Ignacio Garrido
Definir la evolución en la música de cine puede resultar una tarea tan compleja y ardua como innecesaria a la hora de valorar los asombrosos avances que en ella se han conseguido a lo largo de su historia. Basta con echar una mirada a la ristra de genios y pioneros que han ido modelando las ideas sonoras que han poblado el sustrato visual de las películas desde su origen mismo. Desde la invención de los conceptos primigenios por parte de Max Steiner, al imponente preludio minimalista de Bernard Herrmann, el rupturismo estético de Alex North, pasando por la recuperación neosinfonista de John Williams, hasta llegar a finales de los ochenta al pleno asentamiento e integración de los elementos electrónicos como parte crucial del acerbo expresivo de la música cinematográfica por parte de Hans Zimmer.
Desde entonces, ningún músico ha aportado ni definido tanto el rumbo de la concepción actual de las ideas que pueblan el grueso de los estrenos (salvo quizás Thomas Newman) de carácter internacional o taquillero con unas mínimas aspiraciones estéticas. La diferencia que ha venido marcando el teutón en su ideario básico desde su salto a la fama ha sido, sin embargo, la de no sólo adaptarse continuamente al cambio, sino avanzarlo, ir por delante del resto de unos compañeros de generación que se han mantenido siempre a remolque de las ideas de la generación anterior. Ante esto no cabe duda, pues ¿que son si no los actuales enfants terribles que gozan del beneplácito de la industria y el aficionado, Desplat y Giacchino como ejemplos corolarios, más que exhumadores de los restos sinfónicos y estéticos de los ochenta remozados con las ideas minimalistas actuales?
Zimmer siempre fue harina de otro costal. Su ambición por reinar en Hollywood fue pareja a su capacidad para crear en los momentos oportunos, intercalando títulos de animación comerciales (su único oscar por “El Rey León” mediante) con la sucesiva reinvención del género de acción ("Llamaradas", "Marea Roja", "Gladiator") hasta alcanzar la catarsis autoral con "La Delgada Línea Roja" (en una simplista pero efectiva comparación, se podría tildar “Inception” como su versión testosterónica) y su posterior exploración temática y estética con desiguales resultados en "Pearl Harbor" o "El Último Samurai". Y es durante estos últimos años, donde más marcadamente se ha notado el interés del alemán por exprimir su cabeza, por intentar encajar en cintas variadas ideas rutilantes sacadas de una depuración estilística admirable, dando por resultado discos soberbios como "The Ring" o "Batman Begins".
Muestras, al fin y al cabo, de las inquietudes artísticas del compositor posiblemente más comercial de las últimas décadas, que nos hace palpable de este modo la no exclusión de ambas posturas. Llegados a este punto, de pleno derecho es hablar de "Inception", una película que en sí misma supone el maridaje perfecto entre arte y espectáculo, la suma de inquietudes autorales y el producto comercial de calidad. Un sitio perfecto para encontrar al último y mejor Hans Zimmer, al tiempo que un proyecto a cuyas hechuras parecen no alcanzar las interesantes propuestas de David Julyan, otrora colaborador fetiche del director de la cinta que nos ocupa, un Christopher Nolan cuya estela estética sonora parece dejar entreverse en algunos pasajes de esta partitura.
El acercamiento conceptual a “Origen” (en una traducción que desvirtúa de nuevo el significado del título primigenio), resulta perfectamente homólogo al planteamiento de la película, de una sencillez pasmosa, pero logrando unas cotas de virtuosismo pocas veces alcanzadas antes por el autor de “Rain Man” . Formalmente y por adscribir parcialmente la partitura a una corriente musical concreta, es el minimalismo de Philip Glass y John Adams el que pondera en el conjunto, pero el compositor consigue dar un paso hacia delante en el empleo cinematográfico de esta corriente, aunándose a ella su vertiente electrónica más depurada y efectiva.
En términos de diseño sonoro, se logra de nuevo, tras la impresionante “El Caballero Oscuro”, alcanzar la estratosfera de la creatividad, con la enorme contundencia de pasajes como el que abre el disco, “Half Remembered Dream”, donde el aturdidor efecto de contraste entre el bellísimo, hipnótico e hiper-sencillo motivo de dos notas para teclados que ejercerá de central y la rutilante explosión de metales y percusión (con un imponente cluster que ya aparecía en los trailers de la cinta) inmediatamente posterior, marcan a fuego desde su inicio la vocación dual de este trabajo, abordado en todo momento desde la premisa del “menos es más”. Dicho motivo, además, tiene su génesis en la evocadora canción de Edith Piaf con la que el personaje de DiCaprio recuerda a su esposa, pues esas dos mismas notas son las que se obtienen al ralentizar el inicio de la hermosa canción "Non, Je Ne Regrette Rien", al igual que la vida, a modo de analogía, se paraliza inaprensiblemente en el mundo de los sueños. Zimmer manipula ese arranque y lo estira como una banda de Moebius a lo largo de la composición, creando un vínculo muy estrecho ante esa pérdida continuamente rememorada (otro asunto es el chiste fácil que se deriva de que la actriz que lo interpreta, la francesa Marion Cotillard, encarnara a la propia Piaf en la oscarizada "La Vie En Rose").
