Gorka Cornejo
Con siete películas estrenadas en 2009 (una de ellas, “Cheri”, compuesta el año pasado), Alexandre Desplat está demostrando no sólo una asombrosa capacidad de trabajo sino, a tenor de la calidad media de todas ellas, una madurez profesional prácticamente incomparable. La abundancia de proyectos, motivada sobre todo por la acumulación de interesantes peticiones de colaboración a las que el francés reconoce no haber podido negarse, el resonante eco mediático de algunos de ellos (la espléndida “New Moon”) y el prestigio de muchos de los directores para los que está trabajando (Anderson, Fincher, Frears, Guediguian, Polanski, etc.) lo están catapultando a lo más alto del panorama internacional. Compositor cinematográfico de raza (confiesa haber deseado desde niño convertirse en músico de cine y no albergar ninguna necesidad de componer música concertística), su creciente implicación en la industria de Hollywood y sus exigencias camaleónicas le ha servido de campo de entrenamiento para desarrollar una maestría prácticamente incomparable a la hora de adivinar la estructura y textura musicales apropiadas para cada proyecto. La magnífica partitura de “Un Prophète”, última colaboración con uno de sus directores fetiche, Jacques Audiard, es un nuevo ejemplo de su impecable forma de entender el oficio.
Malik el Djebena es un joven de origen marroquí, cultural y religiosamente desapegado de la tradición musulmana, que ingresa en la cárcel para cumplir una condena de seis años. Allí se encuentra con un enfrentamiento entre bandas en el que inicialmente pretenderá no involucrarse, pero rápidamente es reclutado por Cesar Luciani, el jefe de la mafia corsa, máxima autoridad en la cárcel, que le obligará a elegir entre asesinar a un preso árabe (testigo en un juicio que lo incrimina) o morir. Tras este bautismo como sicario, que lo traumatizará de por vida (la presencia del fantasma de su víctima lo acompañará en todo momento, guiando sus acciones y manipulando la reelaboración de su ética personal), Djebena irá poco a poco ganándose la confianza de los corsos y tratando paralelamente de convertirse en uno de ellos: estudiando su lengua, imitando sus costumbres, profundizando en su enfrentamiento con el grupo de los musulmanes, para los que no es más que un traidor. A medida que pasan los años, Djebena va introduciéndose más y más en los negocios que mantiene Luciani en el exterior, aprovechando sus privilegiados contactos para disfrutar de permisos temporales durante los cuales ejecuta las gestiones que le encarga el mafioso pero al mismo tiempo emprende negocios propios que lo aproximan a redes musulmanas, lo cual inicia un doble juego a espaldas de Luciani que llevará al enfrentamiento definitivo entre ambos. Djebena, demostrando ser un excelente estratega, acabará ganándose el favor del grupo de los musulmanes y convirtiéndose en su líder, ultimando violenta y definitivamente el “golpe de estado” que desbanca a Luciani.
Brutal drama carcelario, “Un Prophète” trasciende los límites del género gracias precisamente a la inteligencia de un director que sabe incorporar a la historia de Malik el Djebena toda una rica gama de ingredientes psicológicos e ideológicos: no se trata (sólo) del ascenso de un vulgar delincuente a la cima del poder criminal y la autoridad de facto dentro (y fuera) de la cárcel, sino del proceso de transformación de una identidad que arranca desapegado de sus orígenes culturales y que poco a poco irá asumiéndolos, en función, primero, de sus inteligentes tácticas en la esfera de los negocios sucios, en segundo lugar por la influencia que ejerce sobre él otro preso musulmán del que se hará amigo y socio, y en tercer lugar gracias a la leyenda que se crea en torno suyo según la cual puede adivinar el futuro, o mejor formulado, “profetizar” lo venidero. Cabe decir que es Desplat el principal encargado de subrayar esta transformación, pero la técnica empleada por el compositor no puede ser más sutil y alejada de lo que muchos de sus colegas hubieran hecho (esa irreprimible y maldita tendencia a las referencias étnicas que tanto tambor/flauta/voz y tanta vacuidad ha aportado al cine contemporáneo): adscribe al personaje principal una música ascensional de casi idéntica formulación a lo largo de toda la película, un leit-motiv generado en base a tres notas ascendentes sobre una nota pedal sostenida (“Un prophète”), que ayuda a profundizar en el mundo interior del protagonista, afirmando lo que éste no verbaliza y mostrando una esencial coherencia que contrasta con la transfiguración aparencial, como si el personaje estuviera desde un principio llamado a convertirse en lo que finalmente representa (¿un trasunto de la llamada divina que finalmente acaban asumiendo tanto Mahoma como Jesucristo?). Y decimos que la formulación de este tema es casi idéntica a lo largo de toda la película porque, en realidad, sí que hay un ligero cambio, o mejor una novedad progresiva, en forma de variación introducida muy poco a poco por parte de Desplat y que viene a representar la gestación de lo más parecido a un “tema heroico”, si bien carente de toda pomposidad, más bien al contrario, reflejando la constatación de la zozobra y la inquietud: lo escuchamos en la trompa en la segunda mitad del corte “La sortie”, en versión todavía tímida pero completa, al piano, en “Le pouvoir”, y netamente resuelta, de nuevo en la trompa, en “La prophétie”.
