Pablo Nieto
En 1959, los alumnos de una Escuela Primaria en un pequeño pueblo de Massachusetts, entierran una cápsula del tiempo que contiene dibujos que plasman su idea de cómo será nuestro planeta medio siglo más tarde. Entre dichos dibujos, se encuentra una extraña secuencia numérica aportada por una niña aterrada por unos susurros propios de cualquier esquizofrenia. Cincuenta años después, se abrirá la cápsula, y el dibujo irá a parar a manos de Caleb, el hijo de un profesor de astronomía (Nicholas Cage), quién descubrirá un terrible vaticinio en la serie cifrada, al tiempo que su hijo comienza a escuchar los mismos susurros que la niña en el pasado.
Místico y apocalíptico, Proyas construye un sólido thriller, lleno de pasajes inquietantes e impactantes secuencias de acción, donde cabalística, numerología y azar vuelven a remitir a ese gran texto interpretativo y determinista que es “La Biblia”; ofreciendo un entretenimiento más que satisfactorio, al que sólo le sobra la estética kitsch de Nicolas Cage y su compungida interpretación (la misma que repite una y otra vez desde “Leaving Las Vegas”). No cabe duda que en este viaje al apocalypsis, Proyas se sirve de referencias obvias, comenzando por “Encuentros en la Tercera Fase”, pasando por la mirada melancólica del fin de los tiempos descrito en “Deep Impact”, y terminando por la enigmática presencia de los susurradores, directamente extraída de su obra de culto, “Dark City”.
Del apartado musical se encarga Marco Beltrami, compositor que hace tiempo decidió quitarse la careta, y no nos referimos sólo a la de “Scream”, saga que le sirviera para hacerse un hueco en la difícil industria de la banda sonora. El compositor italo-americano, lleva ya algún tiempo, tras un período de cierto estancamiento coincidente con el cambio de milenio, aportando un plus de originalidad a sus composiciones, dotando a cada uno de sus trabajos de un estilo cada vez más personal y maduro. Analizando con más detenimiento que apasionamiento las señales de su evolución, resulta evidente que en cualquier momento su obra daría un salto de calidad, alcanzando ese bien alto, casi notable, que muy pocos compositores merecen en la actualidad.
Con su nominación al Oscar por “El Tren de las 3:10 a Yuma” (2007) estuvo a un paso de lograrlo, pero ha sido en el género donde más ha trabajado y experimentado, y de la mano del extravagante Alex Proyas, con quien Beltrami ha logrado situarse en posiciones pujantes dentro de un, por ahora, decepcionante 2009. En estas “Señales del Futuro”, score que se adentra sin complejos en fuentes tan arraigadas como las de Goldsmith o Herrmann (algo, que ahora se tacha de políticamente incorrecto), sin olvidar el manejo tan goldenthiano de las orquestaciones, Beltrami introduce una turbia sensación de angustia, por la que se mueve toda la cinta, ya desde el inicio con sus “Main Titles”, para los que escribe su habitual overtura cíclica donde los metales construyen una melodía de cadencia lenta y crescendo progresivo de la orquesta. Primera señal reconocible del estilo Beltrami, con estética parecida al principio de “Yo, Robot” (su anterior colaboración con Alex Proyas) y “Hellboy”.
A partir de ahí, el compositor introduce una nota diferencial, apuesta por el pasado a través del uso de frenéticos pizzicatos de violín de impronta herrmaniana o del empleo de vibrantes percusiones a lo Goldsmith, aportando con ello una intensa emoción que se asocia a la amenaza constante, a un peligro de naturaleza intangible. Ese es el objetivo de piezas como “Door Jam” o “Numerology”, cuya función no es otra que preparar el camino al demoledor “New York”, corte que acompaña la escena del accidente de metro en la ciudad de los rascacielos, cuya acción nerviosa está perfectamente medida por un Beltrami que encuentra el adecuado balance entre una tensión gradual in crecendo a través del uso de percusiones y una turbulencia orquestal que bajo el “sello Goldenthal”, no hace sino anticipar el desenlace de la cinta, fina maniobra con la que parece jugar Beltrami a lo largo del score: “El futuro está escrito, sólo hay que esperar a que ocurra”. Algo más oscura y siniestra (y quizás menos interesante) encontramos la música que se acomoda al nudo de la historia, con pasajes disonantes de limitado interés como “Moose on the Loose” o “Loudmouth”, antes de provocar una nueva revisitación del corte de Nueva York con “Thataway!”.
Más “previsible”, aunque no por ello criticable, se muestra el compositor a la hora de interpretar la relación entre padre e hijo. Beltrami parece no buscar otra cosa que mostrar ternura, capturar la especial relación de complicidad entablada entre ambos tras la muerte de su madre. Quizás es por ello por lo que acude a un “pastoral” para piano y cuerdas que escuchamos en “John and Caleb”, y que sufre de diferentes variaciones en “Aftermath”, “John Spills” y “Revelations”, melodía que no hace sino remitirnos al tema del Professor Bruttenholm para “Hellboy”.
Lo que resulta digno de todo elogio es el enorme esfuerzo del compositor en los intensos pasajes orquestales escritos para la revelación final, la lucha contra el destino (“Shock and Aww”), y la separación del hijo (“Caleb Leaves”), donde junto a una concepción estética donde predomina el gran movimiento orquestal, el autor reserva un resquicio para la emoción con el recordatorio del “tema del padre e hijo” a través de la viola y el piano. La elevación del interés de la partitura tendrá su colofón en los tres cortes finales, con la redención del protagonista y su reencuentro con el padre (“Roll Over Beethoven”, pieza no utilizada y sustituida en el film por la Sinfonía nº 7 en A mayor, Opus 9 del propio Beethoven), con la mirada apocalíptica final (“New World Round”) y con la concepción místico-religiosa introducida con el árbol de la vida y el nacimiento de una nueva “humanidad” (corolario de la cinta), para la que Beltrami escribe una fanfarria con el “tema del padre y el hijo”, apoyada en las angelicales voces de un coro y el repicar de campanas.
Cierre muy satisfactorio, que invita a reflexionar sobre la calidad de la composición de un Beltrami acertado en las texturas, sobresaliente en su interacción con la imagen, valiente en sus planteamientos. Una aportación musical notable que si bien se podía esperar de la constante evolución a la que parece sometida la obra de este compositor, tampoco debe analizarse con conformismo, puesto que en el score se vislumbran señales de un futuro todavía más ilustre.
7-mayo-2009
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