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Pennies From Heaven Por Jesús Delgado |
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Es el musical un genero para fanáticos, para gente con capacidad para entusiasmarse ciegamente, que se deja llevar por la subjetividad de sus emociones, que aplaza para mejor ocasión la siempre desdichada objetividad y disfruta como un niño de las cosas que le permiten trascender la realidad. Son filmes de argumentos sencillos, con personajes arquetípicos que, vaya usted a saber porqué, de repente empiezan a emitir afinados gorgoritos o se ponen a hacer insospechadas piruetas.
O al menos así era en los gloriosos primeros tiempos del musical (americano, como no), los de Harry Beaumont y Busby Berkeley, los de Fred Astaire y Ginger Rogers, los de Gene Kelly y Stanley Donen o los de Vincente Minelli y Walter Lang. Porque luego el genero degeneró, o se hizo mayor (a fin de cuentas, lo mismo es), perdió su alegría juvenil y se convirtió en algo diferente, donde el drama o la tragedia hicieron desaparecer, quizás para siempre, su alegría contagiosa y absurda. Y aunque no cabe duda que tanto Donen como Minelli ya evolucionaron el genero desde el feliz infantilismo de Berkeley, no llegaron a las cotas que uno de los grandes colaboradores de Minelli y Donen, Bob Fosse, marcaría a finales de los sesenta con “Noches de la ciudad” (ya entonces se versionaba musicalmente a Don Federico) y primeros de los setenta, con la celebérrima “Cabaret”.
En medio de todo esto, podemos situar una deliciosa película muy poco conocida, capaz de concitar fobias y filias a partes iguales: se llama ““Pennies from heaven” y su director fue el habitualmente anodino Herbert Ross, que supo aprovechar (otros dirían que estropear) el brillante guión que puso en sus manos Dennis Potter y cuya principal virtud es moverse con envidiable destreza en un terreno que fácilmente podría haberle hecho embarrancar: la gran tragedia de la depresión americana, descrita con toda su crudeza, e interrumpida cada pocos minutos por alegres números musicales, con canciones de esa época, que nada tenían que ver con la realidad en la que nacieron.
Si cine sonoro se presentó al mundo con un musical, “El cantor de jazz”, de inmediato éste, el musical, se convirtió en emblema de aquél, el cine sonoro. Y lo hizo en aquella época maldita que culminó el martes 29 de octubre de 1929, en la que más falta hacían farsas felices para calmar a una población crecientemente empobrecida y sin esperanza. El cine sonoro, técnicamente posible con anterioridad, eclosionó justo cuando iba a ser necesario un instrumento de anestesia de las masas, en la época de la Gran Depresión.
Vaya, que si la realidad era una mierda (pobreza, exclusión, violencia, muerte…), se podían hacer dos cosas: disfrazarla o cambiarla (amén de describirla claro: el cine negro). A lo primero, a disfrazarla, se aplicaron los creadores de cultura popular de la época, músicos y cineastas, seguramente instigados por el propio sistema, con la (in)feliz suposición de que unas migajas de felicidad vicaria bastarían para sosegar a las masas y que no se revolvieran contra la injusticia. Claro que si esta manipulación, la de disimular la realidad, no deja de ser atroz, no deberíamos olvidar que la otra opción, la de cambiarla, desembocó en dos terribles totalitarismos, el fascismo y el socialismo soviético. Aunque esta es otra historia…
En este contexto de desencanto, en el que se tiene la certeza de que la realidad solo puede ser cambiada para peor y que lo único que nos queda es engañarnos con la mayor belleza posible, nace el que alguien denominó, seguramente exagerando, como “el musical mas triste de todos los tiempos”.
Como antes he comentado, “Pennies from heaven” es una película que quizás debe más a su guionista Dennis Potter, que a su director, Herbert Ross. Al primero se debe una serie mítica, “The singing detective”, 1986, en el que un novelista policiaco, de nombre Philip Marlowe evoca una historia de juventud, repleta de alucinaciones, crímenes y…. canciones de los años 40 y que en 2003 tuvo su (no muy afortunada) adaptación cinematográfica dirigida por Keith Gordon.
Pero algo parecido había intentado antes, en 1978, con otra serie de seis capítulos, también para la BBC, que se tituló “Pennies from heaven” en la que se encuentra el germen del film de 1981 y que, según cuentan las crónicas, entusiasmó tanto a Steve Martin que se empeñó en realizar una adaptación para la pantalla grande de aquella. La produjo MGM, la gran productora clásica de musicales elegantes y bonitos, que obligó al amigo Potter a reescribir el guión hasta trece veces e incluso invitó a la BBC a dejar la serie televisiva en el ostracismo durante diez años. Y todo ello para nada, pues la película dirigida por Mr.Ross fue un sonoro fracaso de taquilla, esclarecedor preámbulo a la casi ruina que otro musical realizado un año posterior, “Corazonada”, a punto estuvo de arruinar para siempre a Francis Ford Coppola (¿O si lo hizo?).
