Frederic Torres
Que la edición discográfica de esta banda sonora haya tardado casi un año en salir al mercado desde el estreno de la película, siendo ésta, además, la gran triunfadora de los premios Goya del año 2008, lo dice todo sobre la paupérrima estructura industrial que deben enfrentar los compositores de cine por estos pagos. Si, además, complementamos estas decepcionantes circunstancias comerciales con la falta de apoyo de parte de la propia Academia de las Artes y las Ciencias que, en este caso, no consideraron siquiera la nominación como mejor partitura del año a un trabajo que evidenciaba sobradamente dicho merecimiento, poco más puede acaecer para sepultar los ánimos de todo aquel creador que fije quiméricamente en este campo musical (el de la composición cinematográfica) sus objetivos como terreno creativo y profesional en el que desarrollarse.
Con este panorama, no cabe más que congratularse del nacimiento del sello Singular Soundtracks, que con innegable vocación y con los pies en la tierra (pues la presente edición ha gozado de una tirada de 500 ejemplares, en principio adecuada y más que suficiente para el mercado nacional, aunque pueda parecer tremendamente reducida frente a otras ediciones “limitadas” de hasta 10.000 ejemplares, como la reciente “Black Sunday” de John Williams, a cargo de Film Score Monthly), ha recuperado este importante trabajo (entre otros títulos ya clásicos de la historia de la música de cine española –como los dedicados a Waldo de los Ríos- y otros un tanto más sorprendentes si atendemos a su filiación foránea –caso de los de Mancini y Rodney Bennett-) para gozo y disfrute de un aficionado que, lamentablemente, no había tenido más remedio que resignarse a su pérdida, engrosando así la lista de trabajos malditos (por inexistentes o por encontrarse descatalogados) con la que cuenta la cinematografía española más o menos contemporánea.
Pero más allá de las azarosas peripecias por las que haya podido atravesar la edición discográfica de la partitura, cabe señalar que estamos ante un notable e interesante trabajo que, a todas luces, reclamaba su difusión para que se pudiera constatar a través del disco aquello que el espectador ya había percibido, musicalmente hablando, durante la proyección de la película, como es la afirmación de una personalidad única, la creación de un mundo musical exclusivo perteneciente y reconocible como propio de esta y no de ninguna otra película. Es verdad que ya sea por su propia trama argumental (incluyendo las diversas pesadillas protagonizadas por la niña Camino) o por las peculiaridades contextuales del film (que llevan al contraste más absoluto entre las escenas hospitalarias, los interiores de la modesta casa familiar o las dependencias del Opus Dei y las pertenecientes a la parte iniciática del relato –incluyendo también vistosas ensoñaciones al respecto-, con el tierno e inocente enamoramiento de Camino y Jesús, los jóvenes protagonistas del film), la riqueza musical acaba, necesariamente, por resultar variada y propiciadora de la creación de distintos temas de importancia, a pesar de estar básicamente asentados en la dualidad entre aquello que podríamos definir como los componentes místicos del relato y los iniciáticos.
De este modo, Rafael Arnau y Mario Gosálvez, los dos compositores de la partitura, habituales del director Javier Fesser para el que ya habían trabajado brillantemente en la adaptación de la primera aventura de los inefables Mortadelo y Filemón, se ufanan en aplicarse a la creación musical con la que afrontar la propuesta fílmica, creando toda una serie de temas de mayor o menor peso específico, necesarios, todos y cada uno de ellos, por su importancia y relevancia, para los distintos momentos de la narración. Entre los dos músicos se van repartiendo la labor compositiva equilibrando el resultado en un delicado balance de temas centrales cuya autoría queda distribuida equitativamente y que incorpora, del lado de Arnau, aquel que podríamos considerar el tema central de la película, el de la pequeña cajita de música con el logo CGS, perteneciente a la compañía de seguros en la que trabaja el padre de la protagonista y que hace pasar, al regalársela a su hija (en un ingenioso alarde de inventiva poética cotidiana), por una “Cajita de Guardar Secretos”. Se trata de un tema de características minimalistas, resuelto con sintetizador, que cobra su mayor importancia cuando en “Persiguiendo al Ratón”, Camino (y con ella el espectador), creyendo estar jugando con un pequeño roedor, acaba por percatarse que, en realidad, se encuentra viviendo una auténtica pesadilla. Asimismo, también se debe al compositor la especificidad musical de ésta última, con la creación de un bloque, “Pesadilla en el Cementerio”, que a modo de una especie de “Noche en el Monte Pelado” particular, incorpora unas maneras atonales y unos coros de resultados aterradores. Es el tema que también podríamos considerar como el del “Ángel Custodio”. Se trata de un bloque musical impresionante al que, tal vez, se le echa en falta un punto de nervio, pero que, sin duda, cumple efectivamente con aquello para lo que fue creado. Un auténtico “tour de force” orquestal de característica personalidad.
Aún se atribuye el compositor un tema más, el que podríamos considerar de amor, escuchado en “Mr. Meebles” y, sobre todo, en “Amor en la Cuesta de Moyano”, con un solo de violín, en este último, a cargo del afamado solista Ara Malician, que ilustra musicalmente ese primer amor vivido entre Camino y Jesús, finalizándolo premonitoriamente de una forma un tanto abrupta, representando así simbólicamente la imposibilidad de la consecución de dicho amor.
Sin embargo, es Gosálvez quien abre la película con “La Antesala del Cielo”, tema que incorpora, en su brevedad, unos coros que establecen, gracias a sus características inquietantes, el tono musical del film. El “Adagio” dedicado a la pequeña protagonista, acompañándola en su lucha por sobrevivir y sobreponerse al dolor de la enfermedad, que recuerda al famosísimo y no menos cinematográfico del norteamericano Samuel Barber, dota de una ajustada hondura y profundidad emocional, gracias al lirismo de la cuerda, a unas imágenes que huyendo de los aspectos melodramáticos que la narración pudiera entrañar, ven perfectamente reforzadas, así, con esta creación musical, sus propuestas emotivas. “Amor y Luz”, “Regalito del cielo” y, sobre todo, “En Olor de Santidad”, culminan la partitura acompañando el traumático y agónico tramo final de la película con una combinación de recursos que transmuta el inicial tono lírico en una auténtica pesadilla, continuada en la película con la incorporación del tema perteneciente a la banda sonora de “Sleeping Beauty” de Walt Disney, adaptación, a su vez, del clásico de Tchaikovski debida a Leigh Harline, que tiene un importante papel protagónico en el film, pero que está totalmente ausente del disco. No ocurre así con la canción “Cigarettes”, que sí está presente en el disco (uno de los pocos momentos de respiro que ofrece el relato, acompañando el paseo “de compras” de Camino con su madre antes de manifestarse la enfermedad) o “The Morning After”, interpretada por Manuela Vellés, actriz que encarna a la hermana de la protagonista, en una pequeña licencia que el personaje se permite, al estar completamente abducida por la secta (que así es como se la considera en el film) que es el Opus Dei.
Una obra, pues, importante de la música de cine reciente de este país que debería haber descubierto a dos interesantes compositores en el momento de premiar al film (ya no sólo por el efecto “arrastre” que podría haberse producido, sino por su propia valía) y que, en la parte que le corresponda, este nuevo sello discográfico, al que le auguramos lo mejor, intenta paliar con, al menos, su edición discográfica. Se agradece.
19-abril-2010
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