Berlín posee no ya secciones sino varios festivales simultáneos, cada uno con su línea editorial, su perfil, y su público. La lógica del calendario y el azar anual hace que la Oficial sea con mucho, de todas las secciones de la Berlinale, la más floja o la menos fiable. Hay ediciones que serán olvidadas inmediatamente y otras que consiguen pescar algunos títulos imprescindibles. Más seguridad ofrecen, desde la perspectiva de un crítico que aspira a cierta omnivoridad, las secciones Panorama y Forum, además de las retrospectivas, que este año estaba dedicada a la histórica productora germano-rusa Mehzrabpom, la “fábrica de sueños roja”.
El Berlin Talent Campus, una iniciativa que ha crecido rápidamente hasta convertirse en todo un universo paralelo, ofrecía este año el interés, dentro de su programa de conferencias y talleres multidisciplinares para solaz de los contadísimos jóvenes cineastas seleccionados, de invitar a Ryuichi Sakamoto como Mentor de los participantes en la competición de bandas sonoras que se organiza. En anteriores ediciones, compositores de la talla de Alexandre Desplat o Michael Nyman desempeñaron idéntico papel, dando la imagen del nivel que ha adquirido esta sección. SCOREMAGACINE estuvo presente en la masterclass que ofreció Sakamoto y mantuvo una larga charla informal con él, dentro de las jornadas vividas en la capital alemana, durante las que picoteó entre lo más destacado de las secciones competitivas y paralelas, desgranando algo de lo mucho bueno visto este año.
De la Sección Oficial el Jurado eligió dos películas extraordinaria para los premios mayores, “Barbara” de Christian Petzold y la ganadora del Oso de Oro, “Cesare deve morire” de los hermanos Taviani, verdadera clase magistral por parte de unos octogenarios que observan y valoran la situación actual del cine, las dificultades y las facilidades, con la metáfora de una versión del “Julio César” de Shakespeare montado por el grupo de teatro de una cárcel. Ambas se encontraban a un nivel muy estratosférico en comparación con otros títulos “esperados” por el frecuentador de festivales, como “Captive” de Brillante Mendoza, la lentísima pero intrigante “Meteora”, el impepinable escorzo griego que le sale a toda sección oficial últimamente, la insulsa (y premiada) “Just the Wind”, su homólogo rumano, o “Les adieux à la reine” de Benoît Jacquot, eso sí, con un exquisito score de Bruno Coulais.
Fuera de concurso se presentaron algunas películas gordas, como “Extremely Loud & Incredibly Close”, de Stephen Daldry, con un score magnífico de Alexandre Desplat (significativamente, creemos, el francés se aproxima mucho a la partitura de “The Hours” de Glass), “Haywire”, la última tropelía de Steven Soderbergh, divertida pero olvidable, “The Flowers of War” de Zhang Yimou, “Young Adult” de Ivan Reitman, con una sorprendente Charlize Theron , y “The Iron Lady”, con la presencia de la ubicua Meryl Streep. Al mismo nivel no competitivo, pero con una perspectiva más exclusivamente cinematográfica que informativa, se exhibieron copias restauradas de “Octubre” de Eisenstein, la espléndida “The Life and Death of Colonel Blimp” de Powell y Pressburger, así como parte de la serie documental de Mark Cousins sobre la Historia del Cine, una joya absoluta que todo amante del cine debe ver.
Dentro de la Sección competitiva a concurso se vio la española “Dictado” dirigida por Antonio Chavarrías, una película de terror psicológico (supongo que será la expresión más adecuada, aunque nunca he tenido claro qué quiere decir), quizás el único género en el que internacionalmente se nos reconoce participar en primera línea. La película, protagonizada por Bárbara Lennie y Juan Diego Botto, no es del todo desdeñable y posee detalles de originalidad, sobre todo en lo tocante a la dramaturgia, más cercano a propuestas de cine de autor. Pero el guión, construido sobre una trama progresivamente decepcionante y con unos diálogos no muy brillantes, así como la creciente exasperación que va contagiando uno debido a la pertinaz insistencia del cine español reciente en presentar la niñez como el desván del miedo. Joan Valent (“El cónsul de Sodoma”) y Zacarías Martínez de la Riva (“Las aventuras de Tadeo Jones”) ofrecen a cuatro manos un recital de lugares comunes bien ejecutados, protagonizado por el sempiterno piano que no podría faltar en todo buena película sobre la pureza infantil mancillada. No es poco lo que el film debe a la música, ya que es esta exclusivamente, durante gran parte del metraje, la que se encarga de recordar el tono del género en el que ésta pelea por inscribirse, lo cual permite al director ensayar las ya citadas heterogeneidades. Esto lo hacían bien Friedkin o Lumet, pero aquí la cosa no acaba de cuajar.
