Frederic Torres
Una poesía insertada en la última página de la carpetilla del disco, dedicada por Eleni Karaindrou a una de sus personas más cercanas, es el único texto que encontramos en el disco de su última colaboración con el director Theo Angelopoulos, que si bien no nos referencia nada acerca de su colaboración profesional, sí nos ubica en el tono de esta nueva y exquisita propuesta musical con que nos ofrenda la compositora, inseparable colaboradora artística de uno de los creadores más reputados del cine mundial, que a lo largo de tres décadas ha ido cimentando una propuesta cinematográfica de una valía artística incuestionable, a contracorriente de modas imperantes y sensible únicamente a la más rabiosa y arriesgada expresión personal construida sobre una estética y un mundo tan propios como alejados de la mediterraneidad originaria de este cineasta griego.
Su insistencia en los reconocibles signos estéticos y formales con que aborda cada nuevo proyecto, exasperantes para unos, los más (irrecuperables espectadores abducidos por la mayoritariamente aberrante industria norteamericana que hace tiempo tiene poco que ofrecer), un éxtasis para otros, los menos (fieles seguidores toda vez que esforzados espectadores de un tipo de cine que considera que aún quedan algunas cosas que “decir” y “mostrar”, aún a riesgo de equivocarse), ha hecho que la compositora haya resultado una de sus más próximas e indispensables colaboradoras en la consecución del referente visual con que cualquiera, detractor o defensor, es capaz de reconocer una escena u otra de alguna de las películas del cineasta.
Y ello porque Karaindrou ha sabido ofrecer la correspondencia musical adecuada, el complemento perfecto, a esa “frialdad” con que Angelopoulos se expresa en imágenes, por cuanto la ha teñido de una tristeza melancólica que consigue accionar los mecanismos pertinentemente reflexivos en el espectador, toda vez que sitúa en un primer plano un fuerte sentimiento evocador. Lejos, ya se ha dicho, de la supuesta festiva vitalidad ribereña del Mediterráneo, el director siempre ha congeniado con un mundo expresivo más cercano al de cineastas del norte (Dreyer, Bergman, Tarkovski, Kieslowski, Sokurov), con los que ha compartido no sólo sus imágenes armadas sobre planos-secuencia “inamovibles”, lentos y de efecto distanciador, fríos, sino también el propio paisaje real, físico, del que se ha nutrido mayormente su cine, mirando más hacia el interior de su país (“Landscape in the Mist”) y del continente (“Eternity and a Day” o este “Dust of Time”, no estrenado todavía por estos pagos, donde diversos escenarios europeos comparten protagonismo, destacando especialmente Rusia y Siberia), que no hacia el mar a través del cual su nación dio a conocer la “civilización” al mundo.
Complemento, decimos, porque su música ha sabido arropar a lo largo de la ya larga trayectoria conjunta de ambos creadores, con la calidez justa y necesaria que propicia el sentimiento poderosamente nostálgico que desprenden sus notas, el peculiar estilo del director y su principal referente temático, a saber, la búsqueda del padre, contextualizado en el devenir de la Historia (así, en mayúscula). El empleo austero de solistas que dialogan a lo largo y ancho de sus partituras, ora a través de solos, dúos, tríos o cuartetos (como en la mayor parte de los temas de este disco), ora con una pequeña formación de cuerda (también con otra apreciable cantidad de temas aquí representados), ora con orquestas de proporciones sinfónicas cuando la ocasión lo requiere (como en “Seeking” o en “Dance Theme” en la presente partitura), son la característica predominante de su música y, por ende, también de la presente grabación.
