Pablo Nieto
Con la obsesión que invade Hollywood en los últimos tiempos por llevar a la pantalla historias protagonizadas por ratas y/o ratones, sorprende que aún nadie se haya puesto manos a la obra con la obra maestra de Hans Christian Andersen, “El Flautista de Hamelin”. Si nos centramos en el campo de la animación, un único Estudio ha conseguido equilibrar la balanza entre brillantez visual y profundidad narrativa y ese no es otro que Pixar. El fast food de Dreamworks, el quiero y no puedo de Sony o Fox y la decadencia de Disney, están consiguiendo acabar con la inocencia de este género. Y es que, volviendo al tema de los roedores, tras la excelente “Ratatouille” de Pixar, nos encontramos la insulsa “Ratonpolis” de Dreamworks y ahora “El Valiente Desperaux”, co-producción europea basada en un libro de Katie Di Camilo, que desgraciadamente, y a pesar del reparto de lujo en el doblaje, no es sino un ejercicio redundante de buenas intenciones, emoción plana y una falta de determinación en cuanto a su público. Pixar al menos lo tiene claro: Merchandising para los niños, cine para sus padres.
La historia, elegantemente dibujada, nos traslada al otrora mágico reino de Dor, ahora sumido en la tristeza y la desgracia, desde que la reina falleciera por un desagradable accidente inducido por una rata, que provoca la venganza del Rey quien decide desterrarlas del Reino. Y con este trasfondo se desarrolla este cuento de hadas moderno sobre la redención y las segundas oportunidades, nos presenta personajes de lo más variopintos, comandados por un valiente ratón, Desperaux (Matthew Broderick), encarcelado en una torre por hablar con un ser humano; Roscuro (Dustin Hoffman), una rata de buen corazón pero condenada a vivir en las sombras; Esperanza (Emma Watson), la princesa que sufre encerrada la tristeza de su padre, mientras añora a su madre, y Mig (Tracey Ullman), una criada que sueña con ser princesa, y cuya frustración la llevará a poner todo tipo de trabas al acercamiento de Desperaux a la Princesa. El reparto se completa con la siempre notable presencia de Kevin Kline, William H.Macy o Sigourney Weaver.
Del apartado musical se encarga William Ross. Uno de los principales exponentes del sinfonismo americano post-coplandiano, que al igual que le ocurrió en su momento a Bruce Broughton o Joel McNeely (o recientemente a Mark McKenzie y Conrad Pope), nunca ha pasado de ser un secundario de lujo dentro de la industria. Y es que, bien sea por la europeización de Hollywood, por los costes que supone contratar una orquesta sinfónica o por una “desinteresada” gestión de sus agentes, la filmografía de Ross es tan gris como intrascendente. Por eso Ross en Hollywood, lo quiera o no, siempre será el eficiente y cordial orquestador de compositores de la talla de John Williams, Alan Silvestri o el tristemente fallecido Michael Kamen. La ecuación es sencilla: a falta de presupuesto para contratar a un “A-List”, quedará la opción de recurrir a Ross para que desempolve sus antiguas orquestaciones, y tomando como referencia temp tracks de algunos de los anteriormente mencionados, elabore una partitura sinfónica solvente y funcional.
Un trabajo donde el presupuesto no cabe duda que le permite componer con mayor libertad para gran orquesta sinfónica (algo que no le pasaba desde los tiempos de “Harry Potter y la Cámara de los Secretos”). Así, para este cuento de hadas animado, Ross dota al conjunto de una puesta en escena impecable, destacando el brillante prólogo (“Main Title/Prologue”) donde se presenta el luminoso tema de Desperaux (un scherzo reconvertido hábilmente en dinámico leitmotiv à la Silvestri), siempre presente con explícitas referencias a lo largo de toda la partitura (“Mouseworld/ A Mouse Is Born”, “Epilogue”), y bien complementado por bellos pasajes como los incluidos en “The Village of Dor” y “Once Upon a Time”, con sobresaliente ejecución de las maderas, o en contundentes temas de acción como “Boldo And Despereaux Charge!”, “Desperaux is Back” o “Rescuing the Princess”.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, y desgraciadamente este trabajo de Ross no termina de ser más que otro ejercicio impersonal, sometido al desgaste propio del mickey mousing musical (“Cat & Mouse”), que acompaña pero no profundiza, terminando por ser intrascendente. Ross sin duda puede ser como aquel viejo sastre metódico en su trabajo, infalible a la hora de ajustar los arreglos del traje a las medidas del cliente, pero reacio a cualquier tipo de improvisación fuera de los patrones preestablecidos. Y es que esa ausencia de riesgo, de aportar su propia personalidad a las partituras, es algo que se echa de menos en su filmografía, haciéndose especialmente patente en este nuevo score, donde vuelve a dar la impresión de haber desperdiciado otra oportunidad para elevarse sobre las insignes referencias de otros autores que pueblan su obra y realizar una aportación sinfónica fresca y original.
Y a todo esto, conviene, por cerrar el análisis temático del film, destacar la necesaria, pero una vez más poco original, variedad de motifs secundarios. Por un lado el amenazante tema antagonista para Roscuro (“Roscuro´s Apology”, “Roscuro´s Fall”), con profusa utilización de los metales; y en íntima conexión con este último un motivo asociado al destierro de las ratas, que no es más que una evolución lógica del anterior (“Banishment”, “In the Dungeon” y “Rescuing The Princess”), así como por el dulce pero engañoso tema para Mig, la sibilina asistente de la Reina, donde predomina la contención a través de las cuerdas y el reflejo de sus segundas intenciones por medio de los metales (“I Am A Gentleman/ Mig’s Story”, “Mig Steals The Crown” o “Gregory Gives Mig Away”). No aportan tampoco nada, las breves a la par que decepcionantes, canciones que Glenn Ballard y Dave Stewart han elaborado para la cinta, y tanto “Soup” como “It´s Great To Be A Rat” no son aportaciones a la altura de la calidad del genial letrista y el ex Eurythmics.
Es posible que el no iniciado en la obra del compositor se muestre sorprendido por este espectáculo de fuegos artificiales orquestales que se nos regala en tiempos, como los actuales, de asfixia electrónica y mimetismo diegético. Sin embargo, no hay más que recuperar alguno de los trabajos primarios de Ross, para llegar la conclusión que la altura del cohete y la difusión de la pólvora centelleante en el cielo se han quedado a medio camino. Una verdadera lástima porque talento y medios había de sobra.
16-febrero-2009
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