Miguel Ángel Ordóñez
“El Príncipe y el Mendigo” es el sexto encargo de Erich Wolfgang Korngold tras su llegada a Hollywood en 1934. Niño prodigio y uno de los compositores más respetados durante el primer cuarto del siglo XX, tres años después de aceptar trabajar en el cine a petición del empresario y amigo Max Reinhardt (con el que había recorrido Europa de teatro en teatro revisitando las composiciones de Johan Strauss Jr.), la estrella de Korngold se apagaba en los foros “clásicos” coincidiendo con el abandono de su residencia vienesa y con una creciente hostilidad del régimen nazi hacia los artistas judíos. Malos tiempos donde se acuñan términos como el de “Entartete Musik” o “Música Degenerada”, a través del cual el totalitarismo alemán califica a un amplio abanico de sonoridades que van desde la vanguardia atonal, el jazz o el cabaret, hasta composiciones de creadores cuyo único delito consiste en ser judío, negro o gitano -además de Korngold, Schoenberg, Schulhoff, Krenek, Hindemith, Weill o Goldschmidt forman parte de esta larga y ominosa lista-.
Tras la adaptación de la música de Mendelssohn para la obra teatral “A Midsummer Night´s Dream”, dirigida por el propio Reinhardt para Warner, y su vuelta a Viena para dedicar los veranos a una nueva ópera (“Die Kathrin”, cuyo estreno será prohibido en la capital del imperio austro-húngaro en 1937 desencadenando el definitivo establecimiento del compositor en Toluca, al Norte de Hollywood), Korngold regresaba a Estados Unidos para escribir la opereta fílmica “Give Us this Night” (esta vez bajo salario de la Paramount) antes de, tras firmar contrato con Warner, afrontar con gran éxito proyectos como “El Capitán Blood”, “The Green Pastures” (donde Korngold no figura en créditos, encargándose básicamente de la creación de música coral) y “Anthony Adverse” (su primer Oscar). Un año después y a la cabeza del hit parade musical cinematográfico en lo relativo a emolumentos contractuales, Korngold afronta dos nuevos títulos: la fábula histórica “The Prince and the Pauper” y la operística “Another Dawn”, con los que el estudio rentabiliza el gancho popular de una de sus más notorias estrellas, el actor Errol Flynn.
“El Príncipe y el Mendigo” es la adaptación a la gran pantalla de la novela de Mark Twain en la que se dan cita algunas de las preocupaciones más habituales de su autor: la superioridad de la democracia sobre los caducos regímenes autoritarios y su obsesión por el desdoblamiento de la personalidad. La historia de un muchacho pobre que se convierte en rey y de un príncipe que aprende humildad y piedad entre los más miserables, revierte en manos del artesano William Keighley (profesional de la Warner con muy aceptables incursiones en el cine negro de la mano de James Cagney) en una farsa amable que entronca directamente con la Commedia dell´arte del siglo XVI (la acción arranca en el Londres de 1573). Vertebrada alrededor de tres actos, la presentación de los personajes, sus cambios de rol y el consecuente juego de equívocos, la coronación y el levantamiento de “máscaras” final; la película se observa como un mero divertimento amable, cuyo trasfondo crítico se diluye dentro de un esquemático y arquetípico diseño de personajes.
Korngold se muestra proclive a diseñar su partitura teniendo muy en cuenta la composición teatral que subyace a la puesta en escena fílmica. Anclado en la estructura de la Commeddia dell´arte, el compositor de Brno imprime a los diferentes segmentos de la trama, a sus operísticos actos, una variada intensidad. Así, la presentación de personajes se articula sobre una básica organización de leitmotivs: el del príncipe-mendigo, a través de notas ascendentes en los metales (“Main Title”) y el del villano, John Canty, a través del empleo de la figura del staccato, comentando la acción con cada aparición del personaje (“Tom/Tom Continuation”). A partir de esta dualidad temática, que se expande también hacia un tratamiento musical que confronta la música palaciega y la que acompaña los suburbios de la ciudad, Korngold establece un fértil articulado motívico con el que confronta el bien y el mal, hasta el punto de establecer sutiles variaciones armónicas, manteniendo la misma instrumentación, cuando el tema del villano se traslada a la figura del capitán Warwick (“The Maid and the Ride”).
Durante el segundo acto de la cinta, donde predomina el juego de equívocos potenciado por el cambio de rol en los personajes, Korngold incide en la farsa con la utilización de algunas técnicas cercanas al “cartoon”, aunque el comentario musical tienda a ser más comedido y austero hasta adoptar un decidido tono regio y dinámico en el desenlace de la trama, apoyado sobre briosas secuencias de acción que ponen de relieve la maestría de Korngold en las orquestaciones (las frenéticas “Riot” o “Knife Fight”, o las virtuosas “Seal#1 y #2”). Maestría, que sin duda, obtiene su correspondencia con la creación de toda una cohorte de motivos secundarios en los que Korngold se encuentra especialmente inspirado: la triste melodía asociada a Jane Seymour para violín, viola y arpa (emergiendo al 1.19 del corte “Tavern and Palace”), la grácil y optimista reservada a los juegos infantiles de Tom y Edward para cuerda y xilófono –instrumento que Korngold descubre al llegar a Hollywood y que rápidamente incorpora a su sonido, como queda patente en la propia “Die Kathrin”- (inicio de “The Boys Go to Play”) o el aventurero motivo para Miles Hendon (entrañable su versión para piccolo como contrapunto al “tema real” en “Exit”), son buena muestra de esa habilidad.
A pesar del importante papel que juega la partitura en una obra a la que insufla optimismo y teatralidad, “The Prince and the Pauper” es un vehículo menor en la carrera de Korngold en Hollywood que no alcanza la importancia de otras de sus obras capitales, quizás porque en todo momento subyace la idea de divertimento ligero, de fábula cómica que escuchada hoy día remite a clichés demasiado obvios, aunque curiosamente fuera en su tiempo prototipo de muchos de ellos (Maurice Jarre nos ofrecerá a cambio en su remake de 1978, “Crossed Swords”, una visión más melancólica y sarcástica de la misma historia). El universo tonal y romántico, tan particular de su autor, es capturado magníficamente por el dúo Stromberg-Morgan, quienes consiguen, de nuevo, una grabación a la altura de las expectativas y que destaca, precisamente, por la mágica y delicada interpretación de su magnífico tema principal, ese que una década después servirá al propio Korngold como eje central, con un tempo más rápido y el acompañamiento de la exuberante melodía expuesta en “Seal”, del tercer movimiento de una de sus obras cumbre, el “Concierto para Violín”.
9-julio-2009
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