Y aunque la melodía aflore desde el primer corte musical que abre el disco, “Le Temps Perdu”, con un dúo entre el violín y el arpa; continúe en la habitual clave melancólica con el “Dance Theme”, en su versión de formato minimalista, a saber, con la ya mencionada y característica pequeña formación de cuerda dialogando con el arpa y acompañada de un acordeón de evidentes connotaciones nostálgicas; prosiga con el cálido “Waltz by the River”, un animoso (dentro de lo que cabe) vals interpretado por un trío conformado por el violín, el acordeón y el arpa; e introduzca un bellísimo solo de violonchelo como el escuchado en “Tsiganiko”, no nos engañemos, pues no estamos, para entendernos, ante la exuberante calidez que puede proporcionar el melodismo más exacerbado de, por ejemplo, otros compositores ribereños como los de la escuela italiana (Morricone, Piovani, Trovaioli, Bacalov, etcétera).
Sí podríamos hablar, en cambio, de un Franco Piersanti, mucho más evocador y trascendente (como reflejan sus hermosas partituras para el cine del no menos interesante director Gianni Amelio) o, por afinar más todavía, de un Zbigniew Preisner, compositor ya prácticamente desaparecido que alcanzó la plenitud en su fundamental colaboración con el malogrado director Krzysztof Kiéslowski y con el que el trabajo de Karaindrou/Angelopoulos tendría bastantes puntos concomitantes.
Porque esa es, precisamente, la esencia del presente trabajo, al igual que en el resto de todas las otras (pasadas y, seguramente, futuras) colaboraciones de este dúo de artistas: proporcionar, a partir de esa buscada superposición entre la música y las imágenes, la emoción evocadora derivada de una propuesta estética (y ética) que centre en el ser humano y su complejidad el discurso fundamental, el epicentro, del devenir cinematográfico y, por tanto, artístico, del director. Vehicularla, además, a través de un trayecto, que atraviese, literalmente, los paisajes “históricos” continentales, áridos, inhóspitos, en los que Angelopoulos suele ubicar a sus protagonistas, redunda, paradójicamente, en un acrecentamiento del proceso de reflexión íntimo que estos llevan a cabo, a modo de viaje interior, y al que, inevitablemente, queda abocado el espectador/melómano.
Con todo, “Seeking”, interpretado tanto en forma reducida (con la pequeña formación de cuerda citada), como sinfónica, sobre la base de un grave y pausado scherzo, dota de la movilidad específica la trama incidental correspondiente, mientras que “Memories from Siberia” también establece un trazo incidental al utilizar la trompa como reflejo de la enormidad paisajística que ilustra.
Sin embargo, los últimos temas que cierran el disco vuelven a insistir en ese “paisaje interno” que cataliza la acción que se desarrolla en la pantalla: “Le Mal Du Pays”, con el violonchelo y el acordeón como únicos protagonistas, dan paso al trío de “Nostalgia Song” (toda una declaración de principios), conformado por un fagot, un oboe y un violonchelo, para finalizar la grabación con los solos de violín en “Solitude” y de piano en “Adieu”, contando con la habitual cuerda de apoyo. Con ello, la compositora refuerza el carácter hipnótico de su propuesta, sumergiéndonos en un minimalismo de rasgos pausados, graves, estático, de una indudable belleza, que viene a conformar una nueva muestra, otro hermoso paso, en la trayectoria de estos dos creadores.
Posiblemente, los detractores argüirán que la compositora (al igual que el director) se repite y que creativamente se ha llegado a un “callejón sin salida”. Habrá que respetarlo e, incluso, se podrá hasta comprender desde un punto de vista muy parcial. Pero, en verdad, no podría discrepar más de esta postura, por cuanto lo que justamente acaece es lo contrario, a saber, que éste es el camino creativo por el cual, simbióticamente, estos dos artistas han encontrado la forma de expresarse al tiempo de ofrecernos, periódicamente, el resultado infracto y consecuente de su determinación expresiva y personal sobre el ser humano y el paisaje histórico que le rodea. Algunos seguiremos, con la complicidad del sello ECM, fielmente esperando que ello así ocurra. De momento, y con el sustento de este nuevo disco, tranquilizaremos el espíritu con la calma necesaria a la que nuestro paisaje y, sobre todo, paisanaje local, suele dejar pocos resquicios. Y no será poco, teniendo en cuenta, como decía la canción (y poco o nada ha cambiado al respecto), que son “malos tiempos para la lírica”.
30-julio-2009
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