Al concentrarse a lo largo del metraje casi exclusivamente en el personaje de Djebena, Desplat realiza una distinción espacial entre la cárcel y la vida exterior, si bien la diferencia la marca el propio Djebena al irradiar un tipo de música que invade el espacio que habita. Dentro de los muros y los barrotes, escuchamos no sólo este tema principal al que nos acabamos de referir, sino además todo un ramillete de material diverso, aunque íntimamente relacionado con el leit-motiv del protagonista, que se caracteriza por su diafanidad espiritual, casi celestial, generalmente interpretado por la cuerda con aderezos de piano o xilófono (“Les rèves”, “La neige”, “Visions”, “Le ciel”, “Vie et mort”). Es la música de sus aspiraciones, pero también la de su soledad, representando la idea de que sólo se tiene a sí mismo para sobrevivir en la peor de las junglas. No hay que olvidar la presencia del “fantasma” de su primera víctima, recordatorio perenne del momento en que murió el antiguo Djebena y nació el nuevo, el que debe tomar las riendas de su vida y encaminarse por senderos ciertamente desagradables, pero necesarios. Las escenas en las que Djebena se enfrenta a la imagen inquietante del muerto (espeluznante la escena en la que ambos comparten el reducido espacio del catre) están enriquecidas por esta música etérea y reflexiva, porque no representan otra cosa que un examen de conciencia, un purgatorio ineludible previo a la ascensión, la asunción del protagonista de su nueva y auténtica identidad. El exterior, las calles, la ciudad, el escenario de los crímenes, de los negocios, repleto de persecuciones, asesinatos, momentos de gran tensión, reciben un tratamiento musical más tenso y asfixiante, caracterizado por ritmos perpetuos y ostinatos que mezclan orquesta y sintetizadores, sin por ello perder de vista el motor generador de la música, el personaje de Djebena, y su esencial mansedumbre o estoicismo (“Le respect”, “Du Drahan pour L´Iman”, “Gunfight”).
“Un Prophète” rezuma elegancia y sabiduría por los cuatro costados y hubiera merecido una edición discográfica más centrada en ofrecer un desarrollo completo y cabal del espléndido planteamiento ideado por Desplat y Audiard, en lugar de incorporar tantos fragmentos de diálogos y canciones (si bien merece la pena destacar la bien intencionada y pertinente utilización, en los créditos finales, de la balada de Mack el Navaja de Weill y Brecht por las conexiones argumentales y estéticas que suscita). Músico y director merecen el aplauso del aficionado aunque sólo fuera por atreverse a plantear una película carcelaria, seca y violenta con una aproximación musical que no cae en la muchas veces hipócrita tendencia de arrinconar recursos instintivamente relacionados con el “sinfonismo manipulador” en pos, se supone, de una música más bruta, puramente física, agresiva, más “realista”. En unas recientes declaraciones, Desplat afirmaba que la fórmula para una buena banda sonora consiste en el difícil equilibrio entre dos axiomas: “función” y “ficción”. La “función” se refiere al hecho de que toda partitura cinematográfica debe adecuarse y servir a lo que se ve en pantalla. La “ficción” viene a representar, en palabras del compositor, la acción y la imaginación, es decir, lo que se añade sin ser necesario, pero pudiendo resultar decisivo. Sobria pero emocionante, precisa e insobornable, ”Un Prophète” es la plasmación de esta filosofía.
25-marzo-2010
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