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El Tercer Hombre Por Sergio Pérez |
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“New York, New York era la música de mi padre; The Last Waltz era la mía”. Tan contundente declaración de principios realizada por el director neoyorquino Martin Scorsese adquiere nuevamente actualidad tras el estreno este mes de su último film, George Harrison: Living in the Material World (2011).
El interés de Scorsese por la música pop se remonta a tiempos incluso anteriores a su debut como realizador, ya que fue responsable del montaje de filmes como el clásico Woodstook (1969) o el prácticamente desconocido Elvis on Tour (1972). Pero su mayor aportación al género fue la innovación que supuso el estreno de la ya mencionada The Last Waltz (1978), un film que abrió un camino que recorrieron posteriormente, aunque con muy distinta suerte, un sinfín de películas musicales que podríamos incluir dentro del subgénero de conciertos grabados.
Además, sus acercamientos al pop no se limitan a sus películas musicales, sino que se pueden apreciar hasta en sus títulos más alejados del género, ya que en muchos de sus filmes asistimos a una continua sucesión de canciones, muy al estilo que lo que hoy se asocia con las bandas sonoras de Tarantino. De hecho, ya el los primeros planos de su primera película importante como realizador, Malas calles (1973), el tema musical Be My Baby interpretado por The Ronnettes introduce el despertar del personaje que interpreta Harvey Keitel en su apartamento de Little Italy, lo que estuvo a punto de impedir el estreno del film, ya que se incluyó sin la autorización de Phil Spector.
Este uso de las canciones para definir el estilo de la película, se hace más patente aún en Uno de los nuestros (1990), un filme en apariencia sin relación alguna con la música, pero que sería completamente distinto sin la presencia continua de temas que nos ayudan a situar la trama en su espacio temporal.
Scorsese se siente un hombre de los sesenta, y como tal, su vinculación con la música realizada en la década de los cambios sociales va más allá de lo profesional para instalarse en el ámbito de lo personal, y podríamos decir hasta sentimental, por lo que solo era cuestión de tiempo que su camino se cruzase con el de la banda que por excelencia representa la aventura musical más innovadora de aquellos años.
Y si parece lógica la admiración del realizador norteamericano por la música de The Beatles, también lo es que su relato se centre en el más solitario y scorsesiano de los miembros del cuarteto de Liverpool, su guitarra solista George Harrison, un músico estudioso, un intérprete concienzudo, y por encima de todo, un hombre sereno que establecía el equilibrio necesario entre Lennon y McCartney. Discretamente, sus guitarras aportaban un estilo propio muy personal y sus ideas innovadoras en su momento ignoradas, se han visto reconocidas y valoradas con el paso del tiempo.
Quedarán para siempre en el recuerdo asociadas a su figura su personal forma de rasgar la guitarra acústica como acompañamiento o su original manera de introducir en los temas la slide guitar, pero sin duda alguna, su mayor aportación a la música, más allá del ámbito del pop, es la fusión entre los ritmos occidentales y la música tradicional de la India, fruto de su amistad con el maestro de sitar Ravi Shankar, que se prolongó hasta los últimos días de la vida de Harrison.
El proyecto que ahora ve la luz se gestó a instancias de Olivia Harrison, viuda del músico, quien conservaba una gran cantidad de material inédito que puso a disposición de Martin Scorsese con el fin de que le diera unidad y sacase de él una película que retratase las parcelas más desconocidas de su vida. El director neoyorkino acomete la realización del film desde parámetros similares a No Direction Home (2005), el documental que realizó sobre Bob Dylan. El resultado es un documental de más de tres horas y media que probablemente debido a su excesivo metraje se estrenó en Estados Unidos en dos pases de televisión a través de la cadena HBO, mientras que en Europa sí está siendo objeto de exhibición en salas comerciales.
Como era de esperar, Scorsese realiza un ejercicio de búsqueda del músico pero se muestra más interesado en exhibir las parcelas más ocultas del mito para retratar a la persona que se escondía tras él. Y en esta línea narrativa asistimos a la confirmación del carácter fuertemente introspectivo de George Harrison, quien se nos muestra como una persona con fuerte tendencia al anonimato que convirtió la búsqueda de la paz interior en el principal objetivo de su existencia, y que encontró la inspiración en la cotidianeidad de la vida doméstica, lejos del protagonismo que le acompañó en los sesenta.