Zimmer alcanza en los cortes de acción “Dream Is Collapsing” y “Mombasa” el paradigma de la máxima potencia y sencillez, un espectáculo adrenalítico para los sentidos, concebido desde la pureza más simple, la de llevar la idea más sencilla (una sola nota, una pulsión, un ritmo percusivo inalterable) hasta el límite. En el primero con la aparición destacada del solista estrella de este trabajo, el guitarrista (de entre otros grupos “The Smiths”) Johhny Marr – que imprime un fascinante halo de dinamismo subliminal a todas sus intervenciones – y cierto tono a la construcción polirrítmica glassiana, se elabora una pieza absorbente y apocalíptica de magistral desarrollo que se volverá a visitar de forma intensificada en “Dream Within a Dream”. En el segundo la contundencia arrolladora de una percusión hibridada a la electrónica más pulida crece y muta modo orgánicamente hasta el infinito erigiéndose en uno de los highlights del disco y una de las piezas de acción más impactantes de su autor hasta la fecha.
No obstante, en el conjunto también destacan los pulsátiles pasajes de tipo “montage”, donde las cuerdas y la electrónica interactúan en un juego sonoro futurístico etéreo, cuasi místico, incluso próximo en intenciones a las aportaciones de Vangelis o Brian Eno en sus creaciones más interesantes, como las texturas atmosféricas ascendentes y descendentes de “We Built Our Own World” (sugiriendo inmediatamente la ubicación de realidad y sueño con un símil perfecto por su sencillez: arriba/abajo) o el sugerente “Radical Notion” con una elaborada construcción cíclica salpicada de magníficas intervenciones sintéticas, así como poderosos bloques dramáticos de una intensidad asfixiante como “528491”, que se remata con el cluster inicial.
El drama inherente al personaje central encuentra por supuesto su lugar y desarrollo sonoro dentro del cuerpo temático de la partitura, siendo su aparición más importante la que se ejecuta en “Old Souls”, una pista de gélida concepción, pero cargada de un delicado poso trágico y melancólico, en la línea de los caminos explorados por Julyan en “Insomnia” o “Memento”. Con todo el músico aplica distancias, aportando la guitarra de Marr y la alternancia de capas electrónicas de un modo tan sutil como acertado, dejando una sensación en el oyente de inasible distancia y pérdida, hasta rematarla con un obsesivo fortísimo final (en consonancia directa con el trauma del protagonista). El efecto, al tiempo sosegante y turbador, de esta vertiente temática se explotará al máximo en la pista más extensa del disco, la desoladora revelación final de “Waiting for a Train” (con ecos existenciales a “La Delgada Línea Roja”).
Para el epílogo musical, agrupado en los dos últimos cortes, el compositor apela a formas comunes de su muestrario habitual, no por ello perdiendo entidad ni progresión en ningún momento. Es más, aprovecha su sabiduría y experiencia previa (“El Código Da Vinci” o “Batman Begins” resuenan entre las páginas) a la hora de construir un doliente lamento para cuerdas con aires de adagio en “Paradox”, de una contención y síntesis emocional soberbia. Pero como buen artista del espectáculo que es, Zimmer se guarda lo mejor de su repertorio para el final, con la pista “Time”, donde desemboca todo el proceso de articulación y contención emotiva previa, para explayarse con un pasaje que se convierte por méritos propios en una de las cimas de su carrera y la pieza maestra de esta partitura. Un crescendo (con reminiscencias al mítico “Journey to the Line”) rítmico, donde se alterna una pulsión continua de teclado con las dos notas del tema inicial, mientras guitarra, metales, percusión y cuerda se van añadiendo con una intensidad secuencial y estructural perfecta hasta alcanzar un clímax de emoción incontenible. Lejos de ser uno más entre este tipo de temas, “Time” deslumbra y destaca por encima del resto por su matización conceptual, por representar la cuadratura del círculo en cuanto a desarrollo temático expuesto con inteligencia y culminado con la cumbre de la expresividad en dicha vertiente. Cuando con un susurro se puede decir lo más importante, cuando la idea más simple lo es todo.
Y si la partitura resulta impecable, la producción discográfica es insuperable. Sabedor de lo mucho que puede aportar el producir un buen disco a la experiencia auditiva que este genera como parte del proceso de apreciación sensorial de la composición, el autor redistribuye y combina la secuenciación fílmica de las pistas con una concatenación exacta del conjunto seleccionado. Una selección exquisita del material, una duración perfecta, nexos de unión magistrales (el alucinante empalme entre “528491” y “Mombasa”) así como un sobresaliente trabajo de grabación, mezclas y sonido hacen del cd un producto obligatorio. Unas hermosas notas de Nolan y detallados aspectos técnicos ponen la guinda al disco en su envoltorio.
"Inception" supone mirar al horizonte desde el horizonte, apreciando la elaboración, impacto e inquietud artística de Hans Zimmer dentro de la industria como un logro descomunal, un nuevo paso adelante en la asimilación y sublimación de ideas rotundas, plenas de sentido y evolución temporal y estética. Un trabajo que marcará un antes y un después dentro de la música de cine contemporánea.
2-septiembre-2010
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