Pablo Nieto
La elección del Obispo de Roma, el líder espiritual de la Cristiandad, es posiblemente uno de los momentos institucionales más agridulces para cualquier católico. La tristeza por la despedida del Papa recién fallecido, no hace sino consolidar la fe en la ansiada y esperanzadora elección de su sucesor. Para ello, millones de fieles ante su televisor y varios miles en la monumental plaza vaticana, esperan la fumata blanca procedente de la chimenea de San Pedro. Con este trasfondo, Dan Brown elabora una extravagante conspiración auspiciada desde dentro de la Iglesia, recuperando a uno de sus enemigos históricos, los Illuminati, a los que hace responsables de dinamitar el sagrado conclave elector, para poner sobre la mesa el eterno debate de la compatibilidad entre Ciencia y Religión.
Escrita con anterioridad a “El Código Da Vinci”, la versión cinematográfica de “Ángeles y Demonios” se sitúa cronológicamente a continuación. De este modo, tenemos la morbosa curiosidad de ver como Robert Langdon, el “amigo” de María Magdalena y el azote de la Iglesia, obtiene o no la absolución por sus pecados en el propio Vaticano, y de paso si Ron Howard es capaz de aportar algo más que una adaptación encorsetada e insulsa de la novela de Brown como ocurriera con “El Código Da Vinci”. Respecto a lo primero, la reconciliación en la ficción es un hecho, aunque no en la realidad (la película ha sido vetada por la Iglesia). Con relación a lo segundo, nada parece haber cambiado. Ritmo viciado, apoyado sobre un insoportable deja vu narrativo, idéntico “esto no hay quien se lo crea” reflejado en el rostro de los protagonistas.
Musicalmente hablando, Hans Zimmer parte en este score con la desventaja del notable precedente que supuso “El Código Da Vinci”, posiblemente uno de sus trabajos más redondos en lo que llevamos de década, por lo que no resulta extraño que construya esta nueva partitura sobre sólidos pilares como el magnífico “Chevaliers du Sangreal”, ya asociado como leitmotiv al personaje de Robert Langdon y sus complejas soluciones simbológicas, o recupere, por ejemplo, el tema de la verdad (de María Magdalena o Sangreal, como se prefiera), cuya estructura a modo de pastoral servirá de base al motivo del Camarlengo. Junto a ellos, el compositor realiza una puesta en escena mucho más atractiva de los diferentes motivos asociados a la Iglesia y sobre la singularidad del timbre sacro omnipresente en el score anterior, Zimmer magnifica la propuesta a través del empleo del órgano (elemento definidor del contrapunto orquestal en esta partitura) y una “apabullante” y polifónica base coral de voces mixtas. Con estos ingredientes, cocina una composición frenética que emplea vibrantes segmentos de acción y provocadores pasajes reflexivos, especialmente en el interior de la Capilla Sixtina y la Biblioteca del Vaticano.
Con la inestimable ayuda de Atli Orvarsson (cuyo score para “Babylon A.D”, merece ser reivindicado), Zimmer convierte la música en el principal hilo conductor del film, ante la absoluta falta de liderazgo del guión a la hora de mantener el interés en la historia; un protagonismo que choca con la anterior colaboración entre el director y Zimmer en “Frost / Nixon”, donde el alemán situaba la música en un respetuoso segundo plano, haciendo las veces de mero ambientador y puntual impulsor del brillante duelo interpretativo entre Frank Langella y Michael Sheen.