“Pennies from heaven” cuenta la historia de amor, o algo así, entre Arthur Parker (Steve Martin en quizás la mejor interpretación de su carrera) un simpático caradura que trabaja como viajante de canciones, reprimido sexualmente por una mujer puritana y Eileen (una acertada Bernadette Peters) una maestra de pueblo permanentemente engañada/enamorada (aquí sinónimos) por el sinvergüenza de Arthur, en el entorno de la América profunda de la depresión, repleta de vagabundos asesinos de niñas ciegas, miseria, prostitución y fracaso.
En su historia hay otros dos personajes secundarios que causarán que Arthur acabe en el cadalso (cantando, como no, algo que copió con su torpeza habitual un prestigioso director danés de cuyo nombre no quiero acordarme): su frígida e insatisfecha esposa y un vagabundo asesino que causará el fatal destino de nuestro protagonista. Ellos cuatro protagonizan los espectaculares números musicales del film, de una alegría insensata y que se dan de patadas con la realidad en la que viven.
En el film, la voz a las canciones la ponen los artistas originales, mientras los actores protagonistas mueves la boca en playback y se menean con gracia, fruto de la acertadísima coreografía de Danny Daniels, uno de los aspectos mas cuidados de la película, a fin de cuentas este era el campo profesional en el que empezó y mas destacó Herbert Ross.
Y aunque el número de Christopher Walken engatusando a nuestra pobre heroína Eileen para convertirla en puta es el que siempre describen las crónicas, personalmente prefiero algún otro: el que abre la función con Steve Martin como protagonista de un numero cien por cien Busby Berkeley (I´ll never have to drram again), el que se protagoniza Bernadette Peters y un coro de niños (Love is goor for anything ails you) y del escarceo sexual de la pareja infiel en el ascensor, I want to be bad, sobre todo por escuchar a la personalísima Helen Kane.
Y por encima de todos ellas mi favorita, la que interpreta el vagabundo asesino, Vernel Bagneris, con la canción que titula el film y que lo representa a la perfección. Resulta asombroso cómo gracias a la coreografía y a la excelente iluminación del gran Gordon Willis, pasamos en un instante del universo de Edgard Hooper al de Busby Berkeley en una asombrosa transición: la esencia de la película condensada en una sola secuencia.
La primera vez que se escuche la preciosa canción que dio titulo a la serie de televisión y a la película, fue cantada por Bing Crosby en un mediocre film de 1936, de igual titulo, dirigido por el artesano Norman Z.MCleod. Desde entonces, la creación de Arthur Johnston (musica) y Johnny Burke (letra) se convirtió en un standard interpretados por genios como, arrodillémonos, Billy Holliday, Louis Armstrong o Louis Prima, sin olvidarnos de Tony Bennett, Arthur Tracy, Big Joe Turner, Frank Sinatra, Dean Martin, The Skyliners o Legion of Mary.
La creación de Johnston y Burke vehicula el viaje sin retorno de Arthur, su actitud infantil de jamás enfrentarse con la realidad y empeñarse en que ésta puede convertirse en su sueño: una tienda de discos que le lleva a la ruina, el imposible trío con una esposa a la que no ama y una amante que le vuelve loco y que no se plantea abandonarle ni cuando la engaña y consigue su virgo, ni cuando la deja embarazada y la da una dirección de un local en ruinas abocándola a la prostitución, sino sólo cuando deja de hacerla soñar y se convierte en un hombre miedoso… sólo las mentiras hermosas puede subvertir la realidad.
Porque de eso se trata, de la subversión de la realidad por parte de la imaginación, la esencia misma del género que muchos consideran más americano que el western, el musical. Para algunos será escapismo, quizás para los que aun consideran que la realidad puede ser cambiada…, por más que siempre acabe siendo a peor.
En fin, en esta época en la que las teorías consparanoicas crecen como setas gracias a Internet, no estaría de mas proponer una tan boba como las que habitualmente circulan: Y es que si, en 1929, con la depresión surgió el cine sonoro para engatusar a las masas; hoy en plena crisis económica global, renace un invento antiquísimo, el 3D, con la consiguiente propaganda publicitaria que ha acompañado a la cosita “Avatar” tildándola del futuro del cine… ¿querrá alguien anestesiarnos como en 1929?.
Os dejo con las últimas palabras de Arthur, antes de morir ahorcado:
A long time ago, A million years BC, The best things in life, Were absolutely free.
But no one appreciated, A sky that was always blue. And no one congratulated, A moon that was always new.
So it was planned that they would vanish now and them And you must pay before you get them back again. That´s what storms were made for And you shouldn´t be afraid for.
Every time it rains,it rains “Pennies from heaven”. Don´t you know each cloud contains “Pennies from heaven”.
You´ll find your fortune´s falling All over the town, Be sure that your umbrella Is upside down.
Trade them for a package of sunshine and flowers. If you want the things you love.
You gotta have showers. So when you hear it thunder, Don´t run under a tree There´ll be “Pennies from heaven” For you and me.
(Johnny Burke, 1936)
5-mayo-2010
jesus.delgado@scoremagacine.com
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