Frederic Torres
El esperado relanzamiento de esta nueva aventura trekkie había levantado, a qué negarlo, bastantes expectativas en múltiples sentidos. Por supuesto, la principal referida al propio film, vendido como una nueva operación de lavado de cara de las aventuras de estos longevos personajes, siguiendo similares planteamientos a los efectuados con la serie Bond y, a lo visto por quien esto suscribe, parcialmente conseguidos (aunque la taquilla parezca haber respondido a dichos estímulos, lo cual no es de extrañar demasiado, considerando el contagio de la famosa saga galáctica rival al que han sometido a la franquicia que nos ocupa sus responsables). Pero si para las nuevas aventuras del inefable/infalible agente secreto se ha optado por la continuidad, pese al replanteamiento formulado, del compositor que ya venía trabajando en la serie, David Arnold, en esta ocasión la fidelidad ha seguido un planteamiento más personal, puesto que J.J. Abrams, responsable final (o, al menos, exponente visible) de este “reinicio”, no ha dudado en utilizar a su compositor habitual, ese joven talento todoterreno que es Michael Giacchino, para el nuevo envite abordado por ambos, denostando así cualquier atadura musical con los compositores de las películas o series anteriores (algunas con nombres tan ilustres como Jerry Goldsmith –auténtico trekkie de pro, pues fue un habitual de la serie en sus diversas modalidades televisivas o cinematográficas hasta casi el final de sus días– o un primerizo James Horner).
Y la verdad es que, a priori, no podía resultar mejor elección, puesto que el músico ha participado, en los últimos años, en más de una recuperación musical televisiva llevada a la gran pantalla, de la mano del propio Abrams en “Mission: Imposible III”, pero también con los hermanos Wachowski en “Speed Racer”, o, muy especialmente, con la Pixar en “The Incredibles”, donde, más allá de recuperar un tema musical específico, el proyecto requería asimilar un estilo característico de los sixties que tuviera como referente principal al John Barry de la, por aquel entonces, incipiente saga Bond (con su impactante “Goldfinger” a la cabeza). Como quiera que de todas estas intervenciones el compositor habría salido más que airoso, nadie hubiera dudado de su elección para este proyecto aun en el caso de no haber mediado en el mismo su principal mentor, el no menos talentoso Abrams.
Así, Giacchino, aleccionado adecuadamente sobre este nuevo comienzo que los impulsores del proyecto no se han cansado de pregonar, concibe, en primera instancia, su acercamiento a esta famosa saga espacial de un modo diferente a los ejemplos anteriormente citados, cuyos supuestos planteamientos totalmente prístinos impiden que el músico se plantee integrar, como sí lo hizo en las anteriores ocasiones, cualquier atisbo musical que pudiera referenciar rasgo musical alguno capaz de pervivir en el consciente del espectador y que, por tanto, le permitiera a este identificar musicalmente la saga siquiera en modo lejano. Y lo hace por varios motivos “lógicos” (parafraseando al “vulcano” más famoso de la historia) y coherentemente concebidos, pues si en los anteriores ejemplos se trataba de introducir, con el arreglo correspondiente (contundencia percusiva para las escenas “explosivas”, en el tema central de “Mission: Impossible III”, ritmo endiablado para las “velocidades” alcanzadas en "Speed Racer), el referente musical ya conocido de la audiencia en un intento intencionado de destacar la denominación de origen de estos remakes (o continuación de series), en esta ocasión no ha lugar para ello dado que estamos ante una precuela en toda regla que, siguiendo la cronología de los personajes (prácticamente desde su mismo nacimiento) no puede/debe utilizar pista musical alguna hasta llegar al final de la película, en donde el equipo de la Enterprise queda definitivamente conformado para la posteridad, en un efecto fílmico/musical mayor o menormente emocionante en la medida que se sea o no fan de la franquicia, pero incuestionablamente conseguido y pocas veces visto con mayor sentido y coherencia que la presente. Es un final irrelevante, si se quiere, para con el resto de la película, pero muy eficaz por cuanto los habituales seguidores de la serie a buen seguro se regocijarán con este homenaje, toda vez que el público mayoritario (y desconocedor de los entresijos temáticos de la serie) podrá reconocer, en esta pirueta musical que valida la denominación de origen de la que hablábamos anteriormente, que ha estado viendo (aunque se le haya podido olvidar a lo largo de todo el metraje) una nueva versión de esta popular saga galáctica. Más efectivo, imposible.
