Pablo Nieto
Dicen que en California hay unas naranjas, y una fruta en general, excelente. Y dicen también, con algo de malicia no crean, que si en algún sitio saben exprimirlas bien, ese no es otro que Hollywood. Y es que, en ese espejo de banalidad y riqueza donde las decisiones son tan volátiles como las subidas del dow jones durante el brunch, la esencialidad de la casa consiste en sacar el máximo jugo posible a cualquier buena idea con un respetable tirón comercial. Que de tanto exprimir, la “fruta” termine secándose no es ningún problema. Los tiburones de las colinas angelinas saben perfectamente que siempre hay alguien esperando su oportunidad a la vuelta de la esquina, aún siendo consciente de que pronto tendrá que escuchar un doloroso “que pase el siguiente”.
Desgraciadamente, la excelente saga de los “X-Men” auspiciada por el irregular Bryan Singer, hace tiempo que escuchó tan reveladora expresión. Al moderado recibimiento de su primera parte, y al sorprendente éxito de “X-Men 2”, le siguió la devaluada “X-Men: The Last Stand”, de la cual se desentendió el propio Singer antes de empezar el rodaje, dejando el “producto” en manos del impersonal Brett Ratner (sí, el responsable de esa buddy movie sin gracia que es la saga de “Hora Punta”).
Sin embargo, de las cenizas de “X-Men” se elevó Hugh Jackman y su pétrea, a la par que contundente, interpretación de Lobezno; el personaje, si me lo permiten, más carismático de este grupo de mutantes. Por supuesto, no tardó en encenderse el neón luminoso anunciando un exitoso “spin-off” protagonizado por el hombre-lobo de las garras de acero. ¿El resultado? Evidentemente, buenos réditos en taquilla (¿De eso se trata no?) y una correcta pero encorsetada revisitación del mito de Lobezno, que desde ese momento ya es menos mito.
Los mutantes fueron primero musicados por Kamen, luego por Ottman, más tarde por Powell. Ahora, le llega el turno a Harry Gregson Williams. Y sinceramente, para no dar demasiados rodeos y complicarnos tanto como él a la hora de componer este score (o sea nada), el británico no ha estado a la altura. Y no es cuestión de comparar la obra con sus precedentes en la saga, los cuales, dicho sea de paso, tampoco es que vayan a perdurar en la memoria (quizás el trabajo de Ottman presente algo de interés), pero es que cuando hablamos de un proyecto de esta repercusión mediática uno espera que el compositor se crezca y al menos consiga que el no aficionado se fije en la música (que salga tarareándola del cine, sólo la consigue el otro Williams). Se busca algo más de compromiso, de profundidad en el tratamiento de los personajes, de novedad en las secuencias de acción.
Por supuesto, el trabajo carece de todo esto. Ni siquiera el recurrido leitmotiv de Lobezno, supera la prueba. Un tema de artificiosidad épica, presentando en “Logan Through Time”, donde la contundencia en los metales no es corroborada por un desarrollo melódico más definido. Pero es que el desarrollo dramático de la historia tampoco invita al optimismo. Apenas un par de crescendos orquestales y breves apuntes corales (“Lagos, Nigeria”, “To the Island”), que son subsumidos por una machacona base electrónica, que parece reciclada de las colaboraciones del compositor con Tony Scott en sus “Man on Fire”, “Enemigo Público” o “Deja Vú”. Sólo merece la pena destacarse la agresividad de “Victor Visits”, donde se describe el enfrentamiento entre los dos hermanos, y el habitual sentimentalismo del compositor con el piano, expuesto en esta ocasión con “Kayla”.
Harry Gregson-Williams ha demostrado con creces tener mucho más empaque como compositor de lo que últimamente viene ofreciendo y este “Lobezno” es buena prueba de su decepcionante tendencia acomodaticia. Por eso, si alguien esperaba reencontrarse con el compositor de “Narnia”, “El Reino de los Cielos” o “Simbad: La Leyenda de los Siete Meres”, que se vaya olvidando. Quizás no sea todo culpa suya, de hecho, sin ir más lejos el film fue montado con los ruidosos temp tracks del “Transformers” de Jablonsky, y ya se sabe el poder de decisión del editor. Pero también es ahí, donde uno debe demostrar su personalidad y evitar ser exprimido como una “naranja” más del montón.
8-junio-2009
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