es un solo que representa la quintaesencia de la partitura, de clara vocación poética por su sensibilidad melódica, perfectamente contenida toda vez que ofrecida en su esplendor emocional. Un corte musical que se transmuta en una auténtica ofrenda para los sentidos del melómano atento que, no obstante, está lejos de quedar sorprendido si es conocedor de la obra del compositor. Así, constatar la equivocación en el cómputo temporal que aparece en la carpetilla trasera del compacto, excedida en un minuto más de música en su duración, en este caso equivale a transmutar en un pequeño regalo añadido el supuesto tiempo extra.
Con todo, el compositor también afronta las veleidades narrativas que la película plantea con su notable capacidad descriptiva, comprobable en el corte de mayor duración del disco que es “Desenlace”, donde Cases crea una pequeña suite con las intervenciones musicales del tramo final de la narración fílmica. Por ello el piano se torna más tétrico, al igual que la cuerda ejecuta unos scherzos proclives a la generación de un suspense narrativo necesario, combinándose, a su vez, con el morriconiano solo de violín al que el compositor superpone un expectante juego de pizzicatos que contrasta, de nuevo, con el siguiente solo de clarinete, en un registro grave, que viene acompañado de ciertas sonoridades atonales. La superposición, una vez más, de elementos percusivos (ajustados y contenidos, pero audiblemente “visibles”) dan paso al inicial tono desasosegante del piano para finalizar este atmosférico corte con el brioso trío la cuerda, el piano y el solo de violín que son conjugados bajo el scherzo de tonos minimalistas que vitaliza la partitura. Es aquí donde encontramos al Cases generador de atmósferas, al creador de “Darkness”, “Km. 31” o “Dagon, La Secta del Mar”, pero también al narrador musical que ha sabido hacer de su oficio todo un arte.
“Cama sin Cuerpo” es, en este contexto, el brillante y delicado broche final con que finaliza la función y en donde el compositor da paso a la variedad de recursos empleados a lo largo de la grabación, desde la exquisita sensibilidad del comienzo con el piano a los juegos con la percusión o la mencionada ralentización de la ejecución pianística. En esta ocasión, además, se le añade al solo de clarinete otro de flauta que torna más vital y fútil la resolución de la trama, donde el emprendido camino iniciático ha llegado a su fin. El final, concluyendo con las elusivas notas pianísticas dedicadas a la protagonista lo confirma y despide, del modo más elegante, pero más sencillo y natural posible, una partitura tocada por la gracia de la sabiduría mejor aprehendida.
4-octubre-2010
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