Por desgracia, la edición discográfica hace un flaco favor a la labor de compositor alemán, entre otros motivos, porque opta (desacertadamente) por utilizar como obertura del disco todo el arsenal de “explosiones” musicales zimmerianas que aparecen en el film, descontextualizándolas de la acción y suprimiendo los pasajes que sirven de puente entre las mismas. De este modo, cortes como “160 BPM”, “Air” o “Fire”, que individualmente considerados e integrados en la dinámica del film cobran sentido e interés al aparecer concatenados, producen la errónea impresión de enfrentarnos ante la revisitación de un trabajo del tipo “El Pacificador”. Con esta inexplicable maniobra se logra que pasajes como la interesante misa grave de “Air” o la intensidad de la carrera contrarreloj de Langdon tratando de evitar el asesinato de otro de los cardenales (preferiti) secuestrados, se diluyan en una innecesaria puesta en escena “comercial” para su edición discográfica. Y es que ni siquiera la primera, aunque breve, inserción del tema de Langdon a través del violín de Joshua Bell en “God Particle”, ayuda a rebajar los excesos de adrenalina, especialmente tras ser introducido con calzador en un cuestionable pasaje etéreo-electrónico, utilizado para describir el experimento con la “antimateria” (concepto, que por respeto al lector omitiremos desarrollar), que sin duda era perfectamente prescindible.
El disco consigue levantar el vuelo gracias al inspirador panegírico que el compositor alemán nos regala en “Science and Religion”, una pieza musical delicada y certera donde la polifonía coral apuntada alcanza su paroxismo, logrando un perfecto equilibrio con los glissandi del arpa y los portamentos de las cuerdas, efectos que vienen a arropar los solos del virtuoso Bell en el desarrollo del triste motivo asociado al Camarlengo, a la par que se consigue un interesante lucimiento con la introducción de atractivas variantes del tema de Langdon y apuntes del resto de motivos religiosos del film. Doce redentores minutos, donde una atmósfera letárgica termina por envolver las imágenes, conduciéndonos a un clímax fastuoso reminiscente de la bíblica composición del alemán para “El Príncipe de Egipto”.
Sin embargo, no todo es poesía malickiana en esta pieza. Y es que, existe un problema intrínseco que ni siquiera el alemán consigue “camuflar” a pesar de las bondades de su creación. No es otro que la propia escena a la que trata de dar vida: el momento más ridículo e inverosímil del film (y del libro), donde nos encontramos al camarlengo salvando de su destrucción al Vaticano a los mandos de un helicóptero. La profesionalidad de Zimmer y su empeño por salvar la secuencia es encomiable, dibujando con su partitura el descenso desde los cielos del camarlengo bajo los compases del tema de la verdad de “El Código Da Vinci”. Interesante, a la vez que pretenciosa, decisión si tenemos en cuenta que dicho motivo fue asociado en aquel film a la figura de María Magdalena (y por extensión a la de Jesús, a través de la trascendente revelación que sobre su vida se cuenta), y que aquí se utiliza como metáfora para equiparar el descenso del Camarlengo, el milagro de su supervivencia, a la propia resurrección de Cristo y a la aparición del Espíritu Santo. Sin embargo, a pesar de que la solidez teórica del recurso del alemán es irrebatible, su intento de dotar de credibilidad al mensaje, se viene abajo presa de la indudable comicidad con la que se presenta la situación.
Algunas piezas más pueden destacarse en la edición: si “Immolation” representa a la perfección el descenso a los infiernos del Camarlengo a partir de un grave empleo de la cuerda y de una “picante” satanización de los coros, “Election by Adoration” supone la perfecta exposición conjunta del tema de la verdad y el de Langdon gracias a los puentes que tiende entre ambos el violín de Bell, quien alcanza la mejor rendición del motivo del protagonista con “503”, finale que pone al descubierto la condición de los Illuminati.
Habrá quienes vean en “Ángeles y Demonios” otro de esos scores del alemán de usar y tirar. Un trabajo vacío y carente de credibilidad acorde a los mimbres de partida, la película de Howard y la novela de Dan Brown, o simplemente pensarán en él como un ejemplo más de las limitaciones de Zimmer para componer una banda sonora sin las sospechosas “acreditaciones” de sus colaboradores. Al menos, sobre esto último, el alemán ya dio en su momento una contestación que aplicada a este trabajo no podría ser más oportuna: “Miguel Ángel no pintó sólo la Capilla Sixtina”. Y es que en los últimos tiempos no ha dejado de satanizarse el trabajo del creador de “Marea Roja”, haciéndosele culpable de los nuevos y contaminadores aires que sobrevuelan el mundo de la composición cinematográfica. Que nadie les confunda porque el alemán vuelve a salir, una vez más, airoso.
28-mayo-2009
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