José-Vidal Rodriguez
Como ya sucediera en la anterior cinta de la pareja, “Closer”, Julia Roberts y Clive Owen vuelven a jugar con el engaño, la desconfianza y las falsas apariencias. Esta vez no encarnan a amantes infieles a sus parejas, sino que en ”Duplicity” la lucha de equívocos se produce dentro del marco del espionaje industrial. Roberts, ex-agente de la CIA, y Owen, también agente saliente del MI6 británico, traman una estafa entre las dos mejores empresas del país que se odian a muerte, para las que ambos trabajan por separado como jefes de seguridad. El objetivo: conseguir 40 millones de dólares, mediante el robo y posterior venta de la fórmula química para el desarrollo de un revolucionario -y secreto- producto, que supuestamente será presentado al mercado en breve por una de las compañías.
Bajo la dirección de Tony Gilroy, guionista de la saga de Bourne y realizador de la correcta "Michael Clayton", la cinta adolece de un claro exceso de sofisticación narrativa, en esa intención del cineasta por canalizar la historia a través de un carrusel de flashbacks sucesivos, los cuáles confluyen en ese epílogo sorpresivo al que tanto está acudiendo el celuloide en los últimos tiempos. El resultado es un producto bien rodado, puntualmente ameno, pero tramposo y cargado de confusión, a la que no ayuda demasiado la tenue química surgida entre la pareja protagonista (algo bien distinto a lo que ocurre con la impecable interpretación secundaria de Paul Giamatti).
En este marco argumental de saltos en el tiempo, escenarios cambiantes, una tibia aproximación a la comedia romántica y esa poco lograda intriga empresarial, tan sólo explotada apresuradamente por Gilroy al final de la cinta, la labor de James Newton Howard queda de entrada en entredicho a causa de estas claras muestras de indefinición, no tanto porque el score no se zambulla con facilidad entre los saltos de géneros propuestos, sino por su tendencia a unificar la trama bajo un caleidoscopio de inconsistentes ritmos modernos y sintéticos que poco o nada tienen que ver con la supuesta calidad compositiva que atesora Howard. A ello, probablemente contribuye el hecho de que Gilroy no parece un director interesado en que la música narre o ayude a manipular la perspectiva que el espectador obtiene de los personajes, o eso al menos es lo que se desprende de los dos filmes que lleva rodados hasta la fecha. En el caso de su anterior “Michael Clayton”, la música de Howard pasaba por completo desapercibida, asumiendo una posición lineal y de facto nada implicada con el devenir argumental. El resultado lamentablemente daba lugar a uno de los trabajos más impersonales y anodinos de su autor. Marcado por esa misma línea, las consecuencias son muy similares con este “Duplicity”.
No me cabe duda que James Newton Howard es un compositor inteligente. Sabedor del nuevo rumbo adquirido por la música cinematográfica, en sus últimos productos procura no verse arrastrado al lugar donde se han visto impulsados autores sinfónicos que ahora representan, sin más, un estilo musical “de otra época”. Ha sabido, además, hacer coincidir este nuevo rumbo con una cierta asimilación a la figura de Hans Zimmer, emergiendo ambos como el ínclito binomio de la modernidad. Mientras Howard aporta al alemán su toque “culto”, su reconocido sello de “qualité”, Zimmer le ofrece los réditos del fasto popular, el respeto de los que manejan los hilos y se juegan la “pasta” en productos cada vez más costosos. Que quieren que les diga, esta unión me huele a chamusquina, como esos matrimonios imposibles de Rock Hudson en el pasado. Por eso, no resulta nada raro que “Duplicity” rinda tributo a obras suyas tan predecibles y poco arriesgadas como los últimos “Batman” o “The Lookout”, contribuciones meramente ambientales con las que esta nueva obra comparte espacio. Así, nos hallamos ante el típico álbum que no revela ni una sola de las virtudes que, hasta hace bien poco (baste señalar su “Defiance”), caracterizaban la sugestiva personalidad cinematográfica de James Newton Howard.
Relegada a un cierto segundo plano, en su función definitoria de una atmósfera urbanita de leve intriga moderna, la música ahonda en mil y un clichés que determinan esos acercamientos actuales casi huérfanos de toda intención emocional, limitándose el autor a desarrollar un material distante que busca alejarse de cualquier empatía con el espectador. El uso de loops, samplers y en definitiva, la abundante labor de post-producción musical, caracterizan una obra en la que la orquesta no deja de tener una aparición prácticamente anecdótica, curioso si observamos los acreditados 88 miembros de la Hollywood Studio en el libreto de la edición. En descargo de Howard, lo difuso y deslavazado del argumento provoca que al score le falte cohesión y lo que es peor y más grave, una total carencia de progresión (defecto impropio en un compositor con colosales desenlaces en sus partituras). De hecho, si "Duplicity" resulta un trabajo que se deja oír un punto mejor que la plúmbea “Michael Clayton”, tan sólo es por el hecho de que sus floridos juegos rítmicos y lo comedidamente trepidante de algún que otro corte, logran despertar de vez en cuando el interés del oyente.
De este modo, la presentación a lo “Ocean´s Eleven” del tema de apertura (“War”), supone la primera aparición del desangelado motivo central, justo al inicio del corte. Una simplona frase, de melodía ligera acompasada por el sonido de un bandoneón (el recurso quizás más atrayente de toda la partitura), que acabará por desarrollarse de manera expresa en el siguiente “Following Claire”, no sin antes atender a unos rítmicos ejercicios de cuerda con un sabor cercano a la imaginería de John Powell. No en vano, la sensación de hallarnos ante un trabajo del compositor inglés se potencia en las cadencias y concepciones electrónicas de fragmentos tales como “The Frame Up” o “The Real Setup”. Pero “Duplicity” no es, como parece, un score de Powell, ni de David Holmes, ni incluso del bondiano David Arnold. Sencillamente es un ejercicio impersonal de un James Newton Howard que se abraza aquí sin tapujos a la música “neutra”, a aquella que, aún bastante presente en el metraje (cerca de una hora de score), no aporta prácticamente nada a la narración. De ahí que no resulta extraño que los momentos rescatables de la partitura sean precisamente aquellos en los cuáles sí se aprecian realmente intenciones de domeñar la trama, caso del sinuoso piano del “A Cream or a Lotion?” o la tensión in crescendo del “The Formula” (un corte especialmente efectivo para la extensa secuencia del robo “quimico” por parte de Julia Roberts).
A estas alturas, no cabe duda que a Howard le sobra crédito. No es cuestión de volverse iconoclastas, atacando los "ídolos de barro" levantados hace poco por los ahora detractores. Ninguna objeción cabe pues, más allá de los tibios resultados obtenidos, a este Newton Howard ligero, servil y predecible. Pero para concluir, permítanme lanzar dos preguntas al aire: ¿tolerarán sus seguidores este cambio de línea, si realmente sigue produciéndose de forma estable en un futuro? ¿Tendremos que disculpar que un autor referencia durante dos décadas, renuncie a su estilo en aras a no caer del “Top Ten”?
20-abril-2009
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