La segunda presencia española importante de esta edición fue la de Álex de la Iglesia y “La chispa de la vida”, enmarcada fuera de concurso en proyecciones especiales. Casi era emocionante escuchar las muchas y buenas expectativas que “Balada triste de trompeta” había generado en periodistas y acreditados de todo el mundo. A la gran mayoría de ellos ni les sonaba el nombre del director antes de que Tarantino le lanzara ese capote de plata en el festival de Venecia,. También había quienes acababan de descubrir alguna(s) de sus anteriores películas y trataban todavía de encajarla(s) en el corpus “de altos vuelos” que cada uno de ellos había concebido. “La chispa de la vida” es un desastre sin pies ni cabeza, un ejercicio de pereza cinematográfica supina, impropia del buen saber de su director. Si Berlín tuviera (y es una idea) unos Razzies propios en paralelo, sin duda Salma Hayek se hubiera merecido el de la peor actriz, con unanimidad y sin alevosía, por dejar claro lo que es justo. La música, otra vez de Joan Valent, tampoco inspira a ser comentada. La proyección, con su fluida corriente de deserciones, lenta y sucinta al principio, masiva y cabreada a partir de los 40 minutos, fue un monumento a la vergüenza ajena, ese sentimiento no sé si propio o español.
No es de recibo que una cinematografía europea, peor o mucho peor beneficiada por las políticas de subsistencia y subvenciones que la de otros países, pero ciertamente educada en la historia del cine, generadora de un buen puñado de obras maestras, que se debe a un público que tiene televisión e internet y conoce, más o menos, lo que se hace en el mundo, no es de recibo, decíamos, que España se presente en un Festival de cine como la Berlinale con este material de derribo. Sin duda vale más la ausencia que ciertas inclusiones.
“Tabú”, de Miguel Gomes, procedente de una industria mucho más pequeña y limitada que la española, solo puede describirse como deslumbrante. Exponente de ese subgénero reciente de películas que surgen del error reconocido, un replanteamiento durante o después del rodaje que obliga a cambiarlo todo, la incapacidad del realizador por dar con el objeto que quería fotografiar, la falsedad de los principios naturalistas, etc., “Tabú” es una caja de muñecas de narraciones subordinadas y paralelas, sólo comparable a la vigorexia ficcional de un Thomas Pynchon. Dividida en dos partes, la primera desconcertante, con tres mujeres solitarias o locas que viven en una Lisboa gélida y opaca pero van al cine a que las películas les hagan llorar, y una segunda parte “de película”, rodada en blanco y negro y muda, donde se desgrana una imposible madeja romántica y heroica de amores ilegítimos, caimanes y desgracias, de una belleza plástica inolvidable, poblada por decenas de personajes, historias que se bifurcan en hermosos callejones sin salida, objetos metafísicos y citas o parodias a “Memorias de África”, “Cocodrilo Dundee”, Robert O. Flaherty y, cómo no, al homenajeado Murnau. No ya arriesgada sino directamente suicida propuesta portuguesa, que confía en su asimetría y su heterodoxa estructura para ofrecer una hora y media de cine en estado de gracia, puro fuego de artificio, a condición de haber experimentado inicialmente el desconcierto sine qua non de todo festival de categoría A.
Panorama, Forum y especiales
La sección alternativa más voluminosa, Panorama, ofreció, un año más, su habitual variedad temática y formal, con atención especial al documental y el cine queer. Uno de sus exponentes, “Keep the Lights On” de Ira Sachs, sobrecogió por su insólita mezcla de ternura y crudeza, en virtud a un doloroso guión donde por todas partes huele a memoria autobiográfica, y una pareja de espléndidos actores en cuyas caras se lee amor tanto como deseo, algo realmente extraordinario que no suele verse mucho. Otra gran estrella de esta sección fue el documental “Marina Abramovic. The Artist is Present”, crónica de la vida y obra de la artista de performance yugoslava a raíz de una exposición monográfica en el MoMa de Nueva York, un documento de incalculable labor para los futuros filósofos, historiadores y antropólogos que quieran averiguar en qué consistía la mística cosmopolita del siglo XXI. La finlandesa “Iron Sky” de Timo Vuorensola narraba la historia de cómo el III Reich no desapareció sino que huyó a esconderse a la cara oculta de la Luna, desde donde prepara su regreso definitivo. La banda sonora, a cargo del grupo de música de vanguardia Leitbach, derrochaba ecos wagnerianos y permitía todas las asociaciones que a uno se le ocurrieran con cierta saga galáctica.