Consecuentemente, el compositor ha dispuesto de mucha mayor libertad creadora, excepción hecha de ese final pactado y acordado con el director, al que, de buen seguro, se ha prestado de manera cómplice el músico. Así, el disco se abre con el esperado nuevo tema central (majestuoso, potente, épico) que surge brevemente para acompañar/puntuar (con las mismas intenciones –y maneras– que en “Lost”) la aparición del título de la película (“Star Trek”), dado que hace ya años que los títulos de crédito se ubican en su totalidad al final de la misma (cuestión que cabe también “agradecer” al señor George Lucas, quien comenzó esta práctica en el primer film de su no menos conocido universo galáctico –el que ahora es el episodio IV– y que ha dado lugar a verdaderas suites sinfónicas para acompañar los no menos de 6 minutos de media que puedan llegar a alcanzar dichos títulos finales). Es el primer tema que abre el compacto, pero antes, en la película, ya hemos tenido ocasión de escuchar el lírico “Labor of Love” que acompaña, en primer plano sonoro, además (pues el director deja el campo libre rebajando el volumen de los efectos de sonido, convirtiendo a la música en la protagonista), la secuencia del sacrificio del padre de Kirk (toda vez que el azaroso nacimiento de su hijo), en un efecto contrapuntístico plenamente logrado. No será la única ocasión que esto ocurra, pues en la secuencia final, culminada con la destrucción del vengativo Nero y su descomunal nave espacial, director y compositor vuelven a insistir en la búsqueda del mismo efecto (“Nero Death Experience” y “Nero Fiddles, Narada Burns”), sólo que añaden, acertadamente, unos coros que refuerzan épicamente el momento.
Son los momentos culminantes del film y del disco, y a esas alturas de la audición el melómano ya ha podido degustar todo un caudal creativo que el compositor ha ido desgranando a lo largo del mismo, desde el vibrante “Enterprising Young Men”, con una percusión apoteósica y un sentido del ritmo como sólo este autor es capaz de ejecutar, ahora mismo, en el panorama de la música de cine internacional, hasta los scherzos que acompañan las “correrías” (aquí ya no se pasea, ni se conversa) por los pasillos de la nueva Enterprise, salpicados de una percusión que militariza más, si cabe, a la ya de por sí habitualmente jerarquizada Federación de Planetas (“Run And Shoot Offense”), pasando por lo que podríamos llamar tema de amor (entre Spock y Uhura), escuchado en varias ocasiones (la primera de ellas en la misma “Run And Shoot Offense”) y en todas ellas asombrándonos con la extraña sonoridad de un violín eléctrico que, a la vez que lírica, describe a la perfección el carácter enigmático del joven Spock.
Por supuesto que el malo de la función, Nero, cuenta con su propio tema (abundantemente recogido en el disco), poderoso y amenazador, de gran protagonismo. Y claro que también nos encontramos aquí y allá con las “sonoridades” propias del estilo del autor, perfectamente reconocibles en la segunda parte de “Nero Sighted” (con un ritmo percusivo que puntúa unos trémolos de la cuerda en registro agudo para crear misterio, marca de la casa), toda vez que deudoras del inmenso friso musical que es “Lost” con respecto de la obra general del compositor. Incluso se permite utilizar en “Nero Fiddles, Narada Burns”, como hijo de su tiempo que es, cierto tono rítmico deudor del empleado por Howard Shore para su oscarizada trilogía de “The Lord Of The Rings”, a la hora de remarcar la brutalidad irracional de Nero, tan semejante, en cierto modo, a la de ciertos malignos de los múltiples que pueblan aquella irrepetible y desmesurada historia. Finalmente, pese a los amplios márgenes de libertad contextual, de los que ya hemos hablado, en que ha podido Giacchino desarrollar su labor, nos encontramos con la agradable sorpresa, en un guiño para los más ultramontanos seguidores de la franquicia, pero también como ocurrente subtexto musical, con más de un homenaje a otros momentos estelares de la serie, como se puede observar en las recreaciones sonoras (de características “fascinantes”, insistiría Spock) para “Nero Sighted” y “Nice To Meld You,” inspiradas en las que Goldsmith creó para la extraña y gigantesca nube que protagonizó el primer film de la serie en 1979, o ese final, “That New Car Smell”, de clara estética horneriana, que nos retrotrae a los tiempos de “The Wrath of Khan” y “The Search for Spock”.
Pero todo ello, que ya ha colmado nuestras expectativas a lo largo del metraje de la película y del disco, culmina, precisamente, con la aparición final, puesto que ya tenemos lista a la tripulación del Enterprise para cuantas futuras continuaciones hagan falta, del famoso tema de Alexander Courage y del propio padre de la saga, Gene Roddenberry, que logra el doble objetivo ya comentado de atrapar a los seguidores de siempre y poner en situación a las nuevas incorporaciones (se supone que el público mayoritario). Y el compositor lo hace de la mejor manera posible, con un arreglo perfectamente integrado en una larguísima suite (¡9 minutos de duración!), que consigue actualizarlo con un ritmo progresivamente trepidante, a la par que festivo. Es la apoteosis final. A pesar que el disco deje (hablamos de un Varèse) un cierto regusto amargo por la escasa duración del mismo, que queda establecida en 45 minutos justos, aunque, eso sí, bastante representativos.
En definitiva, un brillantísimo trabajo musical que satisface (como parece que está haciendo el film) a “tirios y troyanos” y que reúne, por decirlo en palabras del propio Abrams, lo mejor que uno puede esperar para encender la chispa evocadora de la imaginación al escuchar una música de cine, a saber: que esté escrita bellamente, interpretada impecablemente y grabada maestramente. ¿Qué más se puede pedir?
25-mayo-2009
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