Gorka Cornejo
Con el presente volumen se inicia aparentemente una colección de compactos editados por el sello del propio Howard Shore con los que el editor y productor musical Jonathan Schultz va a dar salida a los muchos trabajos del compositor inéditos hasta la fecha, incluyendo bandas sonoras, obras de concierto, canciones y variopinta miscelánea. Una iniciativa muy interesante que esperemos tenga la suficiente continuidad. Desde un punto de vista de reclamo para el aficionado, este primer volumen destaca por presentar por vez primera material de la banda sonora de la película “¡Jo, qué noche!”, también llamada “After Hours”, título importante en la filmografía de Shore por varios motivos.
Por un lado, cabe suponer la trascendencia que debía tener para casi un recién estrenado compositor de cine trabajar en colaboración con Martin Scorsese, si bien el Scorsese de entonces (1984) no atravesaba su mejor momento: a los desastrosos resultados de “New York, New York” y “The King of Comedy”, que la intermedia “Raging Bull” no logró atenuar (hablamos de su credibilidad dentro de la industria, no de su calidad como director), había que añadir la borrascosa inestabilidad de una vida personal complicada por la adicción a las drogas y a las relaciones autodestructivas. Deprimido, desorientado y con muy poquitas ganas de retomar su carrera, Scorsese recibió el encargo de dirigir la película casi como una cura de reconstrucción existencial, logrando verter en ella gran parte de su amargura y sobre todo dando una lección de cómo un verdadero artista puede tomar un material totalmente ajeno y modelarlo hasta hacer de él no sólo una gran película sino también una alegoría de sus circunstancias personales. “After Hours” fue un éxito y una ocasión especialmente feliz para el encuentro de dos artistas destinados a continuar su colaboración casi veinte años después.
Por otro lado, “After Hours” muestra a un Shore en plena búsqueda de su propia voz como compositor. El cine, a estas alturas, empieza a ser el principal campo de actuación del músico, tras una década formativa en televisión (las series de humor “The Hart and Lorne Terrific Hour” y “Saturday Night Live”) que compagina con proyectos musicales propios (el grupo Lighthouse, donde interpretaba el saxo y la flauta y escribía algunas canciones) y esporádicos encargos cinematográficos, principalmente los que le van llegando de su principal valedor, el pujante David Cronenberg (“The Brood”, “Scanners” y “Videodrome”). Es gracias a las películas de Cronenberg como Shore va ejercitándose en la técnica cinematográfica, en un género además muy dado a la experimentación y con un director con especial tendencia hacia un cine conceptual, es decir intelectual, con el que Shore se irá a la vez puliendo y alimentando y que en gran medida acabará delimitando sus coordenadas estéticas. “After Hours” es importante para la carrera de Shore porque de alguna manera le abre las puertas de Hollywood, y con ello, la oportunidad de trabajar en una serie de películas que le obligarán a cambiar de tono, género y público, a adaptarse a las necesidades particulares de cada proyecto pero sobre todo a una forma más popular o liviana de dirigirse al público. Este proceso, que tiene como hitos películas como “The Fly” y sobre todo “The Silence of the Lambs”, hay que entenderlo como una especie de servicio militar que permitió al compositor obtener un entrenamiento profesional imprescindible para convertirse en algo más que un Nyman o un Glass, es decir, un compositor contemporáneo que picotea del cine pero para los que su música, su estilo, lo es todo. De haberse limitado al universo proteico de Cronenberg, Shore no sería hoy por hoy tan exacto, tan sintético, tan rico ni tan complejo.
En “After Hours” nos encontramos con un Shore experimental no demasiado alejado del de “Videodrome” pero que avanza pasos hacia una fórmula musical (en cuestión de su aplicación y también por contenido) más convencional, además de subalterna. En manos de un director que basa su expresionismo en la ruptura espasmódica de las convenciones, Shore se ve conducido a un diseño musical conceptual y formalmente muy preciso, estático, es decir, que no tenderá al desarrollo y la transformación, como ocurre en las películas de Cronenberg al hilo de las progresiones psicológicas –o físicas- de los personajes. Scorsese necesita que la música exprese el progresivo e imparable descenso a los infiernos de Paul Hackett, ese oficinista gris, ese nuevo Jack Lemmon de los 80, que se verá envuelto, víctima de su buena educación y mejores deseos, en la tela de araña de la ciudad, una Nueva York alucinada, dantesca, donde ya nadie confía en nadie. Shore plantea un score totalmente cimentado sobre el sonido de un tic-tac de reloj, como evidente subrayado del paso del tiempo, o mejor, de esas “altas horas” a las alude el titulo en las que una persona normal debería estar durmiendo. Sirviéndose de un leit-motiv muy básico pero de enorme elasticidad, recurrente y circular, Shore acompaña la pesadilla de Hackett con sutileza, aportando incluso cierta serenidad, enfrentando a los ritmos melodías solitarias, no exentas de ironía y conmiseración, con las que alude a la naturaleza pequeña, simple, dócil de ese ciudadano cualquiera (nuestro alter ego y el de Scorsese). El compositor acierta de pleno al elaborar una banda sonora completamente electrónica porque es mediante este recurso como Shore consigue plasmar muy nítidamente un mundo urbano y nocturno frío, inquietante, desconectado de la realidad normal, como un hiato de anarquía, un tiempo irreal (que de hecho, la estructura circular de la narración invita a considerar una interpretación de lo ocurrido en clave de mal sueño).
La brevedad del score de “After Hours” ha llevado a los responsables de la presente edición a incorporar otras obras, entre las que destaca un breve extracto de la partitura de Shore para el documental “Heaven”, dirigido en 1987 por Diane Keaton. Empleando sonidos sintetizados (“orquesta” y coros), Shore ensaya una elegía simple y diáfana con la que ilustrar esta película sobre las ideas que los seres humanos tenemos de lo que nos acontece después de nuestra muerte, planteamiento que obliga a esquivar acercamientos musicales que impliquen un posicionamiento en tradiciones litúrgicas concretas. Así, la pieza que nos proporciona este curioso recopilatorio de trabajos inéditos, camina por derroteros celestiales pero un poco new-age, es decir, un tanto vacío de contenido. La colección se completa con 7 piezas aparentemente autónomas pero coincidentes por el campo semántico de sus títulos, a saber, el café y sus diversas modalidades. Sin tratarse de algo extraordinario, son piezas interesantes por lo que tienen de fósiles de una etapa imaginamos que temprana en la carrera de Shore, en las que uno puede rastrear sin demasiados problemas huellas de lo que hoy es un inconfundible estilo (no cuesta encontrar al Shore de “Ed Wood” en “Robusta” o al de “The Score” en “Espresso”). Aunque en ningún momento se explicite que estas 7 piezas formen parte de una obra determinada, la coherencia instrumental y formal que existe entre ellas hace pensar en una suerte de suite anónima, con la que Shore juega a expandir el idioma jazzístico acercándolo a los postulados de su música de cámara, algo del todo interesante para el aficionado que se interese verdaderamente por la carrera del compositor.
14-diciembre-2009
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