“Modest Reception” es una hilarante y originalísima película que parte de una premisa maravillosa: dos hermanos reciben una astronómica cantidad de dinero de su madre muerta, con la condición de deshacerse de ella limpiamente, sin ganar nada a cambio, repartiéndola por la región de la que era oriunda la madre. Una ácida y siempre desconcertante reflexión sobre la riqueza y el dinero, la esencia del capitalismo, pero sobre todo sobre la caridad y los resortes de desconfianza que operan en nosotros, rastros de nuestro egoísmo consumista. Búsquenla, merece la pena.
Entre sus abundantes proyecciones especiales, Panorama ofreció la oportunidad de ver en copia de 35 milímetros, en gran pantalla, una obra maestra como “The Connection” de Shirley Clarke, película pionera y profética que reflexiona sobre la ética del cineasta documentalista y que cuestiona la quimérica no alteración de lo retratado por parte de quien lo retrata. Unos yonquis esperan encerrados en un piso a que llegue su camello con la dosis. Mientras tanto tocan y escuchan jazz, nos cuentan sus vidas, o nos las ocultan, provocando la intervención del director, surgiendo éste con la maquinaria de las cámaras, los focos y los micrófonos, que busca más realidad, más aflicción, más lo que sea, con tal de que su película sea mejor. Una auténtica pasada de esas que resetean la intensidad del amor que uno puede sentir por esta cosa del cine.
Del estimulante abrevadero de Forum, la sección más radical y exigente del festival, seleccionaremos sólo algunas de las películas vistas, tanto por considerarlas de lo mejor que nos ha ofrecido la Berlinale, como por caracterizar la labor de búsqueda y constante redefinición de un excelente comité de selección. Títulos interesantes, como “Bestiaire” de Denis Côte o la mínima pero bellísima “Tiens moi droite” de Zoé Chantre, diario íntimo de una parisina construido como un collage de formatos, técnicas y argumentos, de una sencillez pero también de una claridad y brillantez dignas de admiración. “Le sommeil d’or” de Davy Chou, partía como documental sobre el cine camboyano de las décadas de los 60 y 70, casi absolutamente eliminado, literalmente hecho ceniza, por el régimen de Pol Pot. Dos décadas de poderosísima industria, con sus estudios, sus grandes estrellas, sus cientos de cines urbanos, todos llenos y con colas larguísimas… todo ello borrado de la historia. El director inicia una búsqueda de personas y fotogramas, merodeando por los espacios que fueron cines y hoy ya sólo solares en ruinas o párquines y hangares, pero sobre todo hurgando en lo que el cine significaba para la gente, sin sentimentalismos ni extravagancias, de una manera directa y poética a la vez. Aunque no perfecto, se trata de un extraordinario trabajo de un jovencísimo director a tener en cuenta. Como bonus, Forum ofrecía algunos de los pocos ejemplos que han quedado del cine camboyano de entonces títulos bizarros como “Puos Keng Kang” o “Peov Chouk Sor”.
Ryuichi Sakamoto en el Talent Campus La presencia de Ryuichi Sakamoto era vivida por los participantes en el Talent Campus y por la amplia gama de acreditados diversos que se sumaron expresamente para la masterclass del japonés, con la emoción que despiertan los músicos pop, los ídolos del rock o los gurús de la electrónica. El interés que suscitaba no provenía de su particular teoría y praxis de la música de cine, sino de su condición de icono pop.
Cuatro jóvenes músicos, Christoph Fleischmann, Hubert Henke, Pablo Pico y Emica Sciandrone, compusieron, grabaron, mezclaron y editaron bandas sonoras para un mismo corto de animación. Durante todo el proceso, Sakamoto les sirvió de guía aportando su experiencia y conocimientos que, a juzgar por los participantes en el concurso, les resultó del todo útil. El japonés volvía ahora a Berlín para participar en una masterclass y leer el nombre del compositor ganador a juicio del jurado de expertos: Christoph Fleischmann, de lejos el peor de los cuatro.
“Comencé en el cine de la manera más accidental. Yo era un admirador de Nagisa Oshima, nos conocíamos y un día vino a mi oficina con un guión y me pidió que interpretara uno de los papeles en “Merry Christmas, Mr. Lawrence”. Dije que sí pero realmente no me atreví a sugerirle que además podría componer la música. Al final se lo pedí y él me dijo que sí. Anteriormente se lo había pedido a Bowie, pero él le dijo que no”. El joven Sakamoto pudo así comprobar en sus propias carnes lo poco cómodo que se sentía frente a las cámaras, y lo mucho, sin embargo, que disfrutaba componiendo para la imagen. “Por suerte, pude escribir una música que compensara mi mala actuación”, bromea, o no. Tras el estreno en Tokyo, Jeremy Thomas, el productor, figura clave en su carrera cinematográfica, se le acercó y le dijo: “Tu música no es buena, es fantástica”. Y aún recuerda esas frases de apoyo por lo mucho que significaron para su autoestima.