El filme arranca con imágenes de los bombardeos de Londres a mediados de los años 40 del pasado siglo y con la explosión de júbilo que acompañó a la finalización de la segunda Gran Guerra. Como suele ocurrir en los tiempos difíciles, la población intenta evadirse de la dura realidad, y quizás por ello, asistimos al nacimiento de las primeras tendencias juveniles que surgieron en una Inglaterra todavía gris. Vemos, entonces, los orígenes del movimiento que culminaría con la explosión del pop en los años sesenta y asistimos como testigos directos a los momentos en los que se fraguó la amistad entre Lennon, McCartney y el propio Harrison.
De excelentes y divertidas se pueden calificar las anécdotas que nos cuenta Scorsese sobre los primeros pasos profesionales del grupo en Liverpool y Hamburgo, muy especialmente la que narra cómo se gestó, a través de Paul, la incorporación al grupo de un guitarrista de calidad como George, quien realizó una prueba de destreza ante John en la planta superior de un clásico autobús inglés o cómo una vez admitido Harrison como solista tuvo que explicarle a Lennon que las guitarras tenían seis cuerdas y no cuatro, ya que éste solía tocar con una guitarra a la que le faltaban cuerdas sin echarlas de menos.
A partir de aquí, el filme nos ofrece una sucesión de testimonios que van desde lo divertido a lo dramático, ya que tampoco se eluden los temas desagradables o dolorosos, como las disputas entre el grupo, el asalto al matrimonio Harrison en su domicilio con intento de asesinato o finalmente la comunicación de su enfermedad y posterior fallecimiento.
También se habla abiertamente del tan comentado asunto de la infidelidad de su primera mujer Pattie Boyd con Eric Clapton, uno de sus mejores amigos y de cómo Harrison los encontró juntos en una fiesta. En este aspecto, encontramos una nueva pista de su carácter en sus declaraciones posteriores a la confirmación de la relación amorosa entre ambos, cuando afirmó que prefería que su mujer estuviese con Eric antes que con cualquier otra persona.
Pero en cualquier caso, en el film abundan los buenos momentos y las anécdotas divertidas como la narración de la fiesta delirante en la que todos los invitados habían consumido LSD, su invitación a instalarse en Apple a un grupo de Ángeles del Infierno a los que posteriormente tuvo que convencer de que se marchasen muy al estilo Zen o las declaraciones de su hijo en las que decía que tras recibir una educación tan libre en su casa lo transgresor en su infancia era ir al colegio.
Además, se nos presentan facetas menos conocidas de su personalidad como su afición a la Fórmula 1 o su aportación a la historia del cine como productor ejecutivo de la mítica La vida de Brian (1979) de sus grandes amigos del grupo Monty Pithon, quienes se habían quedado sin producción pocos días antes de iniciar el rodaje por el temor de la BBC al escándalo que podría suponer el estreno de la película.
En cuanto a su perfeccionismo como músico, el mejor testimonio nos lo ofrece el productor americano Phil Spector, que nos cuenta que durante la eternas sesiones de grabación del disco All Things Must Pass (1970) Harrison le obligaba a regrabar y a revisar las pistas una y otra vez, hasta el punto de que le hizo pensar que en realidad no quería ver publicado el disco, un triple álbum cuya valoración ha ido en aumento y hoy es considerado uno de los mejores discos de la historia del pop.
Es interminable la lista de personajes que nos cuentan sus vivencias en este extenso documental entre los que habría que destacar a Paul McCartney, Olivia y Dhani Harrison, Yoko Ono, George Martin, Eric Clapton, Tom Petty, Eric Idle, Terry Gilliam, Klaus Voormann, Astrid Kirchnerr, Ravi Shankar, Jackie Stewart o Jane Birkin entre otros muchos, pero finalmente el momento más emotivo del film es el relato entre lágrimas de Ringo de cómo George, ya ingresado en el hospital viviendo sus últimos días, se ofreció a acompañarle a ver a su hija enferma.
Como suele ocurrir en este tipo de proyectos, la valoración del film dependerá en gran medida del interés que suscite el personaje protagonista entre el público, y aunque también cabe pensar que es entre sus seguidores donde podría encontrar sus mayores críticos, lo cierto es que es casi seguro que los fans de Harrison recibirán con entusiasmo un acercamiento a su figura hecho por Scorsese desde la admiración y el cariño, y aunque sea pronto para este tipo de valoraciones, probablemente no sea exagerado decir que nos encontramos ante el mejor y más completo film documental que se haya rodado nunca sobre la figura de un músico.
George Harrison murió en Los Ángeles el 29 de noviembre de 2001 a los 58 años. Le gustaba decir que a menudo sentía que estaba viviendo en el planeta equivocado. Un poco como todos. ¿O no?
27-noviembre-2011
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