José-Vidal Rodriguez
¿Qué pasaría si un vulgar chico de los cafés, antaño ratero de las calles de Bombay, estuviera a una pregunta de alzarse con el gran premio del conocido concurso ”¿Quién Quiere Ser Millonario”? ¿Porqué ni los más eruditos del país lograron llegar dónde un vulgar veinteañero está triunfando sin paliativos? La contestación a tales preguntas la hallamos en la historia de niñez y adolescencia de Jamal, el sorprendente participante del concurso que a la postre es acusado de tongo por la policía. Pero ni el joven es un tramposo, ni los estudios -que nunca tuvo- le han hecho un hombre sabio. Su mejor escuela fue ni más ni menos que la calle, y su dura vida en los suburbios de Bombay le han convertido en ese alumno aventajado que aplica sus múltiples experiencias vitales, para así contestar correctamente a las respuestas del programa.
Sobre estos originales mimbres, el británico Danny Boyle construye un interesante relato de flash-backs con el que aprovecha para cargar las tintas sobre una India que mira cada vez más a Occidente, ocultando a su vez esa otra cara de miseria extrema y de desprecio a los derechos humanos en su más básica expresión. La película (que algunos ya tildan de precursora de un creciente interés hollywoodiense por el poderoso “Bollywood”), podría haberse convertido en una de las mejores cintas del cineasta británico, si la honestidad y realismo de la primera hora y cuarto de narración, no se fueran al traste a raíz de su deslavazada, facilona e inverosímil conclusión. Con todo, el peculiar planteamiento argumental y las excelentes interpretaciones de Ayush Mahesh Khedekar y Dev Patel (en sus respectivos papeles de Jamal niño y Jamal adulto), justifican en cierto modo el éxito de crítica que lleva cosechando la película allí donde ha sido ya proyectada.
Un Danny Boyle que no suele conceder demasiada relevancia a la música incidental en sus largometrajes (véanse ejemplos tales como ”Trainspotting” o “The Beach”), cuenta en esta ocasión con A.R. Rahman, aquel compositor hindú que colaboró recientemente con Craig Armstrong en el correcto score de “Elizabeth: The Golden Age”. Con la intervención de varios solistas de prestigio allá en la tierra de Ghandi, el compositor simultanea la creación de escasísimos fragmentos -parcialmente- instrumentales, con numerosas sintonías vocales (a las que incluso pone su voz), en las que fusiona el techno o el dance con armonías propias del Bombay retratado. Canciones éstas que son, a la postre, la verdadera esencia del disco que nos ocupa.
Vaya por delante que el trabajo de Rahman no es ni más ni menos que lo que seguramente pidiera el director; esto es, un ejercicio musical que opera siempre desde un asumido segundo plano, cediendo ante esos largos pasajes no musicados con los que Boyle pretende dotar de realismo y cercanía a la trama. De esta forma, el músico se limita a crear las justas sonoridades localistas, con clara preponderancia de lo étnico, cumpliendo eficazmente en todo caso con las directrices de un director cuya interpretación de lo que deben ser las bandas sonoras en sus filmes, se encuentra a años luz de la concepción tradicional y estricta de música subordinada al devenir argumental.
Aclarado lo anterior, guste o no Rahman no toma partido en absoluto respecto de la trama. Ni identifica personajes (exceptuando el corte “Latika´s Theme”, una onírica melodía con magnífica intervención vocal de una tal Suzanne , y que se asocia a la joven por la que el protagonista profesa un amor incondicional desde su niñez), ni prácticamente se implica en situaciones (si no fuera por los ejercicios rítmicos atronadores que acompañan las numerosas carreras y huidas de los personajes en el filme). Sus intenciones, por tanto, nunca alcanzan ese compromiso narrativo que, en mayor o menos medida, deberían ser la razón de ser y existir de toda partitura cinematográfica que se precie, convirtiéndose la presente edición en ago más cercano a esa denominación comercial de “Music Inspired by the Film”, que a una verdadera banda sonora con la deseable interacción argumental. En definitiva, A.R. Rahman no ofrece sino un ejemplo más de la corriente no intrusiva que viene salpicando últimamente las partituras confeccionadas para estos filmes con pretendido marchamo de “cine de autor”. Música que no se compromete ni condiciona en exceso las secuencias, con pequeños retazos de vacuidad y que, en esta ocasión, no parece ir más allá de su lógica alusión al entorno autóctono de la India.
Esta neutralidad tan obvia (y en no pocos instantes, tan irritante), vuelve a plantearnos la eterna diatriba del camino que está tomando la música de cine de los últimos años. El radical abandono de técnicas antaño imprescindibles en el discurso fílmico (como bien pudiera ser el uso identificativo del leitmotiv), en favor de unas aproximaciones sonoras que cada vez se implican menos con el guión y pierden ese caracter “manipulador” y maleable sobre la percepción del espectador, parecen ser asumidas con naturalidad no solo por la industria, sino también por la Academia norteamericana. De este modo, a la figura de Gustavo Santaolalla (uno de los casos más claros inscribibles en la nueva tendencia antes aludida y polémico triunfador de los Oscar hasta en dos ocasiones), quién sabe si no habría que añadir en un futuro el nombre de A.R. Rahman, teniendo en cuenta que ha recibido ni más ni menos que tres nominaciones para la inminente Gala de 2008: una por el mejor score, y otras dos por sendas canciones con letra y música del indio, ”O...Saya” y ”Jai Ho” (ésta última, la que sirve de soporte a la alborotada -e inevitable- coreografía bollywoodiense que acompaña los títulos de crédito finales).
A la vista de todos aquellos condicionantes, la banda sonora de este "Slumdug Millionaire" parece sólo reservada a un sector reducido de aficionados: a aquellos que hayan disfrutado en la cinta de su envoltorio sonoro, o para los amantes de ese peculiar universo de Bollywood, que en esta partitura verán un producto de calidad contrastada. Fuera de estos casos de puntual disfrute, la obra conforma otro de esos álbumes “a evitar” por los oyentes de gustos más conservadores, dada su discutible y pírrica significación para con el tradicional lenguaje cinematográfico.
2-febrero-2009
|