“Lo mejor de trabajar en cine es que puedes conocer a grandes personas. Oshima me presentó a Bertolucci en Cannes, en una fiesta grande y ruidosa. Allí mismo me habló apasionadamente del proyecto que tenía en manos, “The Last Emperor”. Me dijo que le había encantado mi música para “Merry Christmas”, pero nada más hasta un año después, cuando me llamó Jeremy Thomas y me pidió que me reuniera con él en China, sin especificar más. Habían empezado a rodar en Beijing. De repente, me reúno con Bertolucci y yo ya estaba soñando con que me pidiera escribir la música. Pero lo que quería es que actuara. ¡Otra vez!”. Sakamoto acabó componiendo música también, sin contacto con ninguno de los otros dos compositores implicados en la música del film, David Byrne y el chino Cong Su. “Creo que entregué unos cuarenta y cinco cues, de los cuales acabó usando sólo la mitad”.
“Bertolucci es un director que se implica mucho y muy intensamente en la música. Está encima de ti cuando compones pero sobre todo cuando editan la música. Siempre ha sido así. También en “The Sheltering Sky” hice muchos bloques de música que luego él cambió de lugar y usó a su criterio. Siempre que veo una película acabada, con la música, es una experiencia aterradora, mala para mi corazón. Soy enfermizamente sensible a la sincronización y me doy cuenta de los errores más mínimos de cuando se han cambiado de lugar los bloques de música. Esto, claro, lo hacen porque ellos mismos no aprecian la diferencia, pero yo sufro mucho. Pero Bertolucci es así, muy musical, es italiano, le gusta mucho, incluso la dirige. Una vez me dijo: los movimientos de cámara son mis ojos. Esto me encantó. Lo tengo muy en cuenta cuando compongo”.
“La colaboración ideal te diría que es la del director que no está presente, que te deja trabajar. A veces no se necesitan grandes conversaciones. Hay conexiones instantáneas. Lo sé porque me ha pasado ya muchas veces. Lo ideal es no hablar demasiado. Es terrible cuando te dicen cosas como “hazme el tema de la reencarnación” y cosas así”. Si se le pregunta por Brian de Palma, el japonés reacciona llevándose literalmente las manos a la cabeza. “Oh, oh, oh, oh” exclama una y otra vez. Al rato, aclara: “La mayoría de los directores son unos dictadores, muy, muy exigentes”.
Sakamoto es un personaje terriblemente divertido. Con su inconfundible estilo, pelo liso blanco repartido a dos aguas, la estampa de sus gafas circulares, se le ve disfrutar de su posición, la de Maestro, aunque nunca desaparece cierta actitud de respetuosa incomodidad, como si no acabara de creérselo e invitara, de hecho, a no hacerlo. “Nunca había sido mentor de nadie. Está resultando una experiencia fascinante”. Sus bromas son constantes, breves, ácidas, auto-irónicas, sus modales sociales, ideales para brillar en fiestas selectas. “Antes era un noctámbulo, trabajaba de noche y me acostaba a las 7 de la mañana. Ahora es cuando me levanto. Por las noches, a veces, tengo ideas mientras sueño. Me tengo que levantar rápidamente y apuntar lo que he oído, antes de que se me olvide. A la mañana siguiente, claro, no entiendo nada de lo que he escrito”.
Reconoce no tener un método de trabajo. “Si lo tuviera, lo seguiría siempre y haría muchas más bandas sonoras. Para mí cada vez es de verdad como una primera vez. Una lucha diaria sentarse al piano, o tumbarse a pensar, aunque pueda parecer ridículo, pero es como trabajo. Leo los guiones, o los libros, si están basados en libros, me documento mucho. Por ejemplo, cuando hicimos “Little Buddha”, me obsesioné con el budismo, o para “The Sheltering Sky” tuve que conocer mucha música china. Es parte del trabajo y me gusta hacerlo. Luego el viaje lo hago yo, es decir, es mi música la que sale, pero me gusta sentirme orientado”.
No sabríamos decir si Sakamoto es un optimista o, por el contrario, un superviviente. No se siente capaz de dar consejos, ni en cine ni en el campo de la música, cuya industria se ha transformado completamente durante los años de actividad del nipón. “Soy pésimo en las finanzas. Cada vez que me hablan de impuestos me desmayo. No se venden discos, ahora tienes que hacer cada vez más conciertos. Por cierto, ¿has visto el último show de Madonna? Técnicamente es sorprendente. ¡Si hasta parece joven!… En cuanto a la música de cine, salen los proyectos que salen, no me apetece empujar ni luchar para tener más encargos”.
Su próximo proyecto, una adaptación del clásico de animación “When the Wind Blows” a los tiempos actuales post-Fukushima.
-26 de febrero de